viernes, 8 de mayo de 2009

LA IMPUNIDAD DEL TELÉFONO

La tormenta arreciaba, y los rayos discurrían por el cielo como si el mismo Júpiter los lanzara. Nubes gordas, plomizas y bajas descargaban millones de toneladas de agua, y el viento doblaba los árboles y los cables telefónicos.

Gotried Grabner, campesino austriaco de Carintia, quiso hablar por teléfono con un pariente. Descolgó el auricular e hizo la llamada. Sentía ruidos y zumbidos raros en el audífono, y los timbrazos del otro aparato.

De pronto, cuando del otro lado de la línea descolgaron el teléfono, Gotried sintió un estampido, un fogonazo y algo así como un mazazo en pleno cráneo. En lugar del consabido «¡Hola!» de las llamadas telefónicas, al pobre campesino le había llegado un rayo. Tuvieron que internarlo en un hospital para tratarle las heridas que sufrió en la oreja derecha y otras partes del lado derecho del cuerpo.

Pocas veces ocurre que a alguien le caiga un rayo en medio de una tormenta. Y menos veces ocurre que ese rayo le llegue por el hilo telefónico. Pero eso fue lo que le pasó a Gotried Grabner ese 14 de junio de 1983.

Si bien casi nunca nos llegan rayos por el hilo telefónico, a veces nos llegan otras cosas muy desagradables: insultos procaces de personas que se escudan en la impunidad de la distancia, amenazas de muerte que dejan una impresión horrible en el estómago, y llamadas obscenas de parte de personas que, no teniendo donde volcar la corrupción de su mente, la vuelcan por conducto del teléfono.

¿Por qué hay individuos que se especializan en usar la lengua y el don estupendo de la palabra sólo para causar daño? ¿Por qué hay personas que descuelgan el auricular sólo para insultar, herir, ofender y quitar la paz mental de los demás?

La respuesta es: por la eterna y tradicional corrupción del corazón humano. «De la abundancia del corazón habla la boca —dijo Jesucristo—. El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón saca el bien, pero el que es malo, de su maldad saca el mal» (Mateo 12:34-35).

Usar el invento maravilloso que es el teléfono sólo para comunicar maldades, chismes, calumnias y difamaciones, o para hacer circular mentiras, es más destructivo que el rayo que recibió el campesino austriaco. Permitamos, pues, que Cristo sea el Señor de nuestra vida y purificador de nuestras palabras.

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