jueves, 11 de febrero de 2010
EL PERDÓN NO ES UNA OPCIÓN
Fue para Juanita Parker una semana verdaderamente trágica. Primero, su marido tuvo un accidente de trabajo quedando gravemente quemado. Segundo, su hijito recién nacido fue diagnosticado con mononucleosis. Tercero, perdió la casa que habían comprado por falta de pagos. Cuarto, y esto fue lo peor, descubrió que su esposo y su mejor amiga eran amantes. Todo esto le sucedió en el lapso de sólo ocho días.
La agonía moral de Juanita duró cuatro semanas. En su desesperación llegó a la conclusión de que para ella sólo había dos opciones: matarse o perdonar. Por fin hizo lo único que podía darle tranquilidad: perdonó. Perdonó a su marido. Perdonó a su amiga. Y con el perdón sincero y completo, recuperó la paz. Es más, con el alma libre de esa carga, pudo tener la fe para resolver sus demás problemas. El perdonar fue su salvación.
Alguien dijo que el perdón no es una opción. No se puede tener paz si no se perdona. En ese sentido el perdón no es una opción. Es un imperativo.
Cuando alguien nos ha ofendido, haciéndonos daño en el alma, exclamamos: «¡Jamás lo perdonaré! La herida es demasiado grande, el desencanto muy grave, el dolor insoportable. ¡Jamás lo perdonaré!»
El problema mayor es que vivir sin perdonar es lo mismo que llevar una piedra en el estómago. Es igual que echar sal continuamente en una herida abierta. Vivir sin perdonar es nublar el entendimiento, endurecer el corazón, amargar el alma.
¿Cuántas veces no habremos repetido el Padrenuestro? Comienza diciendo: «Padre nuestro que estás en el cielo.» Más adelante dice: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mateo 6:9,12,13). Es decir: «De la misma manera en que yo, Señor, perdono, perdóname tú a mí.» Perdonar no es una opción. Es un mandamiento divino.
Cuando Jesús agonizaba en la cruz, mirando a la multitud, dijo: «Padre, perdónalos» (Lucas 23:34). El que más sufrió, el que fue clavado en una cruz, al referirse a sus verdugos dijo: «Padre, perdónalos.» Así nos enseñó el Maestro.
Así es el perdón divino —gratis, eterno y perfecto—, y sin embargo cualquiera puede ser salvo. Pero eso demanda que también nosotros perdonemos. Así como hemos recibido el perdón de Dios, tenemos que perdonar a los demás. No es una opción; es un mandato. Pero Cristo nos da la fuerza para cumplirlo.
Hermano Pablo
POR NO EQUIVOCARME
La mayoría de los camareros le habrían mostrado la orden para que viera que ella había cometido el error. Pero él en lugar de lamentar el error, recogió el emparedado, lo llevó a la cocina y un momento después le trajo un emparedado de ensalada de pollo a la mujer.
Mientras se comía el emparedado miró su orden y vio el error que había cometido. Cuando llegó el momento de pagar, se disculpó con el camarero y ofreció pagar por ambos emparedados. El camarero le dijo: No señora. Todo está bien. Estoy contento de que me haya perdonado por no equivocarme.
Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina.
EL CAMINO A LA HUMILDAD
"Humillaos delante del Señor, y él os exaltará" Santiago 4:10
Un amigo me hizo esta declaración al tiempo que intentaba mantener un rostro serio: «¡Estoy tan orgulloso de mi humildad!» Eso me recuerda el chiste acerca de un líder que recibió un premio por su humildad. Debido a que había aceptado el premio, ¡se lo quitaron a la semana siguiente!
David parecía estar cometiendo el mismo error cuando dijo, «no se ha envanecido mi corazón» (Salmos 131:1). Sin embargo, cuando entendemos el texto, sabemos que él no estaba alardeando acerca de su humildad. Más bien, en respuesta a la acusación de traición hecha por los hombres de Saúl, David declaró que él no se consideraba tan importante ni pensaba tan bien de sí como para verse con ojos «enaltecidos». En vez de ello, David aprendió a ser como un «niño destetado» en los brazos del Señor (v. 2). Al igual que un bebé que depende completamente de sus padres, él esperaba en Dios para recibir Su protección mientras huía perseguido por el rey Saúl. En su hora más oscura, David se dio cuenta de su necesidad y después aconsejó a su pueblo: «Espera, oh Israel, en Jehová, desde ahora y para siempre» (v. 3).
El camino a la humildad tiene dos aspectos. Involucra saber quiénes somos —tener una autoestima apropiada en vez de pensar demasiado bien de uno mismo. Pero lo que es más importante, requiere saber quién es Dios— tenerle en la más alta estima y confiar en que recibiremos lo mejor de Él en Su tiempo.
Cuando creemos que somos humildes... no lo somos.