lunes, 11 de noviembre de 2013

LA ACTITUD AL HABLAR Y AL OIR

La palabra de Dios es como espada de dos filos y nunca vuelve vacía, verdad? Sin embargo debo admitir que he creado una barrera que me inmuniza a la voz de Dios en mucho sentidos. ¿Qué hace la diferencia en momentos en que el Espíritu Santo actúa en nosotros frente a una verdad revelada, un consejo, la palabra de un hermano o de las escrituras?
No podemos dejar de reconocer las múltiples maneras con las que que cada día el Señor intenta mostrarnos su amor y hablarnos, el tema reside en que no estamos atentos a ello, sino que nuestra mirada se encuentra ocupada en otra cosa más urgente, más cotidiana....
Pensemos en esta escena: hay dos hombres. Uno con algo para decir y otro con algo para recibir. Pero el emisor está convencido de que el mensaje no es para quien tiene al frente y el receptor sabe que es sapo de otro pozo. Se trata de un judío y un gentil. Dos mundos que estaban a punto de unirse por la cruz de Jesús:
Había en la ciudad de Cesarea un hombre que se llamaba Cornelio, capitán del batallón llamado el Italiano. Era un hombre piadoso que, junto con toda su familia, adoraba a Dios. También daba mucho dinero para ayudar a los judíos, y oraba siempre a Dios. Un día, a eso de las tres de la tarde, tuvo una visión: Vio claramente a un ángel de Dios que entraba donde él estaba y le decía: «¡Cornelio!» Cornelio se quedó mirando al ángel, y con mucho miedo le preguntó: «¿Qué se te ofrece, señor?» El ángel le dijo: «Dios tiene presentes tus oraciones y lo que has hecho para ayudar a los necesitados. Manda a alguien a la ciudad de Jope para que haga venir a un hombre llamado Simón, que también es conocido como Pedro. Está alojado en casa de otro Simón, un curtidor que vive junto al mar.» Levántate, baja y ve con ellos sin dudarlo, porque yo los he enviado.»  (...) Pedro bajó y dijo a los hombres: —Yo soy el que ustedes buscan; ¿a qué han venido? Cuando Pedro llegó a la casa, Cornelio salió a recibirlo, y se puso de rodillas delante de él, para adorarlo. Pero Pedro lo levantó, diciéndole: —Ponte de pie, pues yo también soy un hombre, como tú. Mientras hablaba con él, entró y encontró a muchas personas reunidas. Pedro les dijo: —Ustedes saben que a un judío le prohíbe su religión tener tratos con extranjeros o entrar en sus casas. Pero Dios me ha enseñado que no debo llamar profano o impuro a nadie. Por eso, tan pronto como me avisaron, vine sin poner ninguna objeción. Quisiera saber, pues, por qué me han llamado.  (...) Cornelio dijo: Así que envié inmediatamente a buscarte, y tú has tenido la bondad de venir. Ahora estamos todos aquí delante de Dios, y queremos escuchar todo lo que el Señor te ha mandado decirnos. (Hechos 10:1-6, 20, 21, 25-29, 33 DHH)
Sí Pedro se hubiera dejado guiar por sentido común y lógica, estaría convencido que nada tenía que hacer con los gentiles. Y si Cornelio hubiese pensado dos veces en traer a Pedro a su casa creo que tampoco le hubiera cerrado la idea. Pero ninguno escucho su voz interior, sino que fueron obedientes a aquello que Dios les ordeno. La voz del Señor, aunque no tuviera sentido hasta el final, fue más fuerte y ellos fueron más atentos.
Cual fue la actitud de Pedro al hablar? Sólo transmitió lo que Dios pusiera en su boca ya que según sus parámetros no había un mensaje que él tuviera para dar.
Cual fue la actitud de Cornelio? Sólo la de escuchar la voz de Dios ya que quien tenía enfrente era sólo el canal que Dios había escogido.
Cual es mi actitud al hablar? "Este amigo nunca entendería el mensaje" " Voy a esperar que este muy mal para hablarle del Señor.
Cual es mi actitud al escuchar? " me gusta cuando habla tal predicador pero no tanto cuando habla tal otro"; "mira justo quien me viene a decir tal cosa... No tiene autoridad moral para hablar"; "leo rapidito el devocional en un recreo".
Que cada día mengüe nuestra voz para poder escuchar la palabra de Dios y digamos como Cornelio:
"Ahora estamos todos aquí delante de Dios, y queremos escuchar todo lo que el Señor te ha mandado decirnos"
Mariana Rueda

DORMIDO EN LA TORRE DE CONTROL

Uno tras otro, los grandes aviones fueron aterrizando en el aeropuerto. Hacía buen tiempo, y las señales de radio y las luces de aterrizaje funcionaban como debían. Las instrucciones emitidas desde la torre de control del aeropuerto de Ankara, Turquía, eran claras. Fue así como aterrizaron dieciséis aviones esa noche entre las 0 horas y las 6 de la mañana.
Sin embargo, el controlador aéreo Guclu Cevik, que sufría de narcolepsia, había estado dormido la mayor parte del tiempo. Semidormido, había dado, mecánicamente, las instrucciones. Por suerte y de milagro, no ocurrió ningún accidente.
Es terrible cuando, por obligación del cargo o del oficio, el que tiene que estar bien despierto y alerta se duerme en su trabajo.
¿Qué le puede pasar a un autobús repleto de pasajeros, que anda por un camino montañoso, si el chofer se duerme? ¿Qué le puede pasar a un barco ballenero que se arriesga en un mar turbulento, plagado de témpanos de hielo, si el timonel se duerme?
Los centinelas que vigilan el cuartel no deben dormirse. Los agentes de policía que cuidan el vecindario no deben dormirse. Las enfermeras que, en la unidad de cuidados intensivos, controlan los aparatos que regulan los signos vitales no deben dormirse.
Por lo mismo, un padre que tiene hijos pequeños y adolescentes tampoco debe dormirse. Los traficantes de drogas saben cómo iniciar a un joven en la nefanda adicción de marihuana y cocaína. Los programas de televisión saben cómo incitar al incauto en la pornografía y el crimen. Detrás de cada amigo ocasional puede esconderse un secuestrador de mentes, de corazones y de vidas.
Descuidarse en la educación moral, especialmente de los hijos pequeños, es dormirse cuando más necesitan ellos un padre alerta. Permitir que los hijos se críen por su cuenta, sin dirección, sin escuela, sin iglesia y sin Dios, es entregarlos en manos de ladrones del alma, que listos están para chuparse la última gota de sangre moral y espiritual.
Si los que somos padres o madres queremos hijos inteligentes, sanos, limpios y con valores morales, debemos vigilar con celo constante sus actividades. Por todos lados hay peligrosas tentaciones que llaman a los jóvenes con una atracción casi irresistible, y únicamente con un fuerte respaldo hogareño podrán ellos vencer esas tentaciones.
Quien nos ayudará a velar por nuestros hijos es Jesucristo, el Señor viviente. Invitémoslo a vivir en nuestro corazón, de modo que forme parte de nuestra vida y de nuestro hogar.
Hermano Pablo