miércoles, 1 de febrero de 2012
UNA PERSONA AL DIA
"… Felipe […] le anunció el evangelio de Jesús" Hechos 8:35
En una conferencia bíblica, tuve el privilegio de escuchar a Andy Miller, comisionado jubilado del Ejército de Salvación. A los 75 años de edad, elegantemente vestido con su uniforme, habló con amabilidad, convicción y un destello en la mirada.
El comisionado Miller dijo que, cuando tenía 19 años y era un cadete en adiestramiento, se comprometió con el Señor que le hablaría a una persona por día sobre el amor de Cristo. ¡Qué compromiso tan extraordinario! En el transcurso de su ministerio, ha guiado a muchos a poner su fe en Cristo para ser salvos.
Ahora bien, sé que no es fácil hablarles a algunas personas acerca de Cristo, pero podemos y debemos aprender a hacerlo porque eso fue lo que Jesús les ordenó a Sus seguidores antes de regresar al cielo con Su Padre (Mateo 28:19-20; Hechos 1:8-9). En lectura bíblica para hoy, el Espíritu Santo guió a Felipe para que se encontrara con el funcionario etíope y le dio las palabras exactas que debía usar (Hechos 8:26-40). Entonces, a medida que nosotros busquemos la ayuda del Señor y dependamos de Él, hará lo mismo por nosotros.
Quizá entres en contacto con una o con muchas personas durante el día. Considera el compromiso que asumió el comisionado Miller hace muchos años y después pregúntale al Señor qué quiere que hagas. Tú también puedes testificar de Su amor todos los días.
Dios anhela hacer por los demás lo que hizo por ti.
ANIMATE
en verdes pastos me hace descansar.
Junto a tranquilas aguas me conduce;
me infunde nuevas fuerzas.
Me guía por sendas de justicia
por amor a su nombre.
Aun si voy por valles tenebrosos,
no temo peligro alguno
porque tú estás a mi lado;
tu vara de pastor me reconforta.
Dispones ante mí un banquete
en presencia de mis enemigos.
Has ungido con perfume mi cabeza;
has llenado mi copa a rebosar.
La bondad y el amor me seguirán
todos los días de mi vida;
y en la casa del Señor
habitaré para siempre.
Salmos 23 (Nueva Versión Internacional)
RATONERAS DE LA VIDA
Largo rato atisbó la llegada de la joven. Sabía que todas las noches, a las diez en punto, regresaba del trabajo. Era una joven bella, atractiva, verdadera flor de Málaga, España. Tal como él lo esperaba, la joven llegó. Tan pronto como ella abrió la puerta y entró, él se abalanzó sobre ella.
Sin embargo, las cosas no salieron bien. José Olmedo, el asaltante, se vio en una ratonera. La señorita alcanzó la puerta de su apartamento y escapó. Olmedo se encontró de pronto en una situación difícil. Ninguna puerta se abría a menos que pulsara el código. Dentro del vestíbulo del gran edificio de apartamentos, el joven, de veintidós años, fue arrestado por la policía.
Le llamamos «ratonera» a una situación que no tiene solución. También se le llama «callejón sin salida» y «punto sin retorno». Se trata de una de esas condiciones imposibles de la vida. La gran mayoría de ellas, como en el caso de Olmedo, las producimos nosotros mismos con nuestros errores y nuestros excesos. Pero a veces, por esas situaciones ingobernables de la existencia, se producen solas. En todo caso, son circunstancias que nos atrapan en una ratonera de la vida, sin puerta de escape, sin socorro y sin protección.
¿Realmente hay ratoneras? ¿Hay situaciones insolubles? No, no las hay. Cuando todo recurso se ha agotado, siempre queda Dios. Y no es que Dios haga caso omiso del pecado. Él cambia el corazón humano. Su invitación es franca, firme y segura. He aquí las palabras de Cristo: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28).
Nuestro mayor problema no es un callejón sin salida. Es el no acudir a Dios cuando todas las puertas se han cerrado. O tratamos, debido a nuestro orgullo, de resolver nuestro propio dilema, hundiéndonos más en el problema, o cedemos a la depresión que, para colmo de males, nos lleva a considerar el suicidio. Solos no podemos salir de la ratonera.
Sin embargo, Jesucristo espera nuestro clamor. Él está siempre listo para socorrernos y quitar las angustias que nos consumen. La vida siempre nos va a presentar situaciones imprevistas, problemas, al parecer, insolubles. Vivimos en un mundo lleno de corrupción. Pero Cristo quiere ser nuestro Salvador.
Pongamos nuestro problema en las manos de Dios. Entreguémosle a Él esa dificultad que nos está consumiendo. A Dios nada puede sorprenderlo ni amedrentarlo. Él es Dios, y puede socorrernos. Basta con que le digamos: «Entra, Señor, a mi corazón.»
Hermano Pablo