sábado, 24 de diciembre de 2011

¡PAZ EN LA TIERRA?

Lectura: Lucas 2:8-14.
"La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da…" Juan 14:27
No querría provocar una pelea contra un cielo repleto de ángeles, pero debo admitir que siempre me he preguntado sobre la promesa de paz que la hueste angelical les hizo a los pastores en los campos aledaños a Belén. En los últimos 2.000 años, la paz en nuestro planeta ha sido, al menos, un ente extraño. Las guerras siguen cobrándose vidas inocentes, la violencia doméstica es una tragedia creciente, los divorcios aumentan terriblemente, las iglesias se dividen y la paz en nuestro corazón intranquilo y descarriado parece ser un sueño inalcanzable.
¿Dónde está la paz prometida? En realidad, pensándolo bien, podemos ver que Jesús trajo todo lo necesario para la paz mundial. Él enseñó el principio de la paz: llamó a las personas a amar a sus prójimos como se aman a sí mismas. Y cuando estaba yéndose de este planeta, dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy…» (Juan 14:27). El Señor nos dijo que pusiéramos la otra mejilla, que recorriéramos la segunda milla, que perdonáramos las ofensas, que evitáramos la codicia, que toleráramos las debilidades de los demás, que viviéramos para servirnos y amarnos, como Él nos ha amado.
Parece ser que, en gran medida, la paz depende de nosotros. Pablo lo confirma en Romanos 12:18: «… en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres». En esta Navidad, regalémosle la paz al mundo en que vivimos al ser un reflejo del Príncipe de paz.
Cuando experimentamos la paz de Dios, podemos compartirla con los demás.

NOCHE DE HOSANNA


Un hombre y una mujer llegan a Belén de Judá...
Sus rostros lucen cansados, en sus ojos se puede ver
el esfuerzo realizado por llegar.

Son ellos María y José...
Han venido desde Nazaret cumpliendo en humildad
con un edicto que ha sido promulgado,
y firmado por Augusto César, el emperador romano.
El ha decidido los tributos aumentar,
y los judíos viajan cansados -hasta su ciudad natal-
para ser empadronados.

María, que está embarazada, de momento es percatada
que el Hijo de sus entrañas está pidiendo nacer,
¡Y aún no tienen posada!
¡No hay lugar en el mesón!
Mas ella no siente temor -ella está confiada
en su Señor y su Dios.-
En ese Dios Onminpotente que le hizo sombra a su
vientre y en ella un Hijo engendró,
mediante su Espíritu Santo y no por obra de varón;
ese Dios Todopoderoso en esta noche Suprema
también hará provisión.

Y prosiguen su camino en espera de ese albergue
que los ha de cobijar.
Sus pasos van silenciosos... sus mentes en oración,
suplicándole a su Dios que El haga fuerte lo endeble.
Y caminando sin rumbo... y cansados de caminar,
pero con fe y esperanza ardiendo en su corazón,
de pronto se han detenido ante un humilde pesebre...
¡Dios ha hecho provisión!

Y en aquel humilde pesebre, comedero de ganado,
oliente a naturaleza y pobremente alumbrado;
en aquella noche fría...
entre el ruido de animales y unos dolores de parto
que le causan agonía...
a las doce de la noche nace el Hijo de María.

Nace el Hijo de María que nueve meses atrás
fue anunciado por Gabriel...
¡Es su Hijo primogénito!
¡Es Hijo del Dios Altísimo!
¡El esperado Mesías y Salvador de Israel!
Y María sonriente, olvidado ya el dolor,
lo toma entre tus brazos y lo arrulla tiernamente
con ternura y con amor...
Los ángeles del cielo han inundado el pesebre
de alabanzas y loor...
¡Es una noche de Hosanna, noche de Salvación!

Lo que el ángel Gabriel a María no le dijo,
es que perversos jinetes han salido tras su Hijo.
Cabalgan en pos de El, y no hay nada en este mundo
que los pueda detener.
Cabalga un Getsemaní, cabalga un Calvario,
cabalga una espada, un Judas y una Cruz;
y en su cabalgar constante,
en un futuro no distante alcanzarán a Jesús.

Pero esta noche de Hosanna, en esta noche de Paz,
el corazón de María no lo pueden perturbar
ni plañideras, ni endechas, ni jinetes que cabalgan,
ni espada o lamentación...
¡No! ¡Todo eso puede esperar!
En el humilde pesebre el tiempo se ha detenido
en un éxtasis profundo...
María contempla a su Niño embelesada de amor.
Ella lo envuelve en pañales, lo arrulla contra su pecho,
y sus brazos maternales lo protegen de la Cruz...
¡Es su Hijo primogénito!
¡Es Hijo de Dios Altísimo!
¡Es el Salvador del mundo!
Y su nombre, su nombre es Jesús...