jueves, 20 de febrero de 2014



EL COLMO DE LA INCONSCIENCIA

Gary Galloway, de Georgia, Estados Unidos, se dispuso a ver el partido que define el campeonato profesional de fútbol americano. Todos los años a fines del mes de enero o a comienzos de febrero ese juego, conocido como el Super Bowl, acapara la atención de millones de espectadores y televidentes. Gary se acomodó frente al televisor, con una buena provisión de cerveza, salchichas, maíz frito y galletas. Así se pasó el día entero, viendo primero las entrevistas y los comentarios en torno al partido, y luego el partido mismo.
Al día siguiente Gary llamó a la suegra para darle una noticia trágica: «Siento decirle que Mary se suicidó ayer, en el momento preciso en que empezaba el Super Bowl.» Habían tenido una discusión, y la esposa se había suicidado delante de él, pero Gary esperó veintiséis horas para dar la noticia: un supercaso de superinconsciencia.
No es extraordinario que un matrimonio joven tenga diferentes gustos y opiniones. Si a él le gusta el golf, puede que a ella le guste la natación. Si a él, el cine, a ella puede gustarle el teatro. Si a él, la comida italiana, a ella, la comida china. Si cada uno de los dos aprende a ceder a los gustos del otro, y a congeniar y adaptarse a sus diferencias, tendrán un matrimonio feliz durante mucho tiempo. Pero si uno de los cónyuges ama tanto sus partidos de fútbol que ve suicidarse al otro y, con el cadáver tirado ahí, mira televisión durante todo el día, eso ya es el colmo de la indiferencia y la inconsciencia.
No debe parecernos extraño que un hombre salga tres días de pesca con sus amigos, o que su esposa vaya tres días a una convención de mujeres. Eso es permitir que cada uno desarrolle su propia afición, lo cual no es grave mientras ninguno de los dos llegue a los extremos. Pero ver suicidarse a la esposa y quedarse indiferente, tomando cerveza, comiendo salchichas y mirando un juego de fútbol, sobrepasa los límites de lo tolerable.
¿Cómo pueden llegar algunos individuos a ese nivel de insensibilidad e inconsciencia? Indudablemente a causa de la vida moderna, frívola, descreída, irreverente, sensual y materialista que llevan. Le prestan mucha más atención a una afición cualquiera, sea deportiva o social, que a los más sagrados intereses del matrimonio y la familia.
Sólo Cristo puede devolvernos el sentido sagrado de la vida y poner en orden todos los sentimientos y pensamientos de nuestro ser. Él puede y quiere ayudarnos a volver a estimar los verdaderos valores de la vida.
Hermano Pablo

TODA UNA VIDA POR DELANTE

Se llamaba Pastor Pérez Gutiérrez. Tenía quince años de edad y vivía en Managua, Nicaragua. Un día recibió un fuerte regaño de su madre. El muchacho se sintió sumamente deprimido. Negros pensamientos invadieron su mente, y lo envolvió una mezcla de resentimiento y despecho junto con la sensación de no valer nada.
Con la voluntad vencida, la mente ofuscada y la razón perdida, el muchacho, que apenas estaba entrando a la vida, vio en su imaginación que se levantaba ante él una tétrica figura. Era la rama de un árbol, con una cuerda amarrada. Pastor Pérez Gutiérrez se dijo a sí mismo que la única solución para su vida era el suicidio, y tomando la fatal determinación, se encaminó al árbol en el patio de su casa. Allí amarró una soga a una de las ramas, y se colgó de ella. Quince años, nada más, y ya la carga de la vida le era demasiado pesada.
El suicidio de un joven nos conmueve hasta lo más profundo. Todo suicidio, toda derrota de un semejante, nos entristece, pero cuando oímos de algún joven que se suicida, sufrimos más. El que tiene toda una vida por delante, con tan brillantes oportunidades como ofrece la vida, y trunca todo en un instante, está despreciando lo más grande que posee: su futuro.
Además, Cristo ofrece vida en abundancia a todo el que sepa echar sus cargas sobre Él. La vida trae de todo —momentos malos y tristes, y días de dicha y alegría—, pero cada ser humano es una vida que Dios ha creado y que ninguno debe cortar antes que Dios lo llame.
El suicidio de un joven es un grave síntoma social. Algo anda muy mal cuando una criatura de quince años arma su brazo contra sí mismo. Eso dice muchísimo acerca de la falta de fe, del descreimiento, de la insensibilidad espiritual y de la furia contenida que existe en el ambiente en que vive ese joven.
Dios nos tiene en este mundo porque Él aquí nos necesita. Es cierto que en esta vida hay momentos de agonía, pero los hay también de profunda paz. Y la vida de cada uno de nosotros tiene, querámoslo o no, una influencia poderosa en otros que nos acompañan en este camino. Ellos dependen de nuestra estabilidad. No les neguemos nuestro brazo de ayuda.
Cristo quiere que pongamos nuestra confianza y nuestra vida entera en sus manos. Si aún no lo hemos hecho, rindámonos hoy mismo a Dios nuestro Creador.
Hermano Pablo