lunes, 7 de abril de 2014

VISIÓN PERDURABLE

El tiempo había transcurrido de noviembre a julio. En nueve meses pasan muchas cosas: un bebé es concebido y avanza a su madurez en el vientre materno; tres estaciones del año pasan siguiendo su ritmo inevitable; la política, la economía y el deporte experimentan grandes cambios.
Pero esos nueve meses no trajeron ningún cambio en la vida de Carmela Salas, de 65 años, mexicana residente de Texas. Los pasó, según el periódico «Los Ángeles Times», contemplando el cadáver de su esposo, Enrique Salas, acostado en la cama matrimonial.
Cuando el esposo murió, ella, negándose a reconocer la realidad, hizo de cuenta que la desgracia no había pasado, y el tiempo se detuvo para ella.
Este no es el primer caso en que hombres o mujeres ven morir al ser más querido y no se resignan a tener que dejar de mirarlo. Y aunque son cadáveres ya, y la momificación de la muerte ha comenzado el proceso de descomposición, el amor que les tienen es más fuerte.
El odio jamás hará una cosa semejante. El odio tiende a destruir, destrozar, masacrar y a hacer desaparecer todo de la vista. El amor construye, y cuando no puede construir, hace perdurar. Porque el amor es muy diferente al odio.
El amor de Dios es el amor más fuerte que existe. Es una fuerza que tiende siempre a reparar, a curar, a construir, a conservar lo bueno, a hermosear más lo que ya es lindo, a regenerar, a purificar y a santificar. El amor de Dios tiende siempre a perdonar y, más que perdonar, a olvidar. Incluso olvida el pecado, el mal, la falta, la derrota, el fracaso humano.
Y como Carmela Salas, Dios también contempla perdurablemente a sus seres amados. Él nunca deja de mirarlos. «El Señor recorre con su mirada toda la tierra —dice la Biblia—, y está listo para ayudar a quienes le son fieles» (2 Crónicas 16:9).
No hay nada más perdurable, poderoso, fiel y comprensivo en la humanidad que el amor de Cristo. Es un amor que nunca falla, una sabiduría que nunca yerra. Tener un corazón entregado a Él es asegurarse la bendición de la vida eterna. Tomemos hoy la más grande decisión moral posible: Elijamos a Cristo como nuestro Salvador y nuestro Señor.
Hermano Pablo

«PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO...»

El hombre se puso a recitar el padrenuestro: la oración modelo, la oración magistral, la oración cristiana por excelencia. «Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...» Y las palabras que nos enseñó Jesucristo fluyeron como fluyen las notas del órgano por sus tubos vibrantes.
Vez tras vez, a lo largo de setenta y dos interminables horas, David Nymann, montañero de Alaska, recitó esa oración reconfortante mientras vientos helados, de ciento treinta kilómetros por hora, azotaban el monte Johnson. Su amigo, James Sweeney, yacía a su lado, con ambas piernas quebradas, sin poder moverse.
La muerte los acechaba a ambos, por frío y por hambre. Al fin un helicóptero los avistó y los rescató. La oración había sido, para ambos hombres, calor, agua y alimento durante tres días.
Aun los hombres más rudos, cuando se ven en apuros, abren los labios para elevar una oración. Nymann y Sweeney, deportistas que querían escalar el monte Johnson de Alaska, sufrieron una caída. Sweeney se quebró ambas piernas; Nymann quedó muy golpeado. Ambos vieron acercarse la muerte. Pero la recitación constante del padrenuestro los mantuvo en vela, y la fuerza poderosa de la esperanza los ayudó a soportar la prueba.
La oración es la única fuerza capaz de unir al hombre, en la tierra, con Dios, en el cielo. Cuando Jesús enseñó a orar a sus discípulos, les dijo: «Ustedes deben orar así: “Padre nuestro que estás en el cielo...”» (Mateo 6:9). Jesús enseñó que Dios es el Padre de toda la humanidad. Cuando sentimos que Dios es nuestro Padre, y cuando abrimos los labios en oración sincera, Dios el Padre acude en nuestra ayuda. Dios quiere ser el Padre de todos.
¿Por qué será, entonces, que tantas oraciones no son contestadas? Quizá sea porque no nos hemos relacionado previamente con Dios. Queremos su ayuda de un momento al otro sin haber establecido una amistad con Él. Dios quiere ayudarnos, pero para alcanzar su ayuda debemos estar en continuo contacto con Él.
Establezcamos, pues, esa comunicación con nuestro Creador y Salvador. La primera oración que Él oye es: «¡Ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lucas 18:13). Ese reconocimiento, más la súplica de perdón por nuestros pecados, establece el contacto.
Démosle nuestra vida a Cristo, el divino Salvador. Él quiere ser nuestro Señor. Sometámonos a su señorío, y Él, con seguridad, escuchará nuestra oración.
Hermano Pablo

CONTEMPLACIÓN

                    
“ ¡Ven papá! ¡Ven a mirar el mar conmigo… es que es tan grande!”
              (Palabras de un niño de 7 años, parado por primera vez frente al mar).
La primera reacción que tuve cuando escuché estas palabras contadas por un amigo, fue la de una mezcla de ternura y asombro por ese niño que, en su breve experiencia de vida, y ante aquello tan inmenso que se le presentaba, lo primero que hizo fue pedir compañía y apoyo para compartir esa vivencia.
Es que el vasto mar… inmenso, azul, poderoso y enigmático era demasiado impacto para él. Contemplarlo lo sobrepasaba…
Esta escena me lleva a imaginarnos a nosotros mismos cuando nos disponemos a contemplar al Dios Creador, al Dios de nuestras vidas, y si somos conscientes de su grandeza, deberíamos experimentar algo parecido. Es que contemplarlo, justamente es acercarnos a alguien inmenso y poderoso, que nos subyuga y nos abarca, que nos sobrepasa por completo, y ante el cual nuestro espíritu termina diciendo como ese niño: “…es que es tan grande!”
La palabra contemplación, etimológicamente significa “estar en el templo” y templo a su vez significa “espacio sagrado”. Es decir, que en cualquier lugar donde los hijos de Dios estemos dispuestos a contemplarlo: ya sea en la iglesia, en un rincón de nuestra cocina o debajo del árbol de una plaza, sin dudas se transformará en un lugar sagrado, dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
“ Solo una cosa he pedido al Señor, solo una cosa deseo: estar en el templo del Señor todos los días de mi vida, para adorarlo en su templo y contemplar su hermosura”
                                                                                                                     Salmo 27:4 DHH
La contemplación no es unilateral, sino que permite que comience un diálogo entre Dios y nosotros, Él también nos observa y nos reconoce, hay un verdadero encuentro que casi no se puede definir con la palabra humana.
La contemplación es un regalo generoso infundido por Dios en nosotros.   Sólo el ser humano posee la capacidad de asombro y de deleite frente a algo que lo impacta, y cómo cambiarían ciertas cosas de nuestro andar cotidiano si esa fuera nuestra actitud!                
Ahora bien, no nos sintamos incapaces de alcanzar esta experiencia si aún no la hemos tenido, es tan sencilla y estamos tan a tiempo para intentarlo, nada menos que todo el resto de nuestra vida! Nos animemos, podemos hacerlo, tenemos ese permiso porque ese don ya ha sido puesto en nosotros, y el Dios contemplado seguramente hará el resto.
Y finalmente, volviendo al niño del comienzo, como él invitemos al prójimo, al hermano, para compartir juntos esta vivencia de contemplar, de admirar, de permanecer ante esa presencia que como cristianos, completa nuestro vivir…