martes, 23 de marzo de 2010

PAGANDO POR SERVIR

Tiempos atrás mi hija me dió una lección clara y práctica sobre el trabajo, que todos nosotros podemos llevar en consideración. Piense en esto: ¿Por qué una niña de 15 años usaría una de sus semanas de verano, para cuidar a un niño autista, pagando por eso?
Esta pregunta cruzó mi mente cuando visité, con mi familia, Campo Barnabás, una entidad para niños con necesidades especiales, localizada en Purdy, Missouri. Mi hija Megan, como muchos otros increíbles adolescentes, dedicó su semana para cuidar y demostrar amor y compasión a un niño en esa entidad.
Esos adolescentes pagan una tasa, para poder servir a otros. Cuando le pregunté a mi hija por qué ella estaba dispuesta a trabajar y pagar por ese privilegio, ella dijo: “para poder ir a un gran campamento y trabajar con los niños más increíbles”
Megan fue al inicio designada para trabajar en la cocina, pero Dios organizó la semana de tal manera que le dió la oportunidad de servir en particular a un niño con necesidades especiales, eso resultó ser una experiencia única, encantadora e inolvidable para ella.
¡Imagínese pagar para servir a una persona en condiciones no favorables y amar cada minuto!
Relacione eso al hombre y mujer típicos del mercado de trabajo actual. Más de la mitad de los adultos que participaron en una encuesta, declararon que no les gusta su trabajo. Ellos consideran sus empleos como un “mal necesario” y los desempeñan apenas para ganar dinero suficiente para sustentar el estilo de vida que escogieron.
Esas personas odian cuando el reloj les dice que es hora de ir al trabajo y mas bien pueden esperar que les muestre que finalmente es hora de ir a casa.
¿Cuál es, en su opinión, la diferencia entre aquellos que verdaderamente les gusta su trabajo y de los que lo odian? Aunque existan muchas respuestas diferentes, pienso que una razón importante envuelve la vocación y la dirección de Dios para nuestra vida.
Si usted está haciendo lo que Dios lo vocacionó, lo equipó y lo dotó para hacer, probablemente está sintiendo más alegría en vez de sufrimiento en su trabajo.
El rey Salomón, en Eclesiastes 5:19-20, enseñó “Asimismo, a todo hombre a quien Dios da riquezas y bienes, le da también facultad para que coma de ellas, y tome su parte, y goce de su trabajo, esto es don de Dios. Porque no se acordará mucho de los días de su vida; pues Dios le llenará de alegría el corazón”
Siglos más tarde, escribiendo a los seguidores de Jesucristo de la antigua ciudad de los Colosenses, el apóstol Pablo menciona que la satisfacción y la realización en el trabajo son grandemente determinadas por nuestro foco: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Colosenses 3:23-24).
¿A usted le gusta y descubre gran alegría en el corazón al desempeñar sus responsabilidades en el trabajo? Si la respuesta es si, usted es una persona bendecida y probablemente, forma parte de una minoría.
Cuando a las personas les gusta lo que están haciendo, probablemente serán excelentes en su trabajo, porque lo realizan con entusiasmo.
Mientras que si a usted no le gusta su trabajo, sería sabio hacer una pausa y evaluar lo que está haciendo. Pregúntele a Dios si está siguiendo su vocación y la dirección que Él le dió a su vida.
Rick boxx. Mana del Lunes

PROYECTADO SOMBRAS

Lectura: 1 Corintios 1:18-31.
"A fin de que nadie se jacte en su presencia" 1 Corintios 1:29
Dice la leyenda que Miguel Ángel pintaba con un pincel en una mano y una vela en la otra para evitar que su propia sombra cubriera la obra maestra que estaba en proceso.
Ese es el tipo de actitud que debemos adoptar si hemos de ser serios en cuanto a querer mostrar la obra maestra de la gloria de Dios en el lienzo de nuestras vidas. Desafortunadamente, tendemos a vivir atrayendo la atención sobre nosotros mismos: nuestros automóviles, nuestras ropas, nuestras carreras, nuestra posición, nuestra sagacidad, nuestro éxito. Y cuando la vida gira a nuestro alrededor, es difícil que las personas puedan ver a Jesús en nosotros. Jesús nos salvó para ser el reflejo de Su gloria (Romanos 8:29), pero cuando vivimos para nosotros mismos, nuestra sombra se proyecta sobre el lienzo de Su presencia en nosotros.
Cuando los creyentes en Corinto empezaron a ser demasiado engreídos, Pablo les advirtió «a fin de que nadie se jacte [alardee] en su presencia» (1 Corintios 1:29) y les recordó lo que Jeremías había dicho: «El que se gloría, gloríese en el Señor» (v. 31; Jeremías 9:24).
Piensa en tu vida como un lienzo sobre el cual se está pintando un cuadro. ¿Qué preferirías que viera la gente: la obra maestra de la presencia de Jesús o la sombra de tu propio perfil? No te interpongas en medio de una gran obra en proceso. Vive para dejar que los demás vean a Jesús en ti.
La vida de un cristiano es el lienzo sobre el cual los demás pueden ver a Jesús.

«DE VERAS ME AMABA»

—No tomes esa foto —advirtió Lawrence Collier—; es peligroso.

Lawrence, un joven australiano, conocía esa reserva y conocía la ferocidad de las fieras.

—Pero son leones mansos y, además, está permitido —le contestó la muchacha, despreocupada.

La joven, Judith Damien, también australiana, era amiga de Lawrence. Se habían conocido en Australia, y había un interés más que de amigos entre ellos. Los dos habían ido como turistas a la reserva de Masai Mara en Nairobi, Kenya.

La joven preparó su cámara, e iba acercándose a una de las fieras cuando, de repente, los leones se abalanzaron sobre ella. Todo ocurrió en un instante.

Lawrence, que vio todo desde el vehículo, saltó en medio e interpuso su cuerpo entre ella y los leones. La pareja de felinos hizo presa de él, matándolo en el acto. Judith, aterrorizada, logró ponerse a salvo a pesar de estar herida.

Esa tarde, de vuelta al campamento, Judith dijo: «Él puso su vida por la mía. Nunca me dijo claramente que me amaba. Ahora sí sé que de veras me amaba.»

No hay como una tragedia para revelar quiénes son nuestros verdaderos amigos. El dolor, la agonía, la calamidad, revelan quiénes son las personas que de veras nos estiman. La calamidad ahuyenta a los distantes, pero acerca a los que nos aprecian. Es una especie de ley muda pero cierta. La tragedia, el accidente, la enfermedad, la muerte de un ser querido, tienen su manera de atraer a nuestro lado aquellos que son, de veras, nuestros amigos.

Esto nos lleva a hacer la pregunta: ¿Cuánto amor tuvo que tener Jesucristo para impulsarlo a entregar su vida en la cruz por nosotros, el género humano? Cristo mismo da la respuesta: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos» (Juan 15:13).

Todo amor se prueba con los hechos. Palabritas dulces las hay a montones, y el infame seductor sabe usarlas bien. Pero una cosa es el amor genuino, y otra, los hechos que lo comprueban.

Jesús expuso y dio ejemplo de la doctrina del amor verdadero. Él mismo, por amor, dio su vida por nosotros. Su amor fue perfecto, y se materializó en un sacrificio perfecto.

Jesús probó su amor hacia nosotros tomando nuestro lugar en la cruz. ¿Qué podemos nosotros darle a Él? Podemos corresponder a su amor. Podemos decirle: «Gracias, Señor, por lo que hiciste por mí. Mi vida es tuya para siempre.»

Hermano Pablo