martes, 1 de marzo de 2011

EL MILAGRO ( MARCOS VIDAL)

EL CIRCO MARIPOSA

EL CIRCO MARIPOSA

FUERZA EN DEBILIDAD

Lectura: Mateo 20:20-28.
"El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro siervo” Mateo 20:26.Nadie quiere ser débil; entonces, buscamos cómo parecer fuertes. Algunos usamos el poder de nuestras emociones para manipular a las personas; otros, la fuerza de la personalidad para controlarlas; e incluso algunos también usan el intelecto para intimidar. Aunque estas cosas parecen muestras de fortaleza, son signos de debilida.Cuando somos realmente fuertes, tenemos valor para admitir nuestras limitaciones y reconocer nuestra dependencia de Dios. En consecuencia, la verdadera fortaleza suele parecerse mucho a la debilidad. Cuando el apóstol Pablo oró para que le fuera quitada una aflicción que padecía, Dios respondió: «Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9). Pablo respondió con estas paradójicas palabras: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (v. 10).Cerca del final del ministerio terrenal de Jesús, algunos de Sus discípulos luchaban por conseguir lugares destacados. El Señor utilizó su discusión como una oportunidad para enseñarles que, en Su reino, las cosas son distintas: la grandeza se logra cuando estamos dispuestos a asumir posiciones de debilidad (Mateo 20:26).Esta es una verdad difícil. Prefiero la ilusión de la fortaleza en vez de la realidad de la debilidad. Pero Dios quiere que entendamos que la verdadera fuerza aparece cuando dejamos de intentar controlar a la gente y comenzamos a servirle a Él
.
El máximo poder de Dios puede demostrarse en nuestra mayor debilidad.

¡NO MIRES HACIA ABAJO!


El ascensor, con veinte mineros de Sudáfrica, comenzó el lento descenso. El fondo de la mina estaba a 1.600 metros de profundidad. A la mitad de la bajada, una falla mecánica paró en seco el ascensor, y los veinte hombres quedaron atrapados. Fue entonces que surgió un héroe.

Mario Cockrell, uno de los mineros, tuvo una idea. Deslizándose por los cables de acero, llagando sus manos, fue guiando, uno por uno, a sus compañeros de trabajo. Eran ochocientos metros de bajada y, para calmar los nervios de los mineros, les decía una sola cosa: «¡No mires hacia abajo! ¡Mira hacia arriba!»

Fue la fortaleza física de Mario Cockrell, su presencia de ánimo, su amor al prójimo, su firme fe en Dios y esa oportuna y sabia recomendación: «¡No mires hacia abajo!» lo que salvó la vida de todos.

Esa es una recomendación que encierra un significado poderoso. Sirve para todas las circunstancias de la vida, buenas o malas, placenteras o desagradables. No hay que mirar hacia abajo. ¡Hay que mirar hacia arriba, siempre hacia arriba!

Si miramos hacia abajo veremos sólo un abismo negro. Veremos el fracaso, la desesperación, la desgracia, el infortunio. Pero si miramos hacia arriba veremos el cielo azul, el sol brillante y —¿por qué no?— a Dios mismo.

Los que miran siempre hacia abajo no ven nada más que sombras, zozobras, peligros, incertidumbres y enemigos. En cambio, los que miran hacia arriba ven luz y colores y cielo y resplandor. Y ven esperanza, seguridad, consuelo y paz.

Por alguna razón bien profunda el apóstol Pablo dice: «Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Colosenses 3:2). Si nos concentramos sólo en la tierra, veremos toda la fealdad de la humanidad caída en pecado. Pero si miramos hacia arriba, y esto con los ojos de la fe, veremos a Dios, y de Él recibiremos el poder de una vida nueva y eterna.

Es cierto que vivimos con los pies pegados a esta tierra. Tenemos que fijarnos en las cosas de acá. Aquí está nuestra familia que debemos cuidar. Aquí está nuestro trabajo que nos da el pan. Aquí están las oportunidades de ser útiles. Con todo, mirar solamente la tierra y desdeñar el cielo es muerte.

Cristo está arriba, en su trono, esperando que miremos hacia Él y que nos arrepintamos. No despreciemos esa dirección vertical. Dios espera que alcemos la vista y miremos en dirección suya. La Biblia dice: «Busquen al Señor mientras se deje encontrar, llámenlo mientras esté cercano» (Isaías 55:6).

Hermano Pabo

LA CULPA NO FUE MIA

He aquí lo que escribieron algunos conductores para explicar el accidente automovilístico en el cual se vieron involucrados:

• «Al llegar a una intersección, un arbusto apareció de pronto, dificultándome la visión».

• «Un auto invisible salió de algún lugar, dio contra mi auto y luego desapareció».

• «El poste del teléfono se acercaba a toda velocidad. Yo intenté salirme de su camino cuando me golpeó de frente».

• «La causa indirecta de este accidente fue un hombre pequeño en un carro pequeño con una boca grandota».

• «Había venido conduciendo mi automóvil por cuatro años cuando me dormí en el volante y tuve un accidente».

• «Iba camino al doctor con problemas en mi parte de atrás cuando mi unión universal cedió provocándome un accidente».

• «Atropellé al peatón cuando traté de evitar golpear el parachoques del carro que iba adelante».

• «Venía para mi casa, me metí en la calzada equivocada y golpeé un árbol que yo no tenía».

• «Solo me estaba cuidando del auto que venía detrás de mí».

• «El transeúnte no tenía idea de cuál dirección tomar, así es que pasé por encima de él».

• «El tipo estaba en medio del camino, así es que tuve que hacer varios virajes antes de golpearlo».

• «Me salí al lado del camino, le eché una mirada a mi suegra, y me fui contra al terraplén».

Muchas personas en la supercarretera del fracaso cometen errores pero se niegan a admitirlos. Ven cada obstáculo o error como una falta cometida por otra persona. Y como resultado, por lo general responden en una o más excusas.

Maxwell, John C.: El Lado Positivo Del Fracaso; Failing Forward. Thomas Nelson, Inc., 2000; 2003, S. 62

Y Dios le dijo: ¿Quién te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol del cual te mandé que no comieras?
Y el hombre respondió: La mujer que tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.
Entonces el Señor Dios dijo a la mujer: ¿Qué es esto que has hecho? Y la mujer respondió: La serpiente me engañó, y yo comí. Génesis 3:1-13