domingo, 18 de enero de 2009

PROMESAS


Al recordar tus promesas

tus palabras tan dulces

haces que me sienta

volando entre las nubes.

Promesas que vienen

en el suave suspirar

de esta niña que tiene

sed y hambre de amar.

Amar lo que tú quieres,

que yo ame al caminar

por este mundo, que muere

sin amor y en soledad.

Tus promesas gloriosas

son un fresco manantial

a mi alma que rebosa

de tu paz y tu verdad.

Esa paz que no muere,

cuando oyen pronunciar

mis oídos, ¡Tus Palabras!

que jamás han de pasar.

Patricia J. Olivera Costilla

LA FLECHA

Un rey, que en su carruaje pasaba por un pueblo, observó una flecha disparada exactamente en el centro de un blanco, que era un círculo dibujado en el tronco de un árbol.

Intrigado, se dio cuenta que ademas había otras flechas disparadas en varios sitios, todas con la misma precisión en el centro del blanco.

Sorprendido por la habilidad del arquero, mandó a sus pajes a buscarlo.

Después de algunos minutos encontraron al autor de los certeros disparos.

Se trataba de un niño de no más de 12 años.

- Eres tú el hábil arquero? -preguntó el rey.

- Sí, -respondió el chiquillo.

Cómo haces para ser siempre tan certero en tu puntería? -preguntó de nuevo el rey.

- Es muy simple, -dijo el muchacho-, primero disparo la flecha y después dibujo el blanco alrededor del ella.

Piensa por un momento si hacemos eso en nuestras vidas con las personas que nos rodean.
A veces juzgamos basados en nuestros prejuicios, les decimos a todos nuestra opinión y después buscamos cómo justificar nuestras ligerezas, -primero disparo y después pregunto-.

A veces cometemos errores o maltratamos a los que nos rodean.
En vez de aceptar nuestra responsabilidad, nos ponemos defensivos y tratamos de justificar nuestra actitud.

Cuánta energía de vida desperdiciamos justificando actitudes con las que solo pretendemos cubrir nuestros errores, miedos o inseguridades?
Cuánto daño innecesario nos causamos a nosotros mismos y a quienes amamos?

Santiago 1:19
Esto sabéis, mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar,
Salmos 34:13
Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño.

A UN PASO DE LA ESCALERA

Los gritos despavoridos de hombres, mujeres y niños dieron la nota trágica aquel día de diciembre. En Brooklyn, Nueva York, un violento incendio había comenzado por los cortinados de las amplias habitaciones de un hotel.

El cuerpo de bomberos se había hecho presente y las operaciones de salvamento habían comenzado alrededor del edificio envuelto en llamas. Mientras las enormes mangueras lanzaban agua sobre el humeante hotel, se había colocado una escalera de salvamento para rescatar a los sobrevivientes del undécimo piso, donde era más intenso el siniestro.

De pronto la multitud que se había aglomerado comenzó a señalar una de las ventanas. Era la silueta de una mujer cuyo cuerpo estaba envuelto en llamas. El bombero más cercano había hecho acercar aún más la gigantesca escalera, y parecía que la señora se aproximaba a ella; pero antes de que se pudiera evitar, la desventurada mujer había saltado al vacío. La prensa internacional registró el nombre de la víctima. Se llamaba Rowena Matthews.

Sucedió que cuando a Rowena Matthews, envuelta en llamas en el undécimo piso del hotel, le ofrecieron la escalera de salvamento, ella en su desesperación no la vio, y se lanzó al vacío. Esa fue la trágica realidad para la pobre mujer en aquel hotel de Nueva York.

Lamentablemente el mundo está lleno de casos semejantes en que se sufre la pérdida de una vida. Pero hay una pérdida mayor que la que viene como resultado de no ver una escalera de salvamento. Es una pérdida mil veces más trágica, pues se trata de un salvamento mil veces más trascendental. Es la pérdida del pecador que puebla la tierra en que vivimos. El salvamento es la provisión divina, dada en el Calvario.

El pecado ha envuelto en llamas de condenación a cada persona que ha venido a este mundo. Dios, al ver esa deplorable condición, les ha ofrecido a todos una escalera de salvamento. Esa escalera es el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Desgraciadamente, muchos han rechazado esa escalera salvadora porque el humo de la confusión les ha cegado el entendimiento.

No obstante, la invitación de Cristo es segura: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28). En esas palabras descansa nuestra salvación. Lo único que tenemos que hacer es acudir a Cristo y aceptar la salvación que Él nos ofrece. La cruz del Calvario, en la que dio su vida a fin de rescatarnos, es nuestra escalera salvadora.

Hermano Pablo.

NIÑO SOLAR - POEMA DE OSCAR PORTELA

Que burla señor, que has puesto en mi boca
preces y bendiciones, y en mi cintura
el fuego de los dioses que dominó la muerte,
ahora que solo clamo por ti, noche,
por tu desasimiento, yo , como exiliado, condenado,
solo en la noche libre, odiando toda luz, odiando
toda belleza, señor que burla, que burla ,
el largo camino
que conduce del sueño del niño solar,
a éste que ahora su cuerpo baña con las cenizas del
recuerdo,
- porque nadie puede saltar sobre su sobre su sombra,
ni coincidir con ella, cuando el mediodía se retrasa-,
- Oh señor- , y en mi solo crece el desierto,
el olvido que no puede olvidar el olvido
que lo revela todo-, las pequeñas muertes,
los pequeños duelos, abiertos en las confesiones
de las encenizadas lagrimas, - las que lloro por mi -,
y por aquella belleza que no engendró mi corazón
aquí, en ésta soledad a la que me condenaste,
al igual que Timón, Calibos, Catilina.
Ahora que solo contemplo la palidez creciente del crepúsculo-,
el egoísmo de los corazones, la fatal llaga
de lo trivial que se expande sobre todo-,
como un viento demente, yo sin el sueño que da reparo
y da la muerte soñada muerte, cuando él me llamaba,
- sígueme, entra al oscuro bosque- , y lo veía
disolverse, del mismo modo en que ahora mi vacía
mirada, solo ve muros y la sal del desierto que
crece, Oh señor, que me niegas el rayo
de la locura, la mirífica muerte, y solo cenizas
dejas en mi boca,
harapos en el cuerpo del niño
que desafiaba al sol en su carrera, hasta perderse
con el en su viaje hacia la noche
yo que ahora soy noche, yo señor, que al viento
y al sol me había prometido, yo, un corazón
con demasiadas preguntas,
abandonado como Abraham en el desierto, como Job,
rascándose sus pústulas, en soledad señor,
tu y yo, acaso solo melodías de una partitura que jamás
será escrita
sobre ninguna lápida.



Poema inédito proporcionado por el autor