lunes, 14 de septiembre de 2009
UNA BALA EN LA CABEZA
Llevaba diez años de sufrir dolores de cabeza. Primero pensó que era exceso de trabajo. Después le dijeron que podría ser migraña. Un médico le diagnosticó sinusitis. Pero Bruce Levón no hallaba alivio de ninguna manera, y por fin le sacaron una radiografía. El resultado fue interesante. Bruce tenía una bala incrustada en la base del cráneo.
Diez años atrás, en un baile, alguien había disparado al azar. Bruce recibió el plomo en la cabeza, aunque sólo sintió un rasguño. Más temprano, camino al baile, Bruce había tenido un accidente de automóvil, y él siempre pensó que el rasguño había sido el resultado de algún vidrio del parabrisas.
No es nada común vivir diez años con una bala en la cabeza, aunque es cierto que casos como éste se encuentran en los archivos médicos. El cuerpo es un mecanismo maravilloso que se adapta a muchas interferencias, pero vivir diez años con una bala en la cabeza es extraordinario.
Sin embargo, hay miles de personas que sí llevan algo en la cabeza y en el corazón que daña y hiere y agravia y deteriora. Son las ofensas no perdonadas. Nada produce más daño en el corazón que cargar una injuria, un daño, una ofensa no perdonada.
La reacción normal es defendernos diciendo: «Fue él quien me hizo el mal. Que venga él a mí y me pida perdón.»
Jesucristo, en su Sermón del Monte, dijo algo muy interesante: «Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda» (Mateo 5:23-24).
Tomemos nota de la importantísima frase: «y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti.» Esto quiere decir que es el ofendido quien debe buscar la paz con el que lo ofendió. De no ser así, si no nos busca el que nos ofendió, nunca estaremos en paz. Y es que importa mucho que no carguemos toda la vida un resentimiento no perdonado. Porque nada produce más daño personal que cargar en la mente y en el corazón una ofensa no perdonada.
Nosotros somos los únicos que podemos extraer la bala que tenemos en el corazón. Busquemos al que nos ofendió y reconciliémonos con él. Si no lo hacemos, llevaremos esa carga hasta la muerte. Jesucristo nos dará la gracia para hacerlo. Nuestra tranquilidad depende de eso. No perdamos más tiempo. Busquemos la ayuda de Dios.
Hermano Pablo
JUEGO DE NIÑOS
Y hay algo en el evangelio que nos llama a abandonar nuestras profundas hostilidades y sentimientos de importancia propia en favor de una humildad y una fe infantiles. Cuando a Jesús le preguntaron: “¿Quién es, entonces, el mayor en el reino de los cielos?” (Mateo 18:1), llamó a un niño pequeño para que se le acercara y dijo: “Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (v.3).
Se ha dicho que la edad disminuye nuestra imaginación, esperanzas y posibilidades. Mientras más envejecemos, más fácilmente decimos: “Eso nunca podría suceder.” Pero en la mente de un niño, Dios puede hacer cualquier cosa. Una fe infantil maravillada y con confianza en Dios abre la puerta del reino de los cielos.
La fe brilla más en un corazón que es como el de un niño.
FINAL DE LA CONSTRUCCION
"Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de Su gloria..." Judas 1:24
Hace años, Ruth Bell Graham, esposa del evangelista Billy Graham, vio un aviso junto a la carretera: «Final de la construcción. Gracias por su paciencia». Con una sonrisa, ella observó que quería esas palabras en su lápida. Después de su muerte en junio del 2007, se llevó a cabo su deseo. Su lápida lleva rotulados los caracteres en chino para la palabra justicia (la Sra. Graham había nacido en China), seguidos de las palabras que la hicieron sonreír.
Todo seguidor de Cristo puede compartir la confianza de que la fidelidad de Dios nos llevará a través de este periodo de formación espiritual en la tierra. Hacemos eco de las palabras de alabanza de Judas: «Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos» (Judas 1:24-25).
Hoy nos encontramos en la zona de construcción. La carta de Judas nos desafía a crecer en fe, a orar en el Espíritu y a permanecer rodeados del amor de Dios (vv. 20-21). Pero esta construcción no es un proceso egocéntrico. Hemos de mostrar misericordia a los demás y rescatar a aquéllos en peligro de ruina espiritual (vv. 22-23).
Un día nuestra construcción quedará culminada, una perspectiva que vale muchísimo más que una sonrisa.
Para construir una vida piadosa, permite que Dios sea el arquitecto y que Su palabra sea el plano.