miércoles, 11 de julio de 2012

«NADA CON EXCESO»

Comenzó a entrenar a los cuatro años de edad. A los diez, ya había ganado varios premios. Su pasión era la gimnasia de exhibición. Su sueño: ganar medallas de oro en los juegos olímpicos.
A los dieciséis años, en una de las competencias, estuvo a punto de sacar el puntaje perfecto. Todos le auguraban un brillante porvenir. Pero Christy Henrich, joven gimnasta escandinava, tenía un problema. Estaba obsesionada con la idea de que estaba engordando, aunque no era así.
A los diecinueve años ya no pudo competir más. Su obsesión la había dominado. Finalmente, a los veintidós, Christy Henrich falleció. Murió de anorexia nerviosa, pesando sólo veintinueve kilos. Su obsesión la había matado.
He aquí una joven que pudo haber tenido grandes éxitos. Perfeccionó su arte. Ganó muchas medallas. Alcanzó la perfección, casi a la altura de Olga Korbut, la atleta rusa, y Nadia Comaneci, la rumana. Pero le entró la obsesión de la gordura. Desoyó los consejos de médicos y familiares, y dejó de comer. Y su bello cuerpo se fue consumiendo hasta que le fallaron todos los órganos.
Las obsesiones, las fobias, las pasiones y las ansiedades pueden dominar todo nuestro ser a tal grado que nos hacen inútiles. Los afanes de la vida, cuando controlan la voluntad, se vuelven destructivos.
Tenemos que aprender a matizar nuestra existencia. «Nada con exceso» era la máxima de Epicteto, el estoico filósofo griego del siglo primero de nuestra era. Dios no nos hizo para las obsesiones, las pasiones, los frenesíes y los fanatismos. Nos hizo para la sobriedad, la mesura, el equilibrio, la armonía.
«No se inquieten por nada —escribió el apóstol Pablo—; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias» (Filipenses 4:6). Vivir libres de pasiones y obsesiones es la clave de la vida prudente, moderada y satisfecha. Esa es la vida que Dios quiso que su creación llevara.
Ahora bien, ¿cómo puede el ser humano despojarse de tantas fobias y obsesiones? Entregándole su vida a Cristo. La persona que no tiene a Cristo en el corazón será para siempre víctima de pasiones desorbitadas.
Es que sólo Jesucristo —Señor, Salvador y Maestro perfecto— puede darnos esa estabilidad, ese equilibrio y esa moderación ideal. Cuando Él entra a nuestro corazón, transforma nuestro modo de pensar, y todos nuestros móviles cambian. Sometámonos a su divina voluntad. Él quiere ser nuestro mejor amigo.

Hermano Pablo

VOCES CONTRARIAS

En 2 Crónicas 32 encontramos en la Biblia una historia en la que el rey Ezequías, luego de una gran muestra de fidelidad hacia Dios (instó al pueblo a buscar a Dios, mandó purificar el templo y quitar las cosas profanas; celebró la Pascua, reorganizó el culto, etc...), se vio amenazado por una inminente invasión de Senaquerib, rey de Asiria. Apenas se enteró Ezequías de que el rey asirio se acercaba a Jerusalén para atacarla, comenzó a tomar acciones concretas para hacer frente a la situación: se reunió con los jefes civiles y militares, propuso cegar arroyos y manantiales para que el enemigo no encontrara agua cuando llegara; se armó de valor y reconstruyó la muralla que había sido derribada; construyó un muro exterior, fortificó los terraplenes, mandó fabricar lanzas y escudos y puso jefes al frente del ejército (vs. 3-6). Cuando terminó esa etapa, reunió a todos en la plaza y les dijo: “¡Cobren ánimo y ármense de valor! No se asusten ni se acobarden ante el rey de Asiria y su numeroso ejército, porque nosotros contamos con alguien que es más poderoso. Él se apoya en la fuerza humana, mientras que nosotros contamos con el Señor nuestro Dios, quien nos brinda su ayuda y pelea nuestras batallas”. Al oír las palabras de Ezequías, rey de Judá, el pueblo se tranquilizó” . (2 Crónicas 32: 7-8, NVI).

Desde Laquis, el rey de Asiria mandó a sus oficiales a decirle a Ezequías y al pueblo: “... ¿En qué basan su confianza para permanecer dentro de Jerusalén, que ya es una ciudad sitiada? ¿No se dan cuenta de que Ezequías los va a hacer morir de hambre y de sed? Él los está engañando cuando les dice que el Señor su Dios los librará de mis manos. (...) ¿Es que no se han dado cuenta de lo que yo y mis antepasados les hemos hecho a todas las nacio nes de la tierra? ¿Acaso los dioses de esas naciones pudieron librarlas de mi mano? Pues así como ninguno de los dioses de esas naciones que mis antepasados destruyeron por completo pudo librarlas de mi mano, tampoco este dios de ustedes podrá librarlos de mí. ¡No se dejen engañar ni seducir por Ezequías! ¡No le crean! Si ningún dios de esas naciones y reinos pudo librarlos de mi poder y del poder de mis antepasados, ¡mucho menos el dios de ustedes podrá librarlos a ustedes de mi mano!” (2 Crónicas 32: 10-12; 14-15, NVI).

Además de esto, los oficiales del rey de Asiria le gritaban al pueblo para infundirles miedo, inclusive lo hacían en lengua hebrea; también se referían al Dios de Jerusalén como si fuera igual a los otros dioses, fabricados por manos humanas (vs. 18-19).

A causa de esto, Ezequías clamó al cielo en oración: “Señor, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: sólo tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra. Tú has h echo los cielos y la tierra. Presta atención, Señor, y escucha; abre tus ojos, Señor, y mira; escucha las palabras que Senaquerib ha mandado a decir para insultar al Dios viviente. (...) Ahora, pues, Señor y Dios nuestro, por favor, sálvanos de su mano, para que todos los reinos de la tierra sepan que sólo tú, Señor, eres Dios.” (2 Reyes: 15-16; 19, NVI).

Dios respondió la oración de Ezequías y lo salvó a él y al pueblo de la mano de Senaquerib, y de todos sus enemigos (2 Crónicas 32: 22).

Muchas veces como cristianos nos encontramos en situaciones parecidas a la descrita anteriormente, nos disponemos a buscar a Dios, nos preparamos cada día para vivir en santidad e integridad, nos comprometemos con el servicio en la iglesia y parecería como que esos fueran los motivos suficientes para comenzar a recibir voces contrarias, es decir, frases y dichos de personas que nos quieren desanimar en nuestra determinación de mantenernos fieles a Dios.
< br />A veces esas voces suelen venir de nuestro entorno más íntimo, de personas a quienes amamos, que no aceptan nuestra fe y nuestra decisión de seguir a Cristo. Es posible que nuestras amistades intenten desanimarnos con argumentos que pretendan refutar la existencia de Dios o la verdad del evangelio.

Posiblemente ante un momento difícil de la vida tengamos que enfrentarnos a frases similares a las que Senaquerib le mandó a decir a Ezequías y al pueblo: “No creas”, “¿En qué se basa tu confianza?”, “Mira tu realidad”, “No te dejes engañar”, “¿No te das cuenta de que no tienes salida?”.

Aunque esas voces que se levantan en contra suenen sofisticadas, contundentes y realistas, nunca tendrán la fuerza y la vehemencia de las palabras simples de una oración elevada al cielo provenientes de un corazón sincero, confiado y fiel.

“Señor, líbrame de los labios mentirosos y de las lenguas embusteras” (Salmo 120:2, NVI).
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Patricia Götz
Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina


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