miércoles, 26 de mayo de 2010

LAS DAMAS DE ARLINGTON

Lectura: Mateo 26:6-13.
"También se contará lo que ésta [mujer] ha hecho, para memoria de ella" Mateo 26:13
En 1948, el Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos notó que nadie había asistido al funeral de un soldado de la fuerza aérea en el Cementerio Nacional de Arlington y eso le perturbó profundamente. Habló con su esposa acerca de su preocupación de que cada soldado recibiera honores en su entierro y ella comenzó un grupo llamado las Damas de Arlington.
Alguien del grupo le rinde honores a cada soldado fallecido asistiendo a su funeral. Las damas también escriben notas personales de pésame y expresan palabras de gratitud a los familiares cuando están presentes. Si es posible, una representante se mantiene en contacto con la familia durante meses después de la ceremonia.
Margaret Mensch, una de las Damas de Arlington, dice: «Lo importante es estar a disposición de las familias… Es un honor… rendirle tributo a los héroes de cada día que forman parte de las fuerzas armadas».
Jesús mostró la importancia de rendir tributo. Después de que una mujer vertiera un costoso perfume sobre Su cabeza, Él dijo que ella sería honrada en los años por venir (Mateo 26:13). Los discípulos estaban indignados y pensaron que este acto había sido un desperdicio, pero Jesús lo llamó «una buena obra» (v. 10) por la que ella sería recordada.
Conocemos a héroes que han dado sus vidas en servicio a Dios y su país. Honrémoslos hoy._
Honramos a Dios cuando nos honramos unos a otros.

MUY APRISA

La aguja del velocímetro fue subiendo y subiendo. Cien, ciento treinta, ciento sesenta. Y ciento sesenta kilómetros por hora es demasiada velocidad para un auto liviano en pavimento mojado. Con tanta velocidad, y con el pavimento resbaladizo, ocurrió lo que tenía que ocurrir.

Arnuldo Circone, de veinticuatro años de edad, amante de la velocidad, no logró entrar al puente del río, y salió volando. Cayó dentro del agua, hundiéndose con todo y auto a veinticinco metros de la orilla. No se mató, pero arruinó su auto. Lo curioso es lo que decía la placa personalizada de su vehículo: «Muy aprisa».

Hay muchos como este joven que llevan la vida muy aprisa, demasiado rápido. La verdad es que llevar la vida a toda velocidad es la característica de los tiempos actuales. Más de cincuenta años atrás, cuando el famoso cómico del cine Charlie Chaplin protagonizó en la película «Tiempos modernos», ya señalaba, con su manera incomparable, el peligro de estos tiempos.

Los días en que vivimos se caracterizan por demasiada rapidez en todas las cosas: demasiada mecanización, demasiado cientificismo, demasiada tecnología, demasiada indiferencia a todos los valores morales. No es extraño que ocurran accidentes a cada paso: accidentes en nuestras carreteras, y lo que es más lamentable, accidentes morales y espirituales en nuestra vida.

Niños y adolescentes caen víctimas de drogadicción. Niñas, sin saber ni qué les está ocurriendo, caen víctimas de embarazos. Y bebés nacen arruinados, cuando deberían apenas estar comenzando a florecer.

El niño se vuelve adolescente de la noche al día. El adolescente se convierte en adulto sin la experiencia necesaria para actuar con sensatez. Y el adulto llega a viejo antes de tiempo, por el mismo paso vertiginoso de la vida. Como que el aumento de la potencia de nuestros vehículos, en las calles y en el aire, ha contagiado al mundo con el frenesí de la velocidad.

¿Quién puede ponerle freno a este loco desbarajuste? Las leyes humanas no han podido hacerlo. La cultura tampoco lo ha logrado. Ni siquiera la religión ha podido cambiar este delirio que está matando a nuestra sociedad.

Sólo Jesucristo puede frenar las pasiones del alma, dominar la locura frenética, corregir lo deficiente, y ordenar lo desorbitado. Sólo Él regenera el alma humana a las mil maravillas. Sólo Él nos devuelve la justicia perdida. No sigamos nuestro camino solos. Coronemos a Cristo como Rey de nuestro ser, y Él pondrá en orden nuestra vida.

Hermano Pablo