miércoles, 13 de abril de 2011

MIL NOVENTA Y CINCO BESOS DE AMOR

El hombre, de sesenta y cinco años de edad, se inclinó sobre su esposa. Ella estaba dormida, dormida profundamente. Él depositó un suave beso en su mejilla y le dijo: «Pronto te sentirás bien, querida.»

Al otro día le dio el mismo beso y le dijo las mismas palabras. Así hizo día tras día, durante mil noventa y cinco días, todo el tiempo que la esposa estuvo en coma.

Eran José Brasher y su esposa Bárbara. Ella, en una Navidad, había sufrido la ruptura de una arteria cerebral y había estado en coma por tres años. Al fin de tantos besos y de tantos días, Bárbara abrió los ojos y dijo: «¡Feliz Navidad, amor mío!» De ahí que concluyera: «Dios, y los besos de mis esposo, me trajeron de vuelta.»

Esta es una verdadera historia de amor. Es más, es una historia de amor, de fe y de esperanza, las tres grandes virtudes cristianas. Bárbara sufrió un coma que duró tres años. Cada día su esposo la visitó en el hospital, y cada día de esos tres años él depositó un beso en su mejilla y una oración en su oído. Y finalmente el amor, la fe y la esperanza dieron resultado. Fue así como Bárbara quedó perfectamente bien.

¡Qué poder tiene un beso! ¡Cómo puede cambiar, en un momento, la noche en día, la pena en alegría, la lágrima en sonrisa, y la angustia en gozo! Basta un solo beso —un beso de verdadero y genuino amor entre esposos— para que vuelva la felicidad, se fortalezca el amor, cambie el corazón y se disipe el dolor. Pero tiene que ser un beso de amor y no de compromiso, ni de pasión, ni de misericordia ni de complacencia. Tiene que ser un beso que brota del amor —legítimo, humano y fiel— que llena el corazón de los dos.

Los que estamos casados, ¿amamos a nuestro cónyuge? ¿Perdura entre nosotros la absoluta fidelidad a los votos que un día nos hicimos ante el representante de Dios? ¿Nos tratamos con cariño y comprensión? ¿Son más fuertes el amor, el enlace, el vínculo y el compromiso que las desavenencias, la discordia, el antagonismo y la contrariedad? Si la respuesta es negativa, hay una nube negra que se ha puesto sobre nuestro hogar que, si no se disipa, lo destruirá.

Insistamos, de voluntad y de corazón, que la persona de Cristo, el Autor del matrimonio, sea la cabeza invisible pero permanente de nuestro hogar. Con Cristo en el corazón, seremos más propensos a dar besos de verdadero amor a la esposa o al esposo. Sólo Cristo puede transformar la vida de cada uno. Sólo Él da ese amor que se sobrepone a toda prueba. Cuando Él es el Señor de nuestro matrimonio, podemos disfrutar como nunca de ese amor puro y permanente.

Hermano Pablo

NO TE RINDAS NUNCA

Una vez más, la joven maestra leyó la nota adjunta a la hermosa planta de hiedra.

“Gracias a las semillas que usted plantó, algún día seremos como esta hermosa planta. Le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotras. Gracias por invertir tiempo en nuestras vidas”.

Una amplia sonrisa iluminó el rostro de la maestra mientras por sus mejillas corrían lágrimas de agradecimiento. Como el único leproso que manifestó gratitud hacia Jesús cuando fue sanado, las chicas a quienes les había dado clase en la escuela dominical, se acordaban de agradecer a su maestra. La planta de hiedra representaba un regalo de amor.

Durante meses la maestra regó fielmente la planta en crecimiento. Cada vez que la miraba, recordaba a esas adolescentes especiales y eso la animaba a seguir enseñando.

Pero al cabo de un año, algo sucedió. Las hojas empezaron a ponerse amarillas y a caerse; todas, menos una. Pensó en deshacerse de la hiedra, pero decidió seguir regándola y fertilizándola. Un día, al pasar por la cocina, la maestra vio que la planta tenía un brote nuevo. Unos días después, apareció otra hoja, y luego otra más. En pocos meses, la hiedra estaba otra vez convirtiéndose en una hermosa planta.

Henry Drummond dice: “No pienses que no pasa nada, simplemente, porque no ves tu crecimiento, o no escuchas el zumbido de los motores. Las grandes cosas crecen silenciosamente”.

Hay pocas alegrías más grandes que la bendición de invertir fielmente amor y tiempo en las vidas de otras personas. ¡Nunca, nunca te des por vencido con esas plantas!

No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. —Gálatas 6:9

EL NO DUERME

Lectura: Salmo 12
"No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda" Salmo 121:3
Las jirafas tienen el ciclo de sueño más breve de todos los mamíferos. Sólo duermen entre 10 y 120 minutos cada 24 horas, lo que hace un promedio de 1,9 horas por día. Dado que estos animales aparentan estar siempre despiertos, en este sentido no tienen mucho en común con la mayoría de los seres humanos. Si nosotros durmiéramos tan poco, tal vez significaría que padecemos alguna clase de insomnio. Sin embargo, en el caso de las jirafas, no es una enfermedad del sueño lo que las mantiene despiertas, sino que es simplemente la forma en que Dios las ha hecho.
Si piensas que 1,9 horas por día es dormir poco, considera este concepto sobre el Creador de nuestros espigados amigos animales: Nuestro Padre celestial nunca duerme.
Al referirse al permanente interés de Dios en nosotros, el salmista declara: «No se dormirá el que te guarda» (Salmo 121:3). En el contexto de este salmo, el escritor deja claro que el desvelo vigilante del Señor es para nuestro bien. El versículo 5 dice: «Jehová es tu guardador». Dios nos guarda, nos protege y nos cuida sin tener necesidad de recuperarse. Nuestro Protector está buscando permanentemente nuestro bien. Como dice un himno: «Él nunca duerme, nunca se adormece. Él me vigila de noche y de día».
¿Estás enfrentando dificultades? Acude a Aquel que nunca duerme. Cada segundo del día, permítele que guarde «tu salida y tu entrada» (v. 8).
Aquel que sustenta el universo nunca te defraudará.