Era un gigante de los mares: un gigante feliz, hijo del vasto mar. Podía nadar a cincuenta kilómetros por hora, zambullirse a más de cien metros, y luego saltar sin inhibiciones en el aire para caer con todo su enorme peso de treinta toneladas en las azules aguas de la costa de México.
Era una ballena gris, que vagabundeaba libremente por todo el Pacífico.
Un triste día metió la cabeza en una espesa red de cazar tiburones. Con esa red encima el gigante no podría comer. Podría soportar el hambre varias semanas, quizá meses. Pero tarde o temprano moriría. La red donde metió la cabeza sería su muerte. Así ocurrió con esta ballena.
Da pena pensar en este campeón de los mares. La ballena gris nada continuamente en el Pacífico, desde Alaska hasta México. Se alimenta tragándose media tonelada de agua y expulsándola luego a través de las barbas de la boca. Quedan en su boca, como alimento, los crustáceos apresados. Pero si la red la atrapa, no la deja comer. Y tarde o temprano tiene que sucumbir sin remedio.
Así mismo hay personas que se ven apresadas en redes mortales. Son redes que entorpecen la conciencia, nublan la razón, oscurecen la mente y debilitan la voluntad. Aunque no traban los miembros físicos del cuerpo, estas redes traban el criterio, el sentido moral, la inteligencia y la razón.
Esta vez no nos estamos refiriendo a las redes del alcohol y de la droga, que en definitiva nos aprisionan, sino a las redes de los apetitos sensuales y las pasiones desorbitadas, que nos envuelven y nos oprimen con sus mallas aplastantes. Al principio son redes sutiles. Ni siquiera se advierte que son redes. Pero poco a poco se van engrosando hasta estrangular a su víctima y trabar por completo la conciencia y la voluntad.
El que cede a la tentación del engaño, de la mentira, de la falsedad, no se da cuenta de que se está enredando en una red fatal. Así mismo el que comete adulterio no piensa que está metiéndose dentro de una red mortal. Sin embargo, las mallas del pecado no soltarán jamás a ningún infractor de las leyes morales de Dios. Es un conquistado sin refugio alguno.
¿Hay alguna salvedad para el que se hace víctima de una de estas redes? Sí, la hay. Jesucristo puede cortar esas mallas. Lo ha hecho para millones de personas. Busquemos en Cristo nuestra liberación. Él quiere ser nuestro amigo. Él quiere y puede salvarnos.
Hermano Pablo.