sábado, 30 de enero de 2010

CUANDO EL CORAZÓN DEJA DE LATIR

El caso se presentaba muy difícil. Se trataba de una infección de origen desconocido, que oprimía el corazón de la pequeña Allison, de tres años de edad. Los síntomas evidentes eran deshidratación intensa, pulso imperceptible, presión arterial bajísima y fiebre incontrolable. La niñita estaba en condición agónica.

La doctora, Elizabeth Contreras, pediatra del Hospital «San José» de Pontiac, Michigan, echó mano de toda su ciencia médica. Extrajo de toda su erudición y experiencia cuanto pudo para salvar a la criatura, pero Allison no reaccionaba.

Por fin, el corazón de la pequeña dejó de latir. Clínicamente, Allison murió. Uno de los cirujanos pronunció: «La niña ha muerto», a lo que la doctora contestó: «Dios todavía puede intervenir.»

En ese momento, la doctora Contreras echó mano de toda su fe. Dejando el quirófano y encerrándose sola en un pequeño cuarto contiguo, oró intensamente pidiéndole a Dios que le concediera la vida de Allison. Mientras oraba, hubo un toque a su puerta. La niña, de repente, había reaccionado.

En pocas horas, Allison estaba fuera de peligro. El comentario de la doctora Contreras fue: «Dios hizo lo que yo ya no podía hacer.»

Hay momentos en la vida cuando toda esperanza se ha esfumado, momentos en que todo parece derrumbarse, momentos trágicos que sólo Dios puede solucionar. Esa era la condición de la pequeña Allison. Pero siempre queda Dios.

La ciencia positivista rechaza la intervención divina en los asuntos humanos. El racionalista no da lugar a lo espiritual. Si algo va más allá de lo que es científicamente comprobable, él no lo acepta. La vida material ciega los ojos del alma, y el hombre moderno, infatuado en sus opiniones, no ve a Dios.

Sin embargo, Dios existe. El Espíritu de Dios actúa en todos los planos de la vida humana, y la Biblia, eterna Palabra de Dios, sigue siendo la base de fe y esperanza para el que cree en Dios de todo corazón. Hay, ciertamente, situaciones que no comprendemos, dolores y angustias que temporalmente nos roban la fe, pero Cristo vive y puede actuar en las aflicciones de quienes lo buscamos.

Dios está siempre dispuesto a responder al clamor de los que con sinceridad y fe clamamos a Él. Sólo espera que clamemos: «¡Señor, ayúdame!»

Hermano Pablo