viernes, 27 de mayo de 2011

CUANDO SE NOS CAE EL ESCENARIO

Todo iba perfectamente bien en el ensayo general. El Teatro de la Maestranza, en Sevilla, España, lucía como en sus mejores tiempos. Una compañía francesa habría de estrenar la célebre ópera «Otello» del gran maestro Verdi. Se hallaban en el primer acto, y cantaba Plácido Domingo.

De pronto, con estrépito, toda la tramoya se vino abajo. Cien personas que estaban en el escenario corrieron despavoridas. Diez de ellas salieron heridas, y una joven francesa, Annitk Jossette, quedó muerta en la escena.

Pocas veces ocurre que todo el escenario de un teatro se derrumbe por completo. Accidentes de menor cuantía abundan en la vida del teatro, pero que en un sólo ensayo, y con cien personas en escena, todo se venga abajo, ocurre muy pocas veces. «Gajes del oficio», comentó uno de los heridos.

Ahora bien, podrá caerse la tramoya de un teatro, pero es cosa muy distinta que se venga al suelo la estructura entera de nuestra vida.

¿Qué hacer cuando lo que hemos pacientemente creado, edificado y cuidado a lo largo de muchos años —una buena posición económica, una linda familia, prestigio social, un agradable círculo de amistades y deleitosas actividades— se viene de pronto abajo?

¿Cuando el médico, por ejemplo, nos dice: «Lo que usted tiene, señor, es cáncer, y sólo le quedan seis meses de vida», qué podemos hacer?

O ¿qué hacer cuando por un derrumbe económico todo lo que teníamos ganado se reduce a nada, y casa y ahorros y trabajo se esfuman?

O ¿qué puede hacer la señora cuando el esposo, padre y jefe del hogar anuncia que otra mujer ha tomado el lugar de ella?

Los del Teatro de la Maestranza de Sevilla comenzaron a retirar con paciencia todas las tablas, telones, cables y luces que se habían venido abajo, y a los dos días reiniciaron el ensayo. Pero nosotros, ¿qué podemos hacer?

Cuando todo se viene abajo, necesitamos dos cosas. Una, por supuesto, es la solución a nuestro problema inmediato. La otra, y esta es la más importante porque permanece toda la vida, es una fe inquebrantable en la persona de Jesucristo. Cuando sabemos que Dios, en la persona de Cristo, es nuestro amigo, la vida entera, con todos sus problemas, se hace soportable.

Cristo desea estar a nuestro lado para ayudarnos a través de las vicisitudes de esta vida. Invitémoslo a que sea nuestro amigo.

Hermano Pablo

ENTRE EL MUNDO Y EL CIELO

"Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí, el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
El enjugará toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas han pasado.
Y el que está sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas." (Apocalipsis 21:3-5)
"La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera." (Apocalipsis 21:23)


No nos alcanza la imaginación para pensar el cielo futuro. Resulta casi imposible imaginar un lugar donde nada, absolutamente nada nos aqueje, nos preocupe, nos apene. D onde sólo exista el gozo y donde podamos ver a nuestro Padre. Donde residen la justicia y el bien, ese cielo tan hermoso y maravilloso que no podemos pensar.

Nuestro mundo, en cambio, nos ofrece otro panorama: familias destrozadas, hijos abandonados, violencia, generaciones perdidas por las drogas, villas, personas que mueren cada segundo de hambre, sed o sida, pobreza, corrupción, desdicha, guerras, asesinatos, inseguridad, gente en las calles hurgando la basura para comer… la lista es cada vez peor y demasiado extensa.

Entre el cielo prometido y el mundo en que vivimos hay un abismo: contrapongamos las calles de oro con nuestras calles plagadas de miseria donde la basura y el hombre son la misma cosa. O la ausencia de muerte y la alegría con el dolor de ver morir de hambre a millones.

Y en el medio, nosotros, los cristianos que vivimos hoy en este planeta pero ya hemos comenzado a vivir el cielo, porque somos ciudadanos del Reino de Cielo s, porque el Señor está aquí con nosotros y nos deja gozar de sus beneficios también en esta vida. Hoy hay pena pero tenemos consuelo. Hoy hay preocupaciones pero tenemos esperanza. Y es que hoy contamos con Él en nuestra vida.

Pero hay todo un mundo que aún solo experimenta tristeza, un mundo que ve cada vez más oscuro el futuro y la esperanza es una palabra linda que sólo suena en las canciones. ¿Dónde está el cielo para ellos?

Nosotros tenemos nuestro cielo ahora pero no siempre lo compartimos y nos quedamos absortos viendo como este mundo se pudre.

Mostremos las puertas al cielo, compartamos la felicidad de experimentar a Cristo en la vida y gocemos que muchos otros gocen el cielo con nosotros. Mostremos la mano que a nosotros nos rescató, el camino que un día decidimos tomar. Ese que nos hace vivir hoy y mañana al cielo mismo.

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
meryrueda

SER SANADO

Lectura: Juan 5:1-9.
"¿Quieres ser sano?" Juan 5:6
Las uvas de la ira, la novela de John Steinbeck, ganadora del premio Pulitzer, comienza con una escena en Oklahoma, una zona arrasada por la sequía durante la Gran Depresión. Entre las semillas resecas y la tierra ahogada por el polvo, las mujeres miraban a los hombres para ver si se derrumbaban bajo tanta presión. Al ver que ellos estaban dispuestos a seguir adelante, ellas cobraron ánimo. Steinbeck escribe: «En lo profundo de su ser, las mujeres y los niños sabían que, si los hombres se mantenían enteros, ninguna desgracia sería demasiado tremenda». El tema no era la felicidad, ni la prosperidad ni la satisfacción, sino la entereza. Esto es lo que más necesitamos todos.
En la versión Reina-Valera de la Biblia, la palabra sano suele utilizarse al narrar situaciones donde Jesús curaba físicamente a las personas. Por eso, cuando el Señor se encontró con un hombre que había estado paralítico durante 38 años, le preguntó: «¿Quieres ser sano?» (Juan 5:5-6). Entonces, después de sanarlo, lo desafió para que también alcanzara la plena sanidad espiritual, diciéndole: «Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor» (v. 14).
Si sólo buscamos algo que Jesús pueda hacer a nuestro favor, nuestra relación con Él será limitada. Cuando lo que queremos es a Él mismo, eso trae plenitud a nuestras vidas. Para Cristo, lo primero y más importante es sanar todo nuestro ser.
Sólo Jesús puede sanar completamente una vida quebrantada.