lunes, 3 de noviembre de 2008
GUIADOS POR EL ESPIRITU DE DIOS
(Leer Romanos 8:11-14)
Un hecho importante es que el Espíritu de Dios mora en nosotros. Esto tiene que ver con la resurrección de nuestro cuerpo mortal. Nuestro cuerpo todavía está sujeto a las consecuencias del pecado: puede enfermarse y también puede morir; pero consideremos lo que Dios ha hecho con el Señor Jesús: lo levantó de entre los muertos.
Tal y como lo hizo con el Señor Jesús, Dios también resucitará nuestros cuerpos mortales, porque su Espíritu vive en nosotros. (Lea Filipenses 3:20-21). Todo esto nos impone cierta responsabilidad. Dios nos ha provisto de todo lo que necesitamos para vivir de acuerdo con la posición que Él nos ha dado, a saber, la vida nueva y el Espíritu Santo. Ya no tenemos ninguna obligación para con la carne.
Ella no tiene derecho sobre nosotros, porque hemos muerto respecto a nuestra vida pasada. Todavía tenemos la carne en nosotros, pero no debemos darle la oportunidad de hacerse valer. Quitémosle cualquier ocasión de volver a tener autoridad en nuestra vida. Por el poder del Espíritu, podremos imponer silencio a las insinuaciones del pecado en nuestro cuerpo que quieren llevarnos al mal.
Así experimentaremos la vida de Dios tal como Él quiere. Los hijos de Dios son las personas que Dios ve a través del Señor Jesús. Él hacía todo para la gloria de Dios y Dios encontró en Él su complacencia. Si nos dejamos guiar por el Espíritu, Dios también sentirá gozo por nosotros.
DOS MEJORES AMIGOS
Y ESTO INICIO ASÍ:
Yo nunca volví a saber de mi amigo hasta el día de ayer, después de 10 años, que caminando por la calle me encontré a su madre. La saludé y le pregunté por mi amigo. En ese momento sus ojos se llenaron de lágrimas y me miró a los ojos diciendo: murió ayer… No supe qué decir, ella me seguía mirando y pregunté cómo había muerto.
Ella me invitó a su casa, al llegar allí me ofreció sentarme en la sala vieja donde pasé gran parte de mi vida, siempre jugábamos ahí mi amigo y yo. Me senté y ella comenzó a contarme la triste historia. Hace 2 años le diagnosticaron una rara enfermedad, y su cura era recibir cada mes una transfusión de sangre durante 3 meses, pero ¿recuerdas que su sangre era muy rara?, sí, lo sé, igual que la tuya…
Estuvimos buscando donadores y al fin encontramos a un señor vagabundo.
Tu amigo, como te acordarás, era muy testarudo, no quiso recibir la sangre del vagabundo. Él decía que de la única persona que recibiría sangre sería de ti, pero no quiso que te buscáramos, él decía todas las noches: no lo busquen, estoy seguro que mañana si vendrá… Así pasaron los meses, y todas las noches se sentaba en esa misma silla donde estás tú sentado y rezaba para que te acordaras de él y vinieras a la mañana siguiente. Así acabó su vida y en la última noche de su vida, estaba muy mal, y sonriendo me dijo: madre mía, yo sé que pronto mi amigo vendrá, pregúntale por qué tardó tanto y dale esa nota que está en mi cajón.
La señora se levantó, regresó y me entregó la nota que decía:
Amigo mío, sabía que vendrías, tardaste un poco pero no importa, lo importante es que viniste. Ahora te estoy esperando en otro sitio espero que tardes en llegar, pero mientras tanto quiero decirte que todas las noches rezaré por ti y desde el cielo te estaré cuidando mi querido mejor amigo. ¡Ah, por cierto, ¿te acuerdas por qué nos distanciamos? sí, fue porque no te quise prestar mi pelota nueva, jaja, qué tiempos… éramos insoportables, bueno pues quiero decirte que te la regalo y espero que te guste mucho. Te quiere mucho: tu amigo por siempre.
‘No dejes que tu orgullo pueda más que tú corazón…
La amistad es como el mar, se ve el principio pero no el final’
HERIDAS QUE PRODUCEN SANIDAD
[Dios] nos consuela . . . para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación. —2 Corintios 1:4
Hace años pasé por una época de dolorosa pérdida emocional. Un amigo misionero que había experimentado una situación similar me consoló y luego me ofreció estas palabras: «En el futuro, Cristo puede usar tus heridas emocionales para ayudar a sanar a otros». Posteriormente, en un viaje de visita a una escuela de capacitación misionera, el lugar donde me hospedé tenía un retrato de las manos de Jesús atravesadas por clavos. Debajo de éste, sobre un atril, estaba la partitura del himno «Él me tocó».
Rara vez he experimentado una cadena de circunstancias que me hablaran de manera tan vívida con respecto a la situación en que me encontraba. En Su providencia llena de gracia, Dios las usó para consolarme y dirigirme. Se hizo evidente que la sanidad fluye desde las manos heridas de Jesús y que nuestras heridas pueden ayudar a los demás.
En retrospectiva, he aprendido cómo el consuelo de Dios en el sufrimiento puede construir puentes para aquellos que están sufriendo. Pablo explicó esto con gran claridad: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios» (2 Co. 1:3-4).
¿Le estás llevando tu dolor emocional a Dios? Su sanidad espiritual puede ayudarte a brindar consuelo a los demás, así como, por medio de Cristo, mi amigo me consoló a mí.
Cristo se quebrantó por nosotros para consolar a los quebrantados entre nosotros.