sábado, 24 de enero de 2009

HOY SE QUE ÉL ES MI SANADOR

“Sabiendo esto Jesús, se apartó de allí, y le siguió mucha gente, y sanaba a todos”. Mateo 12:15
Una masa horrenda de enfermedad se arremolinaba alrededor de Jesús. Él no se disgustaba ante tal aglomeración de enfermedades, más pacientemente atendía cada caso. Una gran variedad de maldades él también encontró a su paso. Llagas cancerosas, cegueras inconcebibles, parálisis injustas y sorderas desgarrantes, salían a su paso. Lepras inmundas y sistemas nerviosos desajustados, corrían detrás de él y él camino en medio de esa masa espeluznante y caminaba con vencedor.
Cada enfermedad caía de rodillas frente al bendito Maestro. Ante él huía desesperado el calor de la fiebre o el frío de la hidropesía, el letargo de la parálisis o la saña de la locura. Temblaba ante su presencia la inmundicia de la lepra o la locura del oftalmía porque todas estas enfermedades conocían el poder de su palabra y ante su mandato todas ellas huían.
En cada rincón del campo Él era triunfante sobre la maldad, y recibió el homenaje de prisioneros entregados. Él vino, Él vio, Él conquistó en todos lados. Es aún así hoy. Cualquiera que sea mi caso el médico amado me puede sanar y cualquiera sea el estado de otros yo se que el puede sanarlos y hoy podré orar por ellos. Hoy quiero tener la esperanza de que Jesús puede y quiere sanar mis enfermedades físicas, emocionales o espirituales.
Hoy estoy plenamente seguro que quién por la tierra caminó sanando a todos los enfermos por su gracia y poder, hoy también camina por los hospitales y clínicas, por las casas y por las habitaciones olorosas a antibióticos y medicinas, para sanar si así lo creemos.
Hoy puedo alabar al Señor sanador, porque recuerdo las veces que él sanó mis heridas. ÈL tomó sobre si mismo nuestras enfermedades. Por sus llagas fuimos nosotros curados. La Iglesia de Cristo sobre la tierra está llena de almas sanadas por el amado médico y los habitantes del cielo también testifican que en algún momento él los sanó a todos. Ven, alma mía, publica a lo lejos la virtud de su gracia y proclama que el Señor es el médico divino quien quiere y puede sanar. Hoy puedo ver su poder sanador en mi.

Señor, Gracias por ser mi sanador. Son muchas las veces que he visto el poder sanador de tu mano sobre mi mente, alma y cuerpo. Tu amor me sana. Hoy quiero traer ante ti mis dolores y quebrantos y confiar en que tu eres el dador de la vida y de la salud. Quiero creer completamente en ti. Se que por tus llagas yo fui sanado. El médico divino eres tú y ante tu presencia me humillo para decirte, gracias, muchas gracias Señor por darme la salud. Con amor extiendes tu mano y yo por la fe extiendo la mía para recibir de ti, la salud. Amén

LA TORMENTA

Kirby había esperado toda la semana por este día. Él y su mejor amigo Austin habían juntado todo tipo de envases para usar como moldes en su castillo de arena. Hasta habían dibujado un plano. Este año, sabían que podrían ganar el premio por el mejor castillo de arena de su categoría.
Llegaron temprano a la playa y marcaron su área. Se pusieron a trabajar enseguida. Había niños de todas las edades construyendo castillos de arena. El de Kirby y Austin adelantaba rápido y se veía magnífico.
Kirby acabada de volcar el último molde de arena sobre la torre cuando un niño que perseguía a otro, muy robusto, pasó corriendo. Justo cuando el niño grandote llegó al castillo lo saltó, pero el que lo perseguía no tenía piernas tan largas y derrumbó una parte grande. Y lo peor, ambos rieron mientras se alejaban corriendo. Austin estaba atónito, pero Kirby estaba furioso
-¡NO…NO…NO! -gritó-. ¿POR QUÉ? -entonces tomó el cubo más grande y comenzó a derribar el castillo mientras gritaba. Echaba arena a todas partes y en segundos el precioso castillo ya no existía.
-¡Kirby! -le gritó Austin-. Lo podíamos haber arreglado. Oh, ¡qué mal!
Austin se alejó.
La mamá de Austin, que los había acompañado a la playa, se acercó y se juntó junto a Kirby.
-Kirby -le dijo-, cuando permites que tu ira te indique qué hacer, nadie gana. Tú, menos que nadie. Al final, fuiste tú con tu ira quien destrozó el castillo, y no esos niños.
Cuando alguien te hace enojar, cuenta hasta diez antes de actuar o hablar. Pídele a Dios que te ayude a no responder con ira.
La ira en sí daña más que la condición que lo causó.
Controla tu ira.

El que es iracundo provoca contiendas; el que es paciente las apacigua.Proverbios 15:18

LA COACCION DEL HIGADO DE BACALAO

Lectura: Juan 16:8-11
Pero cuando venga el Consolador, ... , el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. —Juan 15:26
Una mujer trajo una botella de aceite de hígado de bacalao para darle a su perro para que éste pudiera tener un pelaje más saludable y brillante. Cada mañana, ella hacía palanca para abrirle la mandíbula al perro y le introducía el líquido por la garganta. El animal luchaba, pero ella persistía. ¡No sabe lo que es bueno para él! —pensaba. Fielmente ella repetía el proceso cada día.
Sin embargo, un día la botella se volcó y ella soltó al perro tan sólo por un momento para limpiar el aceite que había caído. El perro olfateó el líquido con olor a pescado y comenzó a beber a lengüetazos lo que la mujer había derramado. De hecho le encantaba la sustancia. ¡Simplemente había estado rechazando el ser coaccionado!
Algunas veces usamos un método similar para hablarles a los demás acerca de Cristo. Se le llama acorralamiento y es un tipo de enfrentamiento de tipo intenso y directo. Si bien deseamos seriamente compartir el Evangelio, puede que en vez de ello terminemos ahuyentando a las personas. En nuestro intento sincero pero excesivamente entusiasta, creamos resistencia.
Somos llamados a compartir las buenas nuevas, pero no somos responsables de que alguien acepte o rechace a Cristo. No es nuestra labor tratar de convencer a alguien de pecado. Eso es responsabilidad del Espíritu Santo (Juan 16:8).
Sé sensible al compartir con los demás acerca del sacrificio de Cristo. Percibe cuándo aminorar la marcha y deja que Dios y Su Palabra hagan la labor de convicción y atracción hacia Sí mismo.
El Espíritu convence para que Cristo pueda purificar