Recuerdo una historia que una vez alguien contó de un hombre que murió en la calle. A plena luz del día, entre gente que iba y venía. Su juventud lo había abandonado, pero no los deseos de servir a su Dios.
Viejo y cansado, el piso mil veces andado de una peatonal le vino a recibir cuando cayó y entregó su último respiro. En aquel momento me fue como un golpe en el pecho escuchar lo que este hombre estaba haciendo en el momento en que la muerte lo sorprendió: repartía esperanza, luz y vida. Cuando lo levantaron, entre sus dedos quedaban algunos de los tratados con la Palabra de Dios que no alcanzó a entregar.
Mi primer pensamiento fue: ¿así muere un siervo de Dios? Solo, de repente, en la calle, mientras hacía algo por los demás. ¿Qué tipo de trato por parte de Dios era este? No lo podía entender.
< br />Al análisis liviano y meramente humano, una historia cruel y triste, que casi pinta a un Dios tirano, ajeno, lejano y desentendido de los suyos.
Cuántas veces nos pasa en nuestro andar diario el formular pensamientos errados sobre Dios, derivados de nuestro oscurecido entendimiento, de falta de conocimiento verdadero, de una incorrecta manera de ver la vida. La cruz de Cristo viene allí a nuestra ayuda, mientras nosotros miramos como por un lente mal enfocado que sólo proporciona una escena borrosa, el Señor Jesucristo y su obra perfecta en la cruz, además de salvación y vida eterna, vienen a proporcionarnos los ajustes necesarios para que nuestra mirada de la realidad se vuelva nítida y enfocada en lo que verdaderamente cuenta: la voluntad del Padre.
En Hebreos 10:5-7a leemos
“Por lo cual, entrando (Cristo) en el mundo dice:
Sacrificio y ofrenda no quisiste;
Mas me preparaste cuerpo.
Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad…”
Dios le preparó a su Hijo un cuerpo, y el Hijo aunque existía con el mismo ser de Dios no se aferró a su igualdad con Él, sino que renunciando a lo que era suyo tomó naturaleza de siervo. Se presentó como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y no una muerte cualquiera sino una muerte de cruz. (tomado de Filipenses 2:6-8)
El Hijo sabía que el Padre no tenía agrado ni en sacrificio ni ofrenda, holocaustos y expiaciones no alcanzaban para cubrir la maldad y el pecado de la humanidad, por eso se le preparó un cuerpo y ya en ese cuerpo no rehusó nunca obediencia, sino que desde el principio dijo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad.”
Lo más bajo para Dios: hacerse hombre, tomar naturaleza de siervo, es lo más alto a lo que nosotros podemos aspirar. Como seres humanos que so mos, también hemos recibido cuerpo, pero a diferencia de Cristo, no hemos renunciado a nada, sin embargo cuánto nos cuesta poder decir: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.”
La historia del hombre que murió en la calle no debe inquietarnos, debemos aprender a mirarla con el lente de la cruz. En algún momento de su vida este siervo aspiró a lo más alto que puede aspirar una criatura de Dios y dijo: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.” Y no sólo fueron palabras sino que vivió y murió conforme a aquella decisión.
Dios no le abandonó en medio de su servicio, cuando ya viejo y cansado no le servía más, sino que le dio el privilegio de morir haciendo su voluntad. Nada le negó al Señor, ni su último día, ni sus últimas fuerzas, ni su último aliento, todo lo entregó a Aquél que se entregó por él primero.
Qué precioso tesoro llegar a ese entendimiento, a esa convicción. El Señor lo miró con amor desde el cielo y le dijo: Hijo fiel y bueno, ven ya, entra y alégrate conmigo.
Gracias a Cristo ya no son más necesarios los antiguos sacrificios, la deuda ha sido cancelada, las demandas de justicia satisfechas. Aunque nada de lo que podamos ofrecer reemplaza a lo que Cristo ya ha hecho por nosotros, Dios siempre ha querido una misma cosa: a nosotros mismos, presentados como ofrenda viva, apartada sólo para Él, agradable en obediencia y conforme a su perfecta voluntad. No nos neguemos el privilegio de vivir sólo para Él, no nos reservemos nada para con Aquél que nos ha dado todo.
Romanos 12: 1-2
“Por
tanto, hermanos míos, les ruego por la misericordia de Dios que se
presenten ustedes mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios.
Éste es el verdadero culto que deben ofrecer. No vivan ya según los
criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar
para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad
de Dios, es decir, lo que es b
ueno, lo que le es grato, lo que es perfecto.”