domingo, 1 de abril de 2012

UN SOLO VIAJE MÁS

Durante treinta años había manejado por la misma ruta. Durante treinta años había guiado el autobús por en medio de rectas, curvas y barrancos. Treinta años sus férreas manos habían empuñado el volante, y treinta años había llevado y traído pasajeros en la ruta de Granada-Málaga, reino de España.

Pero con treinta años de trabajo, José Mancera Sánchez, de cincuenta y nueve años de edad, podía jubilarse. No tenía que seguir esa cansada y monótona tarea. Su pensión de jubilación sería menos que su salario si seguía trabajando, pero con algunos ahorros que había hecho, podría subsistir.

Quiso, sin embargo, hacer un último viaje. Sería su viaje de despedida. «Me jubilaré —había dicho— después de este último viaje.» Pero ese fue, en efecto, su último viaje. José Mancera Sánchez se desmayó en el volante, y el autobús, con cuarenta y un pasajeros a bordo, se precipitó a un barranco de veinticinco metros de profundidad. Hubo muchos heridos, y perdieron la vida Mancera y cinco pasajeros más.

¿Cuántas cosas nos ocurren por querer hacer «un viaje más»? ¿Y cuántas veces el sentido de la prudencia y la voz de la conciencia se unen para gritarnos: «¡Basta ya!, es hora de dejar eso»? Pero atenuamos ese grito convencidos de que es «una sola vez más».

¿Cuántas veces no ha ocurrido que un hombre lleno de alcohol insiste en tomar una sola copa más, y es esa copa la que le causa el accidente fatal? Así le pasa al joven que anda en el narcotráfico e insiste en hacer un solo negocio más, y es esa última venta la que lo manda a la prisión federal.

¿Y qué del «caballero» que, enredado en un amor prohibido, siente la voz de la conciencia que le dice: «Deja eso de una vez», pero sigue entregándose al gusto de la seducción, y ese último gusto resulta en su ruina? Por insistir en «una aventura más» sufre la total destrucción de su hogar.

Es importante aclarar que no es sólo el último pecado el que destruye. Toda infracción destruye. Pero cuando insistimos al extremo, no sólo perdemos años de tranquilidad, sino que ese último desenfreno puede costarnos la vida.

Reaccionemos ahora mismo antes que nuestra desmesura nos corte la existencia. Busquemos la ayuda de Dios. Jesucristo ofrece librarnos de toda senda resbaladiza, de todo precipicio siniestro y de toda costumbre mortal. Él quiere darnos la sensatez, la conciencia y la razón necesarias para no caer nunca en el mal. Cristo es el único Salvador que tenemos, nuestro único Maestro y Guía. Permitámosle que sea no sólo un verdadero amigo como ningún otro, sino también el único Piloto de nuestra vida.

Hermano Pablo

LA FAMILIA DE DIOS


Una joven cristiana, oriunda de Venezuela, deseaba participar de un evento juvenil cristiano, que se llevaría a cabo en Buenos aires, Argentina. Luego de comprar el boleto de avión, su familia comenzó a contactarse con hermanos que pudieran darles alguna referencia de cristianos de ese país, para conseguir un lugar donde la joven pudiera alojarse. A través de hermanos residentes en Europa, lograron establecer contacto con una familia argentina, que se ofreció con mucho amor a hospedarla y asistirla en lo que fuese necesario. Aunque suene extraño, el sueño de esta joven comenzó en Venezuela, paseó por Europa y finalmente se concretó en Argentina.

Probablemente algunas personas puedan pensar que todo esto se logró gracias a la eficacia de la tecnología, pero es conveniente decir que, sin un receptor con un corazón dispuesto a bendecir a otros, ningún correo electrónico hubiera sido eficaz. El amor en acción fue la clave. El resultado, acciones de gracias a Dios.

Qué maravilloso don es la hermandad en Cristo, “siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás” (Romanos 12¬:5, NVI). No hay distancia ni frontera que pueda quebrar ese lazo que nos une como hermanos, lazo invisible que muchas veces nos lleva a orar o a realizar algo por alguno de ellos, aunque nunca le hayamos visto personalmente y solo conozcamos su nombre.

En el cuerpo de Cristo encontramos todo lo que necesitamos para edificarnos como cristianos, según los dones que han sido dado por Dios: “Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado” (Romanos 12:6, NVI). Allí somos exhortados, animados, asistidos, enseñados, socorridos, dirigidos, etcétera.

Muchas veces Satanás susurra al oído de los escog idos de Dios enunciados falsos sobre la hermandad en Cristo, sugiere supuestos mentirosos sobre los miembros de la familia de Dios y utiliza toda clase de calumnias y ataques en contra de la unidad de la iglesia. Por eso es importante estar atentos, “pues no ignoramos sus artimañas” (2 Corintios 2:11, NVI), y sostenernos unos a otros.

Para finalizar, en Romanos 12: 9¬–16 encontramos una lista rica para bendecir a otros, tal vez sería bueno leerla de nuevo y proponernos metas diarias para ser de bendición:

El amor debe ser sincero.

Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente.

Nunca dejen de ser diligentes.

Ayuden a los hermanos necesitados.

Practiquen la hospitalidad.

Alégrense con los que están alegres.

Lloren con los que lloran.

Vivan en armonía los unos con los otros.

No sean arrogantes, sino háganse solidarios con los humildes.

Es posible que en este momento algún hermano esté necesitando una oración intercesora o amor en acción. “Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10, NVI).

Patricia Götz

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
PCG

LA BURRA DEL SEÑOR

Lectura: Mateo 21:1-11.
"...Mira, tu rey viene a ti, humilde y montado en un burro..." Mateo 21:5 (NVI)
Por lo general, la gente habla de los burros en términos despectivos. Tal vez hayas oído la expresión: "Siempre trabajo como un burro" o "fulana de tal es más terca que una mula" (una mula es mitad burro).
Estos dichos pasan por alto las contribuciones de un animal verdaderamente valioso. Los burros han servido a la raza humana durante miles de años. En una época, se los consideraba símbolos de humildad, de amabilidad y de paz.
En los tiempos bíblicos, se estimaba que los burros que nunca habían sido montados eran especialmente adecuados para fines religiosos. Por esta razón, fue sumamente apropiado que Jesús haya enviado a buscar un pollino para que cumpliera la tarea real de llevarlo al interior de Jerusalén.
¡Qué envidiable que fue la misión de ese burro! ¡Cuánto se parece a nuestra tarea como seguidores de Cristo!.
Hay una misionera en China que se autodenomina "la burra del Señor". Es una creyente humilde, que "lleva" fielmente a su Señor de una ciudad a otra y enseña a los demás a hacer lo mismo. Dios necesita muchos "burros" de esa clase en el mundo hoy: seres humanos humildes que lo lleven a la Jerusalén donde ellos viven y lo den a conocer.
Fue necesario desatar el burro para que Jesús pudiera usarlo. Nosotros también debemos estar liberados de ataduras mundanas si deseamos servir a Cristo. ¿Estamos dispuestos a ser burros del Señor?.
El trabajo humilde se vuelve santo cuando se hace para Dios.