martes, 17 de septiembre de 2013

SIGUIENDO LAS PISADAS


“Mis pies han seguido sus pisadas;
Guardé su camino, y no me aparté.” Job 23:11
Una huella es una marca que dejas en algún lugar o cosa. ¿Has pensado alguna vez en la importancia de lo que haces? ¿Has pensado que tu huella puede trascender en el corazón de una persona y marcarlo para siempre? Es tan importante entender que nuestra vida está dejando huellas en los demás. El anhela usarnos para ser una influencia para Su Gloria.
Para dejar huellas en la vida de otros, primeramente nosotros tenemos que transitar en las huellas que nuestro Señor nos ha dejado:
“Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas;” 1° Pe.2:21
NO debemos poner nuestros pies en otras huellas que no sean las de nuestro Señor. Es verdad que esto tiene una demanda muy grande, pero ninguna otra cosa traerá más satisfacción a la vida que el seguir sus huellas.
I. SIGUIENDO LAS HUELLAS DEL SACRIFICIO 1° Pe.2: 21. El sufrimiento nos es común a todos. En Cristo tenemos el ejemplo de sacrificar su gloria eterna, aquella que tuvo con el Padre antes que el mundo fuese, para hacerse como uno de nosotros. Este ejemplo que tenemos en él para seguir sus pisadas nos introduce en un desafío cotidiano.
II. SIGUIENDO LAS HUELLAS DE LA OBEDIENCIA
La obediencia de Jesús le llevó a la cruz… Filipenses 2:5-8 .

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame”. (Mt.16:24).
No podía ser de otra manera. La vida de Jesús como ejemplo a seguir está enmarcada dentro de estas demandas, solo que “su yugo es fácil y ligera su carga”. ¿Lo seguimos de esta manera?
¿COMO PUEDO SEGUIR SUS PISADAS?
  • En comunión con Él. Juan 15: 1-5
  • En integridad. 1° Crónicos 29:17
  • En santidad diaria. 1° Pe.1:16
  • En entrega: Primero a Dios, para poder hacerlo luego a los demás. Fil.2, 3:7-9
No hay mayor satisfacción que seguir las pisadas del Maestro.

EL CENICERO MÁS GRANDE DEL MUNDO

Fue un día especial para la ciudad de Houston, Texas. No era un día de nieve ni de ciclón. No había campeonato de béisbol ni concierto de la orquesta sinfónica. Ese día, en un negocio de la ciudad, se instalaría el cenicero más grande del mundo.
En un receptáculo especial, miles de hombres y mujeres comenzaron a arrojar colillas de cigarrillos. Era una manera de protestar contra el abuso del tabaco, y una forma de evidenciar su propia decisión personal de no volver a fumar.
Miles de colillas, hasta llegar a pesar 300 kilogramos, llenaron el cenicero más grande del planeta. ¡Qué buena la decisión de estos habitantes de Houston!
Dejar de fumar, y dejarlo para siempre, es una de las mejores resoluciones que pueden hacerse, ya sea en Año Nuevo o en mitad de año, o en cualquier día del calendario. Porque el humo del tabaco es, en el mejor de los casos, totalmente inútil, y en el peor de los casos, nocivo tanto para el organismo del que lo fuma como para el inocente que se ve obligado a aspirarlo por la inconsciencia del fumador que está a su lado. El humo del tabaco es pestilente, maloliente, deprimente y repelente, además de no dejar célula del cuerpo sin estropear. Bueno sería que en cada ciudad del mundo comenzaran a poner ceniceros gigantes, y que se organizara un campeonato mundial para ver quién hiciera el más grande.
Después de hacer campeonato de ceniceros de cigarrillos, podrían hacerse campeonatos de otras clases de vicios de la humanidad que igualmente la dañan, estropean y arruinan. Por ejemplo, podría haber, en todas partes del mundo, campeonatos de tanques de licores, adonde cada persona adicta al licor fuera a vaciar sus botellas; campeonatos de resumideros de drogas y de marihuana; campeonatos de cualquier otra cosa que se bebe, se come, se huele, se aspira o se inyecta, y que perturba, daña, enferma, crea adicción y mata a ese ser que no vive bajo la protección de un Creador sabio y amoroso, sano, perfecto, inocente y limpio; y campeonatos de los despojos mortales de todo lo que ensucia y envilece el alma, tal como el odio, la violencia, la mentira, la lujuria, la inmoralidad, la crueldad y la vanidad.
Sin embargo, estos campeonatos no son más que una ilusión. Lo que sí puede ser realidad es la decisión de cada uno, una decisión muy personal, de despojarse de todo lo que es malo, y de pedirle a Cristo que sea su Señor y su Salvador.
Hermano Pablo