sábado, 2 de marzo de 2013

UNA CARRERA SIN SENTIDO

El joven, de veintidós años de edad, subió a un auto robado, un Chevrolet de ocho cilindros, que encontró en Coalinga, California. Lo puso en marcha y se lanzó hacia el sur, a 160 kilómetros por hora, por la carretera interestatal número 5. Cuando menos pensó, se le acabó el combustible. Así que se bajó del Chevrolet y se robó un Ford, siguiendo siempre rumbo al sur, y siempre a 160 kilómetros por hora.
A estas alturas la policía estatal se dio cuenta del robo y comenzó a perseguir al joven, que otra vez quedó sin combustible. Rápidamente se subió a un Volkswagen que encontró en el camino, y siguió su loca carrera.
Por conducto de su red de comunicación, la policía se dio cuenta de que se trataba de Miguel Stroh. Y Miguel no sólo era ladrón: había matado a un hombre en Coalinga. En eso, otros radiopatrullas se unieron a la cacería.
A la altura de la ciudad de Anaheim, al sur de Los Ángeles, se le acabó el combustible a Miguel por tercera vez, y esta vez los policías lo alcanzaron. Al fugitivo, que no había dejado de disparar sus armas, lo mataron de un solo tiro. La carrera había por fin terminado, después de ocho horas de fuga.
La verdad es que todo para Miguel había llegado a su fin: el combustible de los autos, las balas de sus cuatro armas, su carrera delictiva y sus días juveniles. Hijo de granjeros, pudo haber hecho la vida tranquila de las faenas agrícolas. Pero prefirió el ritmo loco de las ciudades y la velocidad de los autos deportivos. Y lo peor de todo, escogió la droga y el narcotráfico antes que el trabajo honesto del campo. Apenas con veintidós años de edad, llegó al fin de todo: el combustible, las balas de sus armas, la fuga desesperada y su propia vida.
Así, o en forma semejante, terminan sus días los que beben con afán el jugo de la vida. La existencia apresurada, la lucha loca, la carrera sin sentido, le pertenecen al que no tiene propósito en la vida. En cambio, cuando se sabe qué es lo que se quiere, cuando hay metas sanas que son para el bien de la familia humana, cuando se piensa en formación, en responsabilidad y en armonía espiritual, la vida entonces procede con calma, cordura y madurez.
¿Cómo puede hallársele razón a la vida? Hallando al Autor de la vida. Y ¿cómo se halla al Autor de la vida? Pidiéndole con sinceridad, en humilde oración, que entre a nuestro corazón. Esa sincera oración puede cambiar radicalmente el rumbo de nuestra vida. Cristo, el autor y consumador de nuestra fe, sólo espera que acudamos a Él. Él está ahora mismo a la puerta de nuestro corazón. Démosle entrada. Él sólo nos traerá bien.

Hermano Pablo

SALIR DEL SEPULCRO

Un sepulcro me remite a una cueva, a un hueco en una formación rocosa y esto me trae a mi memoria la historia de David huyendo del rey Saúl, cuando dentro de una cueva, tuvo la oportunidad de matarlo y no lo hizo.

Sea cual sea la realidad de tu vida, está claro que la figura de un sepulcro no es agradable: simboliza muerte, oscuridad, tristeza, dolor. ¿A quién le gusta tener un sepulcro en el corazón?

Podríamos pensar que Saúl era la piedra que mantenía a David dentro de un sepulcro ¿Verdad?, y sin Saúl, ya no había piedra y sin piedra, no hay sepulcro. Recordemos la historia en 1º Samuel 24.

Vs. 3 y 4: David se encontraba arrinconado dentro de la cueva, huyendo, como si fuese culpable, como si fuese un ladrón. De pronto Saúl entra y queda a expensas de David, quién tiene la oportunidad de, a ojos humanos, acabar con el, quitar su piedra del sepul cro.

Son tantas las veces que me he sentido arrinconado dentro de mi cueva, huyendo de cosas que sé que no merezco, pienso, “si yo soy bueno, ¿porqué me pasa esto?” entonces, muchas veces son mis ojos humanos los que buscan la salida. A la mirada del hombre, Saúl estaba allí para morir en manos de David, sin embargo, David priorizó por sobre todas las cosas, la mirada divina, poder entender el propósito de Dios ante esa situación. Dios quería algo más para su vida, y matar a Saúl en ese momento, hubiera sido cortar esa bendición allí mismo.

O sea, que tenemos un punto para aprender de este hecho:

1º DEBEMOS OBSERVAR LA SALIDA DEL SEPULCRO A TRAVÉS DE LOS OJOS DE DIOS, NO LOS NUESTROS.

Vs. 6 y 7: David no fue el único en aprender de esta situación, tuvo la oportunidad de enseñar, otras personas estaban con él, lo seguían, y pudieron aprender del testimonio de David. Fue una oportunidad expansiva de la Gloria de Dios, no quedó solo para David, sino que otros capitalizaron enseñanza. Recuerda siempre: seguramente, hay personas observándote dentro de tu cueva, hasta incluso pueden estar acompañándote, o sea que:

2º TU ACTUAR, TU SALIDA VICTORIOSA DEL SEPULCRO DEBE SERVIR DE TESTIMONIO A LOS DEMÁS.

Vs. 8 al 15: David sale tras Saúl y se inclina, pone su rostro en tierra y argumenta a su favor. David comienza a quitar su piedra. Saúl era su rey así que merecía respeto, David lo demuestra. Es interesante observar cómo quitó David su piedra:

• Le muestra cómo las malas influencias de otros prevalecían por sobre la realidad que el mismo podía observar de David.
• Le recalca que JEHOVÁ lo puso en sus manos, David no se hace acreedor de lo que le corresponde sólo a Dios.
• Pone a Dios como juez entre ambos, deriva el problema al Señor, no busca el mismo su solución.

Es interesante notar que David expande la situación a otros, aparte de ellos dos: Saúl lo persigue por malas influencias, pero David actuaba correctamente, es Dios quién debe juzgarlos.

David conocía perfectamente lo que le correspondía a cada uno y derivó las acciones a quién correspondía. David no hizo la fuerza para quitar la piedra, fue Dios mismo quién la hizo.

3º PUSO EL PROBLEMA DE SU PIEDRA EN MANOS DE DIOS.

¿No has sentido muchas veces que no te quedan más fuerzas para luchar con tu problema, con tu piedra? Que por más que intentas e intentas no se quita? Entonces lamento decirte que estás haciendo la fuerza equivocada, porque Dios es el único que tiene el poder de quitarla. Si David hubiera matado a Saúl en primera instancia, sería haber quitado el mismo la piedra, y cargarse una mucho peor, la sangre de su rey, y sólo hubiese sido hundirse en un sepulcro mucho peor.

Vs. 20: Es maravilloso observar la Gloria de Dios en la vida de David. El mismo Saúl reconoce, a través de estos hechos, que estaba frent e al futuro rey de Israel. La piedra fue quitada y para siempre, David salió de su sepulcro, de su cueva, no sólo en paz, sino con el reconocimiento de una victoria mayor.

Es hora de salir del sepulcro, de pedir al Señor una mirada espiritual para conocer la salida, es dejarle nuestra piedra en sus manos, de verdad, es dejar que Él haga la obra, es cuidarnos de los malos consejos que nos desvía la mirada de nuestro Padre, es salir, en victoria, no sólo con el gozo de la libertad, de respirar el aire fresco, sino camino a recibir más aún, porque cuando Dios te saca de la cueva, como a David, es para ponerte a reinar, sobre el lugar que te pertenece, Dios no es un Dios de cuevas y sepulcros, es un Dios de altos montes, porque fue en la cima del monte, clavado a una cruz, donde venció realmente a la muerte, no dentro de un sepulcro.
Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina