Ocurrió en una fábrica de una ciudad de Italia. Comenzaron con uno solo, un objeto pequeño que podían ocultar fácilmente. De ahí pasaron a dos, y luego a tres. Lograron ocultar hasta cuatro, dos en cada mano. Fue así como los empleados de esa fábrica de armas llegaron a robar dos mil pequeñas pistolas automáticas.
Aquellos empleados, deshonestos hasta lo sumo, robaron armas que tenían un nuevo diseño, pistolas pequeñas que fácilmente podían ocultarse en la palma de la mano. Luego se las vendieron a jóvenes, amigos de las armas de fuego. De ahí que anduvieran por las calles dos mil adolescentes que lo mismo podían dar la mano que pegar un tiro.
La palma de la mano, abierta y franca, que se extiende en sincero saludo de amistad, es una señal de civilización. El hombre inventó el darse la mano abierta como signo de afecto, precisamente para mostrar que no ofrece el puño cerrado, que es signo de ataque y de pelea.
Pero a raíz de esos robos y de esas malditas pistolas, dos mil manos podrían lo mismo ofrecer amistad que dar la muerte. Lo cierto es que la mano hace lo que el corazón le dicta: puede acariciar suavemente las mejillas del ser amado, o puede cerrarse ferozmente para estrangular una víctima.
La Biblia nos relata la historia del encuentro entre Jehú, rey de Israel, y de Jonadab, rey de Judá, en estos términos: «Jehú se encontró con Jonadab hijo de Recab, que había ido a verlo. Jehú lo saludó y le preguntó: “¿Me eres leal, como yo lo soy contigo?” “Lo soy —respondió Jonadab.” Jehú replicó: “Si es así, dame la mano”» (2 Reyes 10:15). Y se dieron la mano en señal de amistad.
Dos grandes manos están extendidas continuamente hacia la humanidad. Ambas son fuertes y poderosas. Una es la mano de Satanás, el enemigo de la humanidad. Él quiere agarrar a todos los hombres, aprisionarlos fuertemente, inmovilizarlos y destruirlos. Lleva en la palma una pistola mortífera que da tiros certeros al corazón.
La otra mano es la de Cristo. Él no lleva ninguna arma escondida. No porta pistola, ni daga ni puñal. En Cristo no hay engaño ni artificio, ni sutileza disfrazada ni perspicacia seductora, sino todo lo contrario. Cristo muestra en sus manos la señal de unos clavos que un día lo clavaron a una cruz. Son manos amigas que ofrecen amistad y salvación.
¿Cuál mano de las dos vamos a tomar: la de Satanás o la de Cristo? La decisión es nuestra. Tomemos la de Cristo. De hacerlo así, su fuerte mano amiga nos salvará eternamente.
Hermano Pablo