domingo, 18 de abril de 2010

NO PUEDO PERDONAR

Éste ha sido un flagelo en mi vida muchas veces. Qué difícil se torna hablar sobre el perdón sin que vengan a nuestra mente frases como “Perdono pero no olvido”, o “cuando me sienta mejor, perdono” o “aunque lo intento, no puedo perdonar…”

Numerosos ejemplos encontramos en la Biblia el acerca del perdón… ¡Cuántas veces perdonó Jehová al pueblo de Israel en el peregrinaje por el desierto! Sin olvidar el padre al hijo pródigo en el Nuevo Testamento. Varios ejemplos de Jesús perdonando pecados, previos a un milagro. Pero no podemos dejar de pensar, al mismo tiempo, “si, pero estamos hablando de Jesús mismo, Dios mismo, y yo nos soy Dios…”

Entonces con cuánta más razón deberíamos poder perdonar, si Dios mismo, en su perfección, en su magnificencia y en su bondad, pu ede hacer a un lado nuestro pecado, nuestra maldad, nuestra iniquidad y nos otorga el perdón, ¿Acaso somos nosotros superiores a Dios, que nuestra medida de valores sobrepasa a la de Dios mismo que no podemos perdonar? Obviamente la respuesta es no, y peor aún, tiene un agregado: es “no puedo”… ¿o no quiero?

Ahora bien, encuentro algo notablemente interesante en los ejemplos bíblicos acerca del perdón, y es que todos, tienen una base que no puede pasar inadvertida, y es el amor. Tanto en los ejemplos de Antiguo, como en los del Nuevo Testamento, observamos que previo al perdón, queda demostrado el amor del perdonador hacia el perdonado, hacia el ofensor. Entonces tengo que remitirme primeramente a mi situación de amor hacia la persona que me ofendió, me agredió, o lo que sea que me haya hecho.

¿Cómo está mi sentimiento hacia esa persona? Seguramente dañado, y el amor, está quebrado. Dos pasajes se vienen al instante a mi cabeza: Levítico 19:18 y 1 Corintios 13.

El 1º expresa: “… y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El 2º, una antología del amor… “el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta… el amor nunca deja de ser…” entonces, comienzo a pensar que el perdón, es casi una consecuencia de mi amor hacia el otro.

“Como a ti mismo”, pide el Señor en Levíticos… “Como a ti mismo”, retumba en mi cabeza… ¿realmente me amo lo suficiente a mi mismo como para poder amar al otro y recién afrontar el perdón? Entonces, encuentro algunas razones por las que vale la pena amarnos a nosotros mismos:

  1. Porque Dios nos hizo únicos y a su imagen y semejanza. (Génesis 1:26-27)
  2. Porque Dios me amó primero. (Juan 3:16)
  3. Porque somos privilegiados de ser escogidos hijos del Dios mismo. (Isaías 41:9)
  4. Porque tenemos un propósito en esta vida. (Efesios 2:10)
  5. Porque Dios mismo nos da el amor. (Gálatas 5:22)
  6. Porque tenemos otros a quienes amar. (1 Juan 4:7)

Cuando tengo en claro el porqué soy importante, el porqué debo amarme a mi mismo, entonces recién puedo comenzar a trabajar sobre la frase “ama a tu prójimo”, y allí entra en juego 1 Corintios 13

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser… Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.”

Paso mi amor por el cedazo de este pasaje, ¿Cuánto queda de él? A medida que avanzamos en la lectura, seguramente va cayendo nuestro sentimiento hasta quedar con las manos vacías… Y es en este mome nto, cuando cobra valor la frase: “no puedo perdonarte, porque simplemente no puedo amarte”…

¿Cómo hago para amar? Tengo que mirar a mi hermano, a través de los ojos de Jesús, porque si lo hago a través de los míos, entonces lo más probable es que nunca pueda concretar el perdón.

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. “ (Filipenses 2:7-9)

Jesús siendo Dios mismo se humilló a sí mismo por amor, por mí y por mi hermano también. Entonces debo mirar a mi hermano a través de la cruz, no puedo ignorar que ambos estamos en igualdad de condiciones ante Dios.

Cuando haya “re parado” mi amor hacia el otro, entonces recién puedo retomar el trabajo del perdón. Tanto amar como perdonar, tienen que ser puestos en oración, imposible lograrlos solos, dependemos si o si de Dios para guiarnos.

No existe “no puedo perdonar” en realidad es “no quiero perdonar”, “cuando me sienta mejor, perdono” debe ser sustituido por “ahora comenzaré el proceso del perdón”, y “perdono pero no olvido”, por “perdono, de igual manera que Dios me perdono primero a mí.” Por supuesto que el proceso del perdón es extenso, y demanda mucho de nosotros, a veces no perdonamos porque es más fácil mantenernos igual, bajo la excusa del no poder por plena comodidad.

Tanto el amor, como el perdón, tienen 4 características que los vuelven más importantes y difíciles aún:

  1. No pueden lograrse solos, dependen de un tiempo de oración y búsqueda de Dios para poder llevarlos a cabo.
  2. Si no son logrados provocan lo que conocemos como raíces de amargura que dañan el corazón de múltiples maneras.
  3. Sólo los podemos dar por superados cuando son puestos a prueba.
  4. Una vez superados, son signos de crecimiento y madurez espiritual, y estaremos listos para nuevos desafíos en el camino del Señor.


Y en el punto número III quiero detenerme finalmente: Si tenemos que enfrentar la experiencia del amor y del perdón, el Señor va a ponerlos a prueba en alguna situación, si o si deberemos enfrentar a la persona que nos dañó, y tendremos que demostrarle nuestro amor, y nuestro perdón. No digo que será un momento fácil, pero si de victoria, en dos sentidos, hacia el otro y hacia mi mismo, y el lugar que ocupaba en nuestro corazón el mal sentimiento, será llenado por la bendición de haber perdonado. Es dar sanidad a nuestra propia vida, es dejar de tener el corazón enfermo y herido, es crecer como cristiano, como persona, co mo ejemplo a los demás. Es tener mas para dar y enseñar, es ser, cada día un poquito más parecido a Él, nuestro ejemplo, Jesús. Es morir a nuestra carne para que viva Él en nosotros, es para hacer realidad en nosotros Su Palabra:

“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús… Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros.” Filipenses 3:12-14,17.

Que este pasaje del Apóstol Pablo, sea una realidad en nosotros, ojala día a día, el Señor nos vaya perfeccionando en amor, para lograr el perdón que tanta sanidad espiritual brindará a nuestras vidas. ¡¡¡Amén!!!

Enviado por: Noelia Escalzo

CUANDO LA EVIDENCIA NO SE HUNDE

Un tripulante era francés; el otro, italiano. El barco era de matrícula yugoslava y el cargamento procedía de Egipto. El mar era el Adriático y la lancha patrullera era de Italia. Y el reflector de la lancha patrullera apuntó al barco, y el francés y el italiano decidieron hundirlo. Llevaban dos toneladas de hachís, en setenta y nueve bolsas plásticas.

Los dos hombres se lanzaron al mar, con la esperanza de que el hundimiento borrara toda evidencia. Sin embargo, para su sorpresa, todas las bolsas flotaron. La lancha patrullera los rescató del mar a ellos y a cada una de las bolsas. Fueron condenados por contrabando de drogas.

Es algo terrible cuando se comete un delito pensando que pueden borrarse todas las pruebas, y éstas aparecen al poco tiempo brillando como luceros. El asesino queda anonadado; el ladrón queda estupefacto; el estafador queda confundido. ¿Y qué del marido?

Hay esposos que piensan que pueden engañar impunemente a su esposa, y quizá lo hagan varias veces sin ser descubiertos. Pero a la postre los delata un cabello rubio en la solapa, o una carta que queda olvidada en un bolsillo, o una factura por joyas que no han sido regalo para la esposa, o una llamada telefónica anónima. Y comienza la tragedia familiar.

Un antiguo proverbio español dice: «El diablo hace las ollas, pero no las tapas.» Tarde o temprano, el delito se descubre; la falta se evidencia; el pecado se delata solo. Y entonces vienen la confusión, la vergüenza, el hundimiento del prestigio, la ruina de la felicidad.

Antes de que las bolsas de evidencia salgan a flote en la superficie, dejemos de hacer lo malo. Esos votos de amor y de fidelidad que se hicieron ante los testigos, ante el clérigo, ante la novia y ante Dios todavía están vigentes. Además, nadie puede detener el reloj del tiempo, y de aquí a veinte o treinta años será cuando más necesidad habrá del refugio de una compañera que haya sido el deleite de la vida desde el día del matrimonio. No echemos a perder esos últimos años por descuidar los primeros.

Ahora es el tiempo de edificar un hogar sólido. Todo matrimonio puede lograrlo. Sólo hay que dedicar algún tiempo del día para hablar los dos con Dios, haciendo de Él el huésped permanente del hogar.

Hermano Pablo

¿QUE SIGUE?


Lectura: Filipenses 3:7-16.
"Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" Filipenses 3:14
En la serie de televisión The West Wing (El Ala Oeste), el presidente en la ficción, Josiah Bartlet, frecuentemente terminaba las reuniones con su personal con dos palabras. «¿Qué sigue?» Era su manera de señalar que había dado el asunto que estaba tratando por terminado, y que estaba listo para seguir hacia otros asuntos de preocupación. Las presiones y las responsabilidades de la vida en la Casa Blanca exigían que él no se centrara en lo que estaba en el espejo retrovisor; tenía que mantener su mirada al frente, avanzando hacia lo que seguía.
En un sentido, el apóstol Pablo tenía una perspectiva similar de la vida. Él sabía que espiritualmente todavía no había «llegado» y que le quedaba un largo camino por recorrer para llegar a ser como Cristo. ¿Qué podía hacer? Podía obsesionarse con el pasado, con sus fracasos, decepciones, luchas y disputas, o podía aprender de aquellas cosas y proseguir hacia «lo que sigue».
En Filipenses 3, Pablo nos dice cómo eligió vivir su vida: «Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (vv. 13-14). Es una perspectiva que habla acerca de proseguir, de adoptar lo que sigue. También es donde debemos centrarnos al buscar ser formados en la imagen del Salvador mientras esperamos la eternidad con Él.__
Mantén tus ojos fijos en el premio.

PREOCUPACION PRODUCE OLVIDO

La preocupación hace que uno se olvide de quién es el que manda.
Y cuando te enfocas a ti mismo… te preocupas.
Te pones ansioso por muchas cosas.
Te preocupas porque tus compañeros de trabajo no te aprecian, tus líderes te hacen trabajar en exceso, tu superintendente no te comprende, o tu congregación no te apoya.
Con el paso del tiempo tu agenda llega a ser más importante que la de Dios.
Estás más preocupado en presentarte a ti mismo que en agradarle a Él.
Y puede que cuando vengas a ver estés dudando del discernimiento de Dios.
Dios te ha bendecido con talento. Ha hecho lo mismo con tu prójimo.
Si te preocupas por los talentos de tu prójimo, descuidarás los tuyos. Pero si te preocupas por los tuyos, podrás ser de inspiración para ambos.
Lucado, M., & Gibbs, T. A. (2001). Promesas inspiradoras de Dios (Page 57). Nashville, TN: Caribe-Betania Editores.
Preocuparse significa ocuparse antes de tiempo. Entonces lo mejor es que hoy descanses en la manos de aquel quien tiene control de todo en tu vida. Asegúrate, de que El realmente está en control de todo.
1 Pedro 5.7
Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.
Juan 14.1
No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.