viernes, 12 de agosto de 2011

¿DEBEMOS EJECUTAR AL QUE DIOS PERDONA?

El crimen había sido espantoso: secuestro, violación y homicidio. Todas las leyes del mundo aplicarían la pena máxima. De ahí que el estado de Washington, Estados Unidos, condenara a Westley Allan Dodd a morir ahorcado.

Dodd no se opuso al largo juicio, ni a la decisión del jurado ni a la sentencia que dictó el juez. Su rostro evidenciaba cierta humildad. Tanto es así que estando de pie en el cadalso, y con la soga al cuello, manifestó: «Yo estaba convencido de que en este mundo no había paz, pero me equivoqué. Aquí en mi celda he hallado paz y esperanza en el Señor Jesucristo.»

Momentos después, su cuerpo se balanceaba al extremo de la cuerda.

Dodd había sido un hombre malvado que, con toda conciencia y a sabiendas, secuestró a tres niñas, las violó y las mató simplemente por el placer que le produjo. Nunca en su breve vida, de sólo treinta y un años, mostró buenos sentimientos.

Sin embargo, en la cárcel alguien le dio el mensaje que todo ser humano debe escuchar siquiera una vez en la vida: el mensaje de Cristo. Y Dodd lo comprendió y aceptó a Cristo como Señor de su vida.

Este hombre, cargado de tremendas culpas, hizo dos cosas. Reconoció que era pecador, de lo cual ningún jurado ni ningún juez lo hubiera convencido. Y arrepentido sinceramente, aceptó a Jesucristo como su único Salvador. En los últimos días de su vida, halló la paz y la esperanza que nunca había tenido.

Surge la pregunta: ¿Será justo que un criminal, que ha cometido tantos hechos horrendos, reciba tan fácilmente la vida eterna?

Otra pregunta: ¿Debe aplicársele la pena capital al que humildemente se arrepiente y demuestra un cambio total de carácter y de vida?

Respecto a esta última pregunta, la relación con Dios, por sincera que sea, por profundo que haya sido el arrepentimiento y por maravilloso que haya sido el cambio de vida, no anula la deuda que alguien tiene con la ley. La deuda tiene que pagarse.

En cuanto a la primera pregunta, la Biblia dice que Dios no muestra favoritismos. Todo el que a Él viene, cualquiera que haya sido su pecado, si con absoluto arrepentimiento se humilla ante Él como su Señor, recibe perdón. Es más, la muerte de Cristo en la cruz borra todos sus pecados.

Entreguémosle nuestra vida a Cristo. La gracia de Dios nos ayudará a someternos a las leyes humanas, y tendremos además la vida eterna. Lo más importante que poseemos es nuestra alma. Entreguémonos a Jesucristo. Él nos salvará.

Hermano Pablo

COPIENME

Lectura: 1 Corintios 10:23–11:1.
"Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo" 1 Corintios 11:1
Un día, al sentarnos a la mesa, mi hijo mayor comenzó a protestar diciendo que su hermanita «siempre» copiaba lo que él hacía. Cuando ella lo imita al reírse o al comer las papas fritas antes que la hamburguesa, él se enoja. Mi esposa y yo tratamos de hacerle entender que esa era su oportunidad de influir en ella al ser un buen ejemplo.
A diferencia de mi hijo, Pablo invitaba a los demás a copiar su ejemplo (1 Corintios 11:1). En este versículo, concluyó el tema del capítulo 10 donde afirmaba que los corintios amaban lo suficiente a los demás como para limitar sus propias libertades. Decía que, cuando un incrédulo los invitaba a su casa para compartir lCOPIENMEos alimentos, tenían libertad de comer lo que les ofrecieran (v. 27). No obstante, si comer carne ofrecida a los ídolos hacía que otro creyente se cuestionara si lo que estaba haciendo era correcto, debían restringir su libertad para bien del creyente «más débil» (v. 28).
Pablo instó a la gente a seguir su ejemplo en este sentido, así como él seguía el ejemplo de Cristo. El apóstol no buscaba su bienestar personal, sino el de los demás, al imitar el ejemplo de amor, unidad, aceptación y sacrificio de Jesús.
Asimismo, nosotros debemos seguir el ejemplo del Señor hasta el más mínimo detalle, de modo que podamos decirles con confianza a nuestros hermanos y hermanas: «Cópienme como yo copio a Cristo».
Vive una vida digna de imitar al imitar a Cristo.