sábado, 29 de octubre de 2011

CORAZÓN DE NIÑO NEGRO EN NIÑO BLANCO

John Nathan Ford, niño negro del barrio de Harlem, Nueva York, salió a jugar al balcón. Con sólo cuatro años de edad, este niño que tenía el mismo apellido de una de las familias más ricas de los Estados Unidos y de un ex presidente, no se daba cuenta de las diferencias de color, de la ínfima escala social de su familia ni de su tremenda pobreza. Quizá por un mareo o debilidad o descuido, John Nathan se cayó del balcón, desde un sexto piso.

La madre, Dorothy Ford, hizo donación del pequeño corazón de su hijo para que fuera implantado en el pecho de James Preston Lovette, niño blanco y rico, también de cuatro años de edad.

El niño negro, muerto en medio de la miseria, seguiría viviendo, aunque no fuera más que su solo corazón, dentro de un niño blanco, rico y afortunado.

¡Cuántas reflexiones podemos sacar de esta patética noticia! La primera es que no importa de qué color es la piel del individuo —ya sea negra, blanca, amarilla, cobriza o aceitunada—, los corazones siempre son rojos.

La verdad es que debajo de un par de milímetros de piel, todos los seres humanos nos parecemos. Todos tenemos la misma composición molecular y química. Todos tenemos la misma temperatura vital. Todos tenemos los mismos rasgos psicológicos. Todos tenemos las mismas necesidades físicas y las mismas reacciones morales y sentimentales.

La segunda reflexión es: ¿Qué pensará el niño blanco cuando más adelante sepa que lleva en su pecho el corazón de un negro? ¿Se sentirá humillado, menoscabado, acomplejado, deprimido? ¿O será que ese corazón negro que le ayuda a vivir le dará una visión de amor y comprensión universal?

Sea cual sea su reacción cuando conozca el caso, el hecho innegable es que un niño negro tuvo que morir para que él pudiera seguir viviendo. Y sea racista o no sea racista, el hecho permanecerá inalterable: un corazón de negro seguirá bombeando sangre de blanco.

Jesucristo, con piel de judío, murió en una cruz. Su costado fue traspasado por nosotros, y la sangre que bombeaba su corazón, sangre judía, fue derramada íntegramente para redimir a toda la humanidad, de cualquier color, cualquier raza, cualquier nacionalidad y cualquier religión.

Hermano Pablo

CUANDO DIOS NOS LLAMA...

Últimamente he pensado que en la teoría todos lo sabemos, si preguntas a cualquier persona la diferencia entre el bien y el mal, estoy segura que puede darte ejemplos correctos.

Las dicotomías son casi obvias, lo contrario de alto, es bajo, de gordo: delgado, de grande: pequeño… De Dios… ¿Diablo? ¡De ninguna manera! Dios no tiene opuesto. Él es Rey, es Soberano y Creador, y hasta el mismo Satanás fue en su origen una creación divina, sólo que decidió intentar ser mayor que el Todopoderoso, quiso trascender.

Entonces podemos ampliar el concepto del mal y agregarle pecado. Todos sabemos qué es el pecado, todos sabemos que somos pecadores y quienes hemos aceptado a Cristo como Salvador sabemos quién es el que perdona nuestros pecados y sobre todo, el precio que ha pagado por nosotros, a causa de nuestro pecado.

¿Entonces porqué continuamos tantas veces nuestras vidas con la indiferencia al pecado que cometemos? Lo hacemos muchas veces con conocimiento de hacerlo y valiéndonos del perdón divino como excusa o casi-permiso para cometerlo.

Y allí viene una vez más la misericordia de Dios, que nos habla a través de Su Espíritu y nos guía, nos llama a tomar conciencia, arrepentirnos y a ser partes del proceso de Su obra. Una de las excusas que fácilmente colocamos por delante del desafío es sentirnos incapaces o inapropiados para realizar el trabajo. Me recuerda al llamado de Moisés, (Éxodo 2) donde ante la solicitud de Jehová puso una y otra excusa. Pero él ya había sido escogido para realizar el éxodo del pueblo de Israel de Egipto. De igual modo, Dios ya nos ha escogido para nuestras buenas obras (Efesios 2;10), y sólo tenemos que, nada más y nada menos, acudir al llamado.

Para lo que s ea que Dios te haya escogido, te creó, en el Salmo 139: 13, 15 y 16a leemos:

“Tú fuiste quién formó todo mi cuerpo; tú me formaste en el vientre de mi madre. () No te fue oculto el desarrollo de mi cuerpo mientras yo era formado en lo secreto, mientras era formado en lo más profundo de la tierra. Tus ojos vieron mi cuerpo en formación…”

Así es, cada detalle de tu cuerpo y de tu mente fueron diseñados para el trabajo; pero el enemigo nos tiene silenciados tras el velo de ser pecadores a sabiendas y hacérnoslo sentir, nos quedamos en un rincón espiritual conociendo lo que está bien y lo que es pecado, y por el sólo hecho de saberlo, nos corremos a un costado de la carrera que debemos correr, del trabajo de debemos realizar.

Dios ya ha hecho su parte: nos creó y nos regaló la Salvación de nuestras almas a través de la muerte en la cruz y resurrección de Cristo Jesús; ahora es tiempo de poner nuestra parte, de pasar las dicot omías teóricas a la práctica de lo correcto y tomar acciones concretas ante el pecado que cometemos, escuchar la voz del Espíritu Santo y obedecer, volver a ser parte del equipo que corre hacia la meta, porque al igual que en el ejemplo de Moisés, Dios ha prometido estar con nosotros siempre, hasta el fin del mundo… (Mateo 28: 20b).

Noelia Escalzo

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
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