domingo, 15 de marzo de 2009

PREDICACIÓN DEL HERMANO STEVEN

PREDICACIÓN DEL HERMANO JULIO

LUZ EN EL JARDIN

Marta le había pedido a Juan durante un año que le preparara la tierra para un jardín. Finalmente, él accedió. Prepararon juntos la tierra, mezclándola con los mejores fertilizantes y aditivos para su terreno.

A Marta no le gustaban las flores que habían en el vivero de la zona por lo que le pidió a su esposo que la dejase encargar por catálogo algunas variedades únicas. Eligió entusiasmada cada una, casi todas las plantas muy caras. Va a ser el jardín más lindo de todo el barrio, pensó. Nadie podrá igualar estas bellezas.

Las delicadas plantas llegaron por correo y Marta empezó a trabajar inmediatamente. Plantó y regó, puso fertilizante, observó y esperó. Pero no pasaba nada. Una por una, las hojas se fueron poniendo amarillas y se caían.

Al terminar la primavera, no le quedaba ni una sola planta. Todas se habían marchitado y muerto.

Marta le escribió una carta al vivero que le había enviado las plantas por correo exigiendo que le devolvieran el dinero.

Dos semanas después, recibió la respuesta.

“Señora, su carta indica que usted plantó las flores en una zona de sombra y les dio
los mejores nutrientes disponibles. Sus plantas no crecieron por las siguientes
razones: Las plantó en un lugar equivocado. Usted mandó pedir plantas que
necesitan recibir sol directamente. Aunque se esmeró en preparar el terreno,
estas plantas, sin excepción mueren si no les da el sol. La próxima vez, por favor,
lea las instrucciones antes de encargar las flores para plantar en su jardín.”

Así es nuestra vida. Podemos invertir muchas horas y dinero en embellecernos. Pero si no recibimos al Hijo, nos vamos a marchitar y, finalmente, moriremos. Ningún “aditivo”, por caro que sea, podrá ocupar el lugar de la luz del Hijo en nuestra alma.

2 Pedro 3:18
Antes bien, creced en la graca y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

VEINTE MIL INTOXICADOS

El día amaneció como siempre en el pueblo de Changzhi, en la república de China. Aunque el sol de la mañana estaba cubierto de nubes, se sentía su calor, y su iluminación cubría los campos, las montañas y las casas. Era un día más, gris y común, día de trabajo para los veinte mil habitantes de Changzhi.

La gente, como de costumbre, se levantó temprano y abrió las llaves del agua: unos para el baño de la mañana, otros para beber, otros para preparar el arroz. Era agua clara y limpia que, también como siempre, fluía por las cañerías de la ciudad y salía de las llaves abiertas. Pero ese día algo no andaba bien. El agua venía emponzoñada.

Al hacer la investigación, se descubrió que una planta de fertilizantes, cercana al pueblo, había arrojado al río diecisiete metros cúbicos de químicos venenosos. Veinte mil personas, el número más elevado que registra la historia, fueron gravemente intoxicadas en un solo día y en una sola ciudad.

No hay elemento más necesario que el agua. Sin ella no hay vida. Nadie puede sobrevivir más de tres días, o a lo sumo cuatro, sin agua. Y la falta de agua no sólo provoca sed. También altera el sistema químico y electrolítico del cuerpo, provocando la muerte en forma rápida.

Se necesita agua para todo. El agua buena, pura y sana, es imprescindible para la raza humana.

Por lo general pensamos que el agua que bebemos y usamos cada día es agua pura, no contaminada, sana. Pero ¿qué si de repente esa agua, que bebemos con tanto gusto y tanta confianza, viniera cargada de veneno? Así les pasó a los veinte mil habitantes de Changzhi. Creyeron que bebían agua sana, pero ese día bebieron veneno.

Lo mismo pasa con muchas otras cosas de la vida. Aquello que pensamos que es sano, provechoso y alimenticio puede resultar ser veneno. Así puede ocurrir con literatura que leemos, películas que vemos, filosofías que estudiamos, y hasta religiones que investigamos. El catálogo es largo.

¿Cómo podemos saber que lo que vemos y leemos y aceptamos no es veneno? Hay un solo modo. Es someternos a las leyes morales de la Biblia. Cuando Jesucristo es nuestro Señor, y obedecemos fielmente sus mandatos, podemos estar seguros de que no seremos envenenados.

Sometámonos al señorío de Cristo. Así Él será nuestro guía y protector.

Hermano Pablo.

MANZANITA - QUEDATE CON CRISTO