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Enviado por: Taty
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Kerri aspiró el polvillo como un juego, como una diversión, como algo que se hace una sola vez para luego olvidar lo. Pero la cocaína la esclavizó como suele hacer, y la esclavitud duró seis años.
A los veintiocho años Kerri Miller ya había conocido de todo: la droga dicción, la prostitución, el divorcio, el suicidio del ex esposo, la pérdida del único hijo y un derrame cerebral. Y todo había comenzado seis años antes, como un juego.
Esta triste historia describe la odisea de una joven norteamericana, inteligente, trabajadora, brillante, aventajada estudiante de derecho, que se casó con un europeo veinte años mayor que ella. El marido la indujo a probar cocaína, y ella la probó. La primera inhalación «fue algo divertido», recordó ella. Pero con dos o tres veces más, ya estaba presa de la droga.
Muchos vicios empiezan como juego. «Es divertido fumar a escondidas de los padres», dice el niño de diez años. Y no sabe que el tabaco lo hará presa de él, con probabilidades de quitarle la vida con un cáncer en los pulmones. «Es divertido jugar al amor», dice la joven adolescente. Y no sabe que ese primer juego divertido la dominará, con probabilidades no sólo de dejarla embarazada sin querer, sino de contraer una enfermedad venérea o hasta el SIDA.
«Es divertido, casi un juego inocente, quedarse con dinero de la caja», dice el joven empleado de comercio. Y ese juego inocente termina mandándolo a la cárcel con una condena de muchos años.
Los vicios, las drogas, las faltas a la moral y el rechazo rebelde de toda autoridad al principio parecen juego, pero con el tiempo se convierten en males que el incauto ha dejado entrar en su vida.
Sólo Jesucristo, todopoderoso Señor y Salvador, puede salvar al joven, a la señorita, a cualquiera, del poder dominante y engañador del vicio. Pero a Jesucristo hay que recibirlo. Hay que coronarlo Señor, Dueño y Rey de la vida. Sometámonos al señorío de Cristo, y Él nos salvará.
Hermano Pablo.
Werner no pudo parar. Esquiando a la increíble velocidad que había adquirido en los tres kilómetros de bajada, chocó de frente contra el poste de la señal. Con el cuerpo quebró el poste, que a su vez le quebró a él la frente. Sobre su cuerpo inerte quedó, todavía intacta, la señal de advertencia: «Alto».
Nadie niega que las señales de «Alto» son necesarias en calles muy transitadas. No se ponen allí por capricho sino por precaución. La gran mayoría de accidentes en las vías ocurre porque los conductores no obedecen la señal de «Alto». Ignoran la señal, lo cual produce el choque.
¿Por qué hay tantas calamidades en esta vida? ¿Por qué abundan el dolor y el infortunio en nuestra sociedad? ¿Por qué sufre el ser humano las desgracias que le ocurren?
Dios puso en su Santa Palabra diez señales de «Alto». A éstas se les conoce como los Diez Mandamientos. Cumplirlos es disfrutar de paz y armonía. Ignorarlos es chocar contra ellos y sufrir las consecuencias.
¿Cuáles son esas señales? He aquí, en pocas palabras, el decálogo de Moisés:
1. No servirás a dioses ajenos. 2. No te harás imagen de ninguna cosa en el cielo, en la tierra o debajo de la tierra. 3. No tomarás el nombre de Dios en vano. 4. Acuérdate del día de reposo, para santificarlo. 5. Honra a tu padre y a tu madre. 6. No matarás. 7. No cometerás adulterio. 8. No hurtarás. 9. No darás falso testimonio. 10. No codiciarás.
Estos Diez Mandamientos son las señales de «Alto» que Dios nos dio para ayudarnos a vivir correctamente, a caminar en justicia y a disfrutar de la vida. La única manera en que podemos disfrutar de todo lo bueno que Él nos ha provisto es no infringir esos «Altos», que ha puesto para nuestro bienestar físico, moral y espiritual.
¿Es posible obedecer esas leyes? Sí, pero sólo si el dador de ellas vive en nuestro corazón. Cuando Dios está en nosotros, tenemos vía libre para andar perfectamente por esta vida. Él desea que nos sintamos totalmente realizados como seres humanos. Y sabe que eso es precisamente lo que sucede cuando tomamos a pecho todas sus disposiciones, incluso sus diez señales de «Alto».
Hermano Pablo.
Los que tomaban licor, lo dejaban a un lado, los mujeriegos y adúlteros en general, formalizaban sus vidas, y poco a poco, fuimos viendo los grandes cambios externos e internos, que nos motivaban a seguir creyendo que Dios es real, que Dios existe y que Dios es nuestro buen pastor y Padre compasivo.
Esa es una forma de ir creyendo en Dios, por todas las cosas buenas, maravillosas y especiales que nos hacen fortalecer la fe. Cada coro, Himno, o servicio religioso, resulta ser un aliciente mas a nuestra fe, y la defendemos a capa y espada con quien sea.
Luego de ese primer nivel de la vida cristiana, vendrá la escuela de las pruebas, para ver que hay en nuestro corazón, comenzaremos a extrañar, las amplias avenidas de bendiciones a nuestro favor, hasta que llegue el momento, en el que tu y yo, nos encontremos frente a frente con Dios, cuando ya nadie puede ayudar, cuando no existan formulas terrenales, ni instituciones financieras ni ciencia alguna que nos de ni por lo menos un 1% de posibilidades de subsistir en este planeta tierra, que cada día es mas y mas complicado vivir.
Es en ese momento, de nuestro máximo sufrimiento, dolor y angustia, cuando se conocerá, quien verdaderamente, es un cristiano.
Es allí, donde debemos confirmar todo el gozo en medio del dolor, el desierto y la soledad, es allí cuando debemos decirle a Dios, aun en medio de un océano de incredulidad que se nos cruce, desde los dedos de los pies hasta la cabeza, que creemos en El, Es allí, en medio del desierto, y con aves de rapiña, esperando que caigas muerto, porque ya tus días, están marcando días en los que vas ” arrastrándote”, dejando las huellas de un moribundo, que debes de decir:
Creo en ti, Señor.
Es en el momento, cuando estas desempleado, y te debes poner la corbata, o el vestido elegante y acompañar una sonrisa para visitar a un enfermo o asistir al templo, cuando no llevas nada en el bolsillo, que debes decir:
Creo en ti, Señor!!!
Es en el momento de tu vida, cuando no hay para ir al supermercado, todas las cuentas por pagar, están con cuatro meses de atraso, que debes decir:
Creo en ti, Señor!!!
Es en el tiempo, cuando el medico te da los resultados de un examen y te dice que tu o un familiar tiene una enfermedad incurable, que debes decir”
Creo en ti, Señor!!!
Es cuando te vez rodeado de enemigos, y tu terreno con un muro sin escape, que debes decir:
Creo en ti, Señor!!!
Es cuando tomas la Biblia, en tus manos, y otro día pasa, sin suceder el milagro esperado, que debes decir:
Creo en ti, Señor!!!
Es cuando, llamas al pastor, a los ancianos de la iglesia, a los programas de radio y television cristiana, a los amigos y haces promesas, y aun así, no recibes nada de lo que has pedido, que debes decir:
Creo en ti, Señor!!!
Es cuando has ido de la mano de Dios, como un valioso obrero, con un excelente testimonio, y de pronto, te vez traicionado por los amigos, que debes decir:
Creo en ti, Señor!!!
Es cuando tu fidelidad ha sido tu forma de vida, en el templo, con Dios, con tu familia, y de repente, eres traicionado, que debes decir:
Creo en ti, Señor!!!
Aunque el cielo mismo se derrita; Aunque pasen mil años y no me respondas; Aunque el diablo me diga tu no existes; Aunque la higuera no floresca, como dijo Habacuc; Aunque me quites la vida; Aunque me apagues el sol; Aunque no caiga mana del cielo; Aunque los profetas hayan mentido; Aunque mi mar rojo no se parta en dos; Aunque mi rió Jordán no se seque para pasar; Aun lleno de lepra; gritare:
Hijo de David….” ten misericordia de mi”, y te seguiré, aun arrastrándome, llegare, a ti…
para decirte…..Jesús….creo en ti!
sí mi Rey… creo en ti!
MIENTRAS esperaba para que alguien tomara el teléfono, estaba tensa. Tenía una queja y ellos iban a oírme. «Hola, estaba llamando con relación a la computadora que su esposo me vendió», le dije sin perder tiempo. «La computadora no se enciende, no lo ha hecho hace un mes. ¿Cree que él podría arreglarla?». Quería que supieran que lo decía en serio, y no quería perder tiempo con excusas. Pero no hubo excusas.
«Oh, lo siento mucho», fue la respuesta compasiva al otro lado de la línea. «¡Qué frustrante no poder utilizar su computadora! Tan pronto llegue mi esposo, le diré lo que ocurre».
Colgué el teléfono, sintiéndome un poco necia. Sus palabras amables desvanecieron mi ira. Entonces comprendí: ¿Cuántas veces cuando tenemos una queja legítima, nos sentimos con el derecho de ser rudos y enojarnos? Aunque todos/as tenemos que lidiar con nuestros retos y enojos, como cristianos podemos enfrentarlos con bondad y así representar bien a Cristo.
Nunca conocí a esta mujer, pero me enseñó un lección que nunca olvidaré. Su respuesta amable me enseñó más que los mensajes más elocuentes que haya escuchado.
Sa. Gabriella P. Savaresse (Nuevo México, EUA)
Oración:
Padre, ayúdanos a imitar el carácter de tu hijo, Jesús, en los tiempos buenos y cuando estamos frustrados. Amén.
PENSAMIENTO PARA EL DÍA
Dios nos ayuda a dar una respuesta tierna cuando estamos enojados.