miércoles, 3 de noviembre de 2010

«TODO EN LA FAMILIA»

El joven buen mozo e inteligente, y actor de cine, observó la fecha en el calendario: era el martes 28 de marzo, el tercer aniversario de su boda. Miró también la foto de su querido hijito y la de su esposa Ángela. Tenía además delante de él la foto de su padre, famoso actor de cine.

Después, sencillamente y con toda tranquilidad, se puso en la sien la pistola que tenía en las manos, y apretó el gatillo. El humo de la pistola y el hilo de sangre que brotó de su sien dibujaban una sola palabra: cocaína.

Hugh O’Connor, de treinta y tres años de edad, hijo adoptivo de Carroll O’Connor, el protagonista de la famosa serie All in the Family, traducida al español como «Todo en la familia», se había suicidado. No pudo soportar más su drogadicción.

Este suicidio, un suicidio más en la larga serie de personas que ponen fin a su vida, conmovió a la colonia cinematográfica de Hollywood. Hugh O’Connor, nacido en Italia e hijo adoptivo de Carroll O’Connor, el famoso actor de cine y televisión, era también actor, y estaba triunfando en su carrera. Pero había perdido toda esperanza de poder controlar su vicio, y eso para él ya no era vida.

La droga no respeta nombres, ni fama, ni talentos, ni destreza, ni edades ni bienes. Una vez que atrapa a su víctima, es tenaz como el pulpo, y sus tentáculos de acero no perdonan ni título ni herencia.

Un grupo de los Estados Unidos llamado «Familias anónimas» trata de ayudar a las familias que tienen a un miembro esclavizado por las drogas. Ante el suicidio de Hugh O’Connor dijeron: «Llamamos a la narcomanía una enfermedad familiar porque toda la familia queda terriblemente afectada con el vicio de uno solo de sus miembros.»

Al actor Carroll O’Connor, que tantas veces describió jocosamente problemas familiares de toda índole, le tocó vivir trágicamente uno de los más terribles: la narcomanía y el suicidio de su propio hijo.

¿Cómo podemos salvar a nuestra familia de esta implacable esclavitud? Habrá muchas sugerencias, pero hay una sola solución. Es una entrega total, de alma y corazón, a Jesucristo. Es que sólo Cristo puede salvar al drogadicto, detener la mano del suicida y reconstruir la familia deshecha.

Esto ocurre cuando la persona herida, esclava del vicio, acepta a Jesucristo como Salvador, como Señor, como Maestro y como Amigo. Abramos nuestro corazón e invitemos al divino Maestro a que sea el Señor de nuestra vida.

Hermano Pablo