lunes, 22 de septiembre de 2014

DE CADA DOS, UNO FRACASA

Oskar y Janet Sinclair, feliz pareja de recién casados, se despidieron de los invitados y partieron para el aeropuerto. Su luna de miel había de ser en Alaska, el estado de intensos cielos azules, de aguas heladas y de nieves perpetuas.
Llegaron a Anchorage, la capital, y a la mañana siguiente hicieron su primer paseo. Al ver un hermoso prado verde, decidieron correr hacia él. Lo que no sabían era que ese bello tapiz vegetal era, en realidad, arenas movedizas, esa peligrosa sustancia de arena suelta, mezclada con agua, que tiende a chupar hacia adentro cualquier objeto que la pisa. Fue así como desaparecieron lentamente en el aguado suelo. Murieron abrazados, al segundo día de casados, en un húmedo lecho de arenas movedizas.
Esta es una historia triste, aunque no del todo. Dos personas que se habían jurado amor eterno murieron sin haber nunca faltado a esos votos.
¿De cuántos matrimonios, hoy en día, se puede decir que terminaron sus días sin faltar a sus votos? La respuesta es asunto de estadística: de cada dos matrimonios, uno termina en divorcio.
El caso de Oskar y Janet se presta para varias reflexiones. Una es la ya mencionada. Fueron fieles el uno al otro hasta el fin de su vida. «Pero —objetará alguien— es porque murieron al día siguiente de haberse casado.» El que así piensa da a entender que lo único que asegura la fidelidad hasta la muerte es morirse tan pronto como se casa, pues los que viven algún tiempo juntos están destinados, tarde o temprano, al divorcio.
Es realmente triste, hasta deprimente, pensar que todo nuevo matrimonio se desbaratará, irremisiblemente, a los pocos días o años de casados. ¿Será esa una fórmula inevitable? ¿Acaso no existe un matrimonio feliz que sea duradero?
Claro que sí. Porque no todo matrimonio termina en divorcio. Es posible llevar una larga y feliz vida matrimonial. Los que hemos celebrado nuestras bodas de oro por haber permanecido casados más de cincuenta años —y algunos hasta más de sesenta años— podemos dar testimonio personal de eso. Cada año que pasa nos depara la oportunidad de reafirmar nuestro amor y nuestra felicidad.
Sin embargo, es necesario que haya una transformación y que esa transformación sea tan profunda que aniquile toda soberbia, rebeldía, orgullo y egoísmo. Cristo es el único capaz de transformarnos de ese modo. Pero tenemos que pedírselo. Él no transforma a nadie por la fuerza. Rindámosle nuestra vida a Cristo. Así en lugar de asegurar el fracaso de nuestro matrimonio aseguraremos más bien su triunfo.
Hermano Pablo

FÁBULAS


"Unos días después, cuando Jesús entró de nuevo en Capernaúm, corrió la voz de que
estaba en casa. Se aglomeraron tantos que ya no quedaba sitio ni siquiera frente a la puerta
mientras él les predicaba la palabra" (Marcos 2:1-2,NVI).
 
Si pudiéramos describir la escena de los dos versículos arriba citados, podríamos ver mucha
gente agolpada y empujándose para lograr o conservar ese espacio físico que los contuviera
mientras Jesús hablaba. Pero ¿qué importancia tenía aquello que Jesús podría contarles
para que la visita a esa casa se hiciera impostergable? La Biblia dice que Jesús les predicaba
la palabra y, por supuesto, como podemos ver a lo largo de los evangelios, también hacía
prodigios y milagros, pero no nos enfocaremos en ello en esta ocasión.
 
Jesús predicaba la palabra de manera simple, sencilla y clara, y enfrentaba a la persona
con una decisión. Su mensaje podía alegrar (enfermos sanados), entristecer (joven rico),
confrontar (fariseos), etc., pero nunca volvía vacío. "Así es también la palabra que sale de
mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos"
Cuando el Señor predicaba la Palabra, daba buenas nuevas a los pobres, proclamaba
libertad a los cautivos, sanaba los corazones heridos, consolaba a los que estaban de duelo.
Su predicación lograba llegar hasta lo más profundo del corazón del hombre, atravesaba el
"El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a
los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner
en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor" (Lucas 4:18-19,NVI).
"Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada
de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los
huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4:12,NVI).
 
Como hemos visto, Jesús no predicaba ni recetas, ni fórmulas ni pasos a seguir, y mucho
menos mitos y fábulas. Su predicación no tenía la intención de hacerle un mimo al corazón
¿Se ha puesto usted alguna vez a analizar qué es lo que predica cuando le habla de Cristo a
En tiempos tan light como los actuales, no sería extraño que se nos hayan anexado algunos
conceptos humanistas a la predicación del evangelio, así como también la práctica constante
de propuestas atractivas y con "enganche" para lograr con efectividad la asistencia de gente
a la iglesia. Y tal vez, en casos más extremos, algunos ya estén incluyendo ciertas fábulas a la
hora de predicar. Recordemos que la fábula es un relato ficticio con intención didáctica que
concluye con una moraleja, pero que no tiene nada que ver con el evangelio de Jesucristo.
 
La Biblia nos advierte que en los últimos tiempos habrá maestros que enseñarán lo que
la gente quiera oir y muchos dejarán de escuchar la verdad del evangelio para volcarse a
las fábulas, es decir, a relatos que contienen enseñanza moral, pero que distan de la sana
"Predica la Palabra; persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno; corrige, reprende y anima
con mucha paciencia, sin dejar de enseñar. Porque llegará el tiempo en que no van a tolerar
la sana doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de maestros que les
digan las novelerías que quieren oir. Dejarán de escuchar la verdad y se volverán a los mitos"
Así como en la escena de Capernaúm, hoy hay mucha gente que con gusto se agolparía
para escuchar una palabra que les cambie la vida y les satisfaga el hambre espiritual. Como
cristianos sabemos que solo el evangelio de Jesucristo puede lograr ese efecto, por eso
debemos revisar lo que predicamos y desechar todo aquello que se parezca al mensaje del
Señor, pero no lo es. Las fábulas, las anécdotas, las hazañas no logran transformar la vida de
nadie, y menos saciar el hambre espiritual.
 
"Yo soy el pan de vida –declaró Jesús–. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en
  • mí cree nunca más volverá a tener sed" (Juan 6:35,NVI).

CONTAMINACIÓN ELECTROMAGNÉTICA

Takeo Juruna hacía su recorrido habitual por la enorme planta. Era el guarda nocturno de una fábrica electrónica de Tokio, Japón. Estaba rodeado de maravillas electrónicas como los robots, que siguen haciendo perfectamente su trabajo aunque ningún operario los maneje. Juruna se sentía orgulloso de trabajar allí.
De pronto un enorme brazo de hierro realizó un movimiento totalmente fuera de orden. Tomado por sorpresa, el hombre no pudo esquivar el golpe. Quedó muerto en medio de los robots. ¿Qué había pasado? Una interferencia electromagnética había afectado al robot y lo había llevado a realizar un movimiento totalmente desordenado.
«Fue una niebla electrónica —explicaron los técnicos—, una contaminación electromagnética que afectó al robot.»
He aquí una nueva contaminación, de las muchas que ya hay en la tierra. La «niebla electrónica» o «contaminación electromagnética» se produce por el funcionamiento de juegos de video, amplificadores caseros, teléfonos portátiles y muchos aparatos electrónicos más. Esta contaminación puede afectar los robots de las fábricas, y prácticamente «volverlos locos».
Está comprobado que el hombre contamina todo lo que toca: aire, ríos, lagos, mares, atmósfera y estratosfera. Contamina el comercio, la política, la religión y la moral. Contamina también el amor, el hogar y el matrimonio, así como a los niños y a la juventud. Contamina la mente, el corazón y el alma.
Con razón hay quienes dicen que esta vida es un martirio. Todos contaminamos lo que nos rodea y luego nos extraña que todo nos vaya mal. Le pedimos a Dios el milagro del socorro y luego nos extraña que Él no corresponda a nuestro clamor, cuando somos nosotros mismos los que producimos los males que nos acosan. Sembramos odio, rencor, ira y contienda, y cosechamos agonía, dolores, sufrimientos y muerte.
¿Podrá haber algo que quiebre esa secuencia fatídica de acontecimientos? Sí, pero sólo en el sentido individual, no colectivo. La persona que desea quitarse de encima las consecuencias que la están acabando debe tener un cambio de corazón. Eso lo produce sólo un profundo arrepentimiento. Si nos arrepentimos de corazón, Dios cambiará nuestra vida.
Hermano Pablo