lunes, 12 de abril de 2010

EL VIAJE A CASA

Lectura: Hebreos 11:1-10.
"Porque [Abraham] esperaba la ciudad… cuyo arquitecto y constructor es Dios" Hebreos 11:10
A Bill Bright, el fundador de Cruzada Estudiantil para Cristo, le diagnosticaron hace años fibrosis pulmonar, la cual es una enfermedad mortal. En su última época tenía que guardar cama. Bright usó este tiempo de callada reflexión para escribir un libro llamado The Journey Home (El viaje a casa).
En su libro, cita a Charles Haddon Spurgeon, quien dijo: «Vivamos aquí como extranjeros y hagamos del mundo no un hogar, sino una posada, en la que comemos y nos alojamos, esperando reanudar nuestro viaje mañana».
Impresionado por la perspectiva de Spurgeon en lo concerniente a su propio pronóstico mortal, Bright comentó: «Saber que el cielo es nuestro verdadero hogar nos hace más fácil pasar por los duros momentos aquí en la tierra. A menudo, he encontrado consuelo en el conocimiento de que los peligros de un viaje en la tierra no serán nada comparados con las glorias del cielo».
Abraham, el amigo de Dios, ilustra esta misma orientación hacia el otro mundo: «Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena… porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Hebreos 11:9-10). Su estancia era la de un extranjero de viaje, quien por fe buscaba una ciudad eternal construida por Dios.
Ya sea que la muerte esté cerca o lejos, mostremos una fe que se centre en nuestro hogar eterno.
Aunque andemos por desiertos caminos, el final de nuestra jornada es el Jardín de Dios.

CINCO MUERTES YA SON DEMASIADAS

Súbitamente, en medio de la noche, el bebé dejó de respirar. No tenía ninguna enfermedad. No había ingerido ningún veneno. No había monóxido de carbono en la habitación. Simplemente, cesó de respirar. El diagnóstico fue: Síndrome de Súbita Muerte Infantil. Nadie sabe su causa.

Lo peor del caso es que el mal no cesó con la primera criatura. Uno tras otro murieron, con el mismo diagnóstico, cinco bebés de Waneta Hoyt, que tenía cuarenta y siete años de edad cuando murió el quinto. Bebé que le nacía, bebé que moría antes de cumplir los tres meses.

Que muera del síndrome un bebé en una familia, podrá pasar. Pero que mueran cinco en una sola familia, ya son demasiados. Así que la policía comenzó a investigar.

Resultó otro caso revelador de lo compleja que es el alma humana. Waneta era una buena mujer, según decían todos. Buena esposa, buena vecina, buena parienta y fiel asistente a su iglesia. Hasta adoptó a un niño que ya estaba en la secundaria.

Sin embargo, apremiada por los interrogatorios, confesó haber matado a sus hijitos. El primero sí había muerto del síndrome, pero ella misma había sofocado a los otros. A uno de ellos lo había apretado con el pecho. ¿Y por qué los mató? Porque recibió tantas condolencias por el primero que se aficionó a las conmiseraciones, y quiso seguir recibiéndolas. ¡Complejidades enigmáticas del alma, impulsos tenebrosos que yacen en lo más recóndito del ser humano!

Sin tener que hacer psicología barata, en la raza humana hay un solo síndrome. Es el de la culpa. Para Waneta, las condolencias mitigaban su culpa.

De ese complejo de culpa devienen todos los males físicos y psiquiátricos de la humanidad. Es un complejo que empezó con Adán y Eva. Después de haber infringido el mandamiento de Dios, trataron de ocultarse en la maraña y cubrir su desnudez con hojas de higuera.

No obstante, nada ni nadie puede quitarnos ese complejo de culpa. En el transcurso de los siglos el hombre ha inventado de todo para librarse de él. Ha inventado sistemas filosóficos, ha buscado religiones, y hasta ha querido hacerse ateo. Pero no hay caso. No ha podido quitarse de encima ese complejo.

Es que sólo Jesucristo puede quitar la culpa del alma humana. Sólo Él puede limpiarnos del complejo de culpa y todos sus derivados. Cristo cargó en la cruz la culpa de toda la raza humana. Él pagó el precio de nuestra liberación. Él nos redimió. Sólo Cristo limpia el alma dejándola pura.