Ocurrió en el club nocturno llamado «Salón de víboras» en la calle
Sunset, es decir, «Puesta de sol», de Hollywood, California. Era una de
esas fiestas donde abundan el alcohol, el tabaco, la música rock y
bellas muchachas.
Al ritmo de la música y en medio de bamboleos y contorsiones, las
muchachas se iban quitando poco a poco la ropa. Entre los asistentes a
la fiesta se hallaba River Phoenix, un promisorio joven actor de cine.
De pronto, como herido por un rayo, River cayó al suelo en
convulsiones incontrolables. Siendo la estrella de la fiesta, muchos lo
rodearon tratando de ver qué hacían por él, pero los espasmos eran muy
fuertes y, en cuestión de minutos, River quedó como muerto. Al llegar
el auxilio médico se comprobó que, en efecto, River había pasado de
esta vida. En el «Salón de víboras» de la calle «Puesta de sol», River
halló el ocaso de su vida.
El suceso conmovió a toda la comunidad artística de Hollywood.
River Phoenix había hecho ya cuatro películas. Iba subiendo rápidamente
la escalera del éxito. Pero frecuentaba clubes nocturnos de fama
cuestionable, y se sabía que usaba drogas. A eso se atribuyó su muerte.
Los nombres aquí son simbólicos. El nombre del club, «Salón de
víboras», es una fiel descripción de las ondulaciones del humo del
tabaco y del sumo del alcohol y de las drogas que llenaban el oscuro
ambiente del lugar. Y la calle donde está situado, Sunset, resultó ser,
cuando menos para River Phoenix, la puesta literal y terminante del
sol de él.
Lo triste es que son miles los jóvenes que sucumben diariamente
al llamado de esa vida. Estos jóvenes creen que están disfrutando de la
plenitud de su juventud y hacen gala de su libertad, pero están
bailando la danza de la muerte con víboras. Creyendo estar en el
amanecer de su vida, están más bien acercándose a su ocaso. ¡Qué
lástima que se tenga que desperdiciar la gloria y el porvenir de la
juventud en muchachos que todavía no han aprendido a vivir!
Cristo le ofrece a todo joven una vida mejor. Él no le ofrece un
«Salón de víboras». Él le ofrece una vida íntegra, recta, justa y
feliz, una vida que el mundo no puede dar porque no la conoce.
Y Cristo no ofrece ningún ocaso. Él ofrece una mañana gloriosa,
llena de luz y esperanza. Permitamos que Cristo sea el Señor de nuestra
vida. Con Él estaremos libres de víboras y de puestas del sol. Con Él
seremos eternamente felices.
Hermano Pablo