domingo, 5 de diciembre de 2010

BILLETES A NINGUNA PARTE

Lectura: Juan 14:1-6.
"Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" Hechos 4:12
No conseguíamos billetes a ninguna parte. Acabábamos de concluir un viaje misionero a Jamaica y tratábamos de regresar a casa. Sin embargo, la línea aérea tenía problemas y, sin importar lo que dijeran nuestros billetes, no podíamos salir de la Bahía de Montego. Una y otra vez escuchábamos: «Su vuelo se ha cancelado». Aunque habíamos comprado los billetes de buena fe, la aerolínea no podía cumplir su promesa de llevarnos de vuelta a los Estados Unidos. Tuvimos que quedarnos un día más antes de abordar un avión de regreso.
Imagina que vas camino al cielo y descubres que tu billete no sirve. Puede suceder. Si confías en el plan equivocado, llegarás a las puertas del cielo, pero no podrás entrar para vivir con Dios para siempre.
El apóstol Pedro dijo que sólo en Jesús hay salvación (Hechos 4:12). Jesús dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6). El único billete al cielo lo tienen quienes han puesto su fe en Jesucristo y en Su muerte en la cruz para pagar por el pecado de ellos.
Algunos ofrecen otros caminos, pero esos billetes no sirven. Para asegurarte de que vas al cielo, confía en Jesús. Él es el único camino.
Jesús ocupó mi lugar en la cruz y me dio uno en el cielo.

HAY UN TIEMPO PARA TODO

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“Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar; un tiempo para matar, y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir, y un tiempo para construir; un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto, y un tiempo paHra saltar de gusto; un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse, y un tiempo para despedirse; un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir; un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar; un tiempo para rasgar, y un tiempo para coser; un tiempo para callar, y un tiempo para hablar; un tiempo para amar, y un tiempo para odiar; un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz.” Eclesiastés 3:1-8

No te angusties y desesperes cuando lo que pides o deseas no se te da o demora, ya sabes que hay un tiempo para todo y DIOS tiene un propósito para contigo y a veces sus planes no son los tuyos.

LA IGLESIA DE GALACIA

Lectura: Gálatas 3:1-12.
"¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?" Gálatas 3:3
Estaba conduciendo por el campo cuando divisé una iglesia cuyo nombre me sorprendió. Decía, «La Iglesia de Galacia». El nombre captó mi atención porque estaba seguro de que nadie elegiría llamar a una iglesia así, a menos que fuera por alguna necesidad geográfica.
Un estudio del libro bíblico de Gálatas revela que esta fue la carta más encendida de Pablo, en la que criticó a las personas de ser legalistas, de darle crédito al esfuerzo por obras para la salvación y de cambiar la gracia por un evangelio diferente. Galacia no era exactamente el tipo de iglesia que uno vería como un ejemplo a seguir.
Esto es cierto porque los gálatas estaban tratando de agradar a Dios por medio de sus propios esfuerzos más que por la dependencia de Él. La acusación de Pablo contra ellos fue: «¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?» (3:3).
Así como no podemos lograr una relación con Dios por nuestras obras, tampoco podemos desarrollarnos espiritualmente por nuestra propia fuerza. El recordatorio de Pablo a los gálatas (y a nosotros) es: La dependencia de Dios por medio de la obra del Espíritu en nuestras vidas es el meollo de nuestro caminar con Cristo.
Si pensamos que podemos llegar a ser como Jesús por nuestro propio esfuerzo, al igual que los gálatas, estamos engañándonos.
El Espíritu Santo es la fuente de poder del cristiano.

SOLO LLEGAN A LA CIMA QUIENES SE LO PROPONEN

Quienes escribieron el diario de su trasegar hacia la cumbre del monte Everets –el más alto del mundo– describen los días como interminables, nublados y grises, bajo un frío insoportable que crecía –minuto a minuto–, conforme Edmund Hillary y Sherpa Tensing Norgay iban ganando terreno en el ascenso.

Corría el mes de mayo de 1953 y los dos escaladores se convertían así en los primeros deportistas –en toda la historia de la humanidad– en emprender y alcanzar el exitoso final de un proyecto como ese, que para muchos era una locura, para otros un sueño y, para la mayoría de las personas, una auténtica proeza.

Conquistaron la cima de 8.848 metros de altura cuando sólo restaban dos días para que concluyera el mes.

Desde lo alto, divisando montañas y más montañas a lo lejos, blancas e infinitas, sólo atinaron a elevar un grito que se perdió en la inmensidad. ¡Habían logrado lo que para la mayoría de los seres humanos era imposible! Triunfaron sobre los obstáculos que habían llevado a la muerte a dos alpinistas de una comisión sueca, un año atrás.

Cuando alguien les preguntó cómo lograron sobreponerse a los impedimentos, Edmund dijo que sólo se limitaron a mirar el punto más alto del monte que era su meta final. De haber prestado atención a su alrededor o quizá, detenerse a mirar atrás, jamás habrían conquistado su propósito, explicó.

Nada lo detenga en el ascenso…

La actitud de Edmund y Tensing es la misma que comparten aquellos que tienen claridad sobre la importancia de fijarnos una meta en la vida, dirigir a ella nuestra mirada y no prestar atención a lo que pasó, sino solo al presente y al mañana. Quienes prestan oídos al ayer, vivirán en el fracaso.

Sin embargo hay algo más. Es volver a Dios nuestra mirada cuando los obstáculos del camino amenazan con llevarnos al fracaso o talvez a renunciar a nuestras metas. En circunstancias así es necesario recordar la recomendación del salmista cuando escribe: A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra.”(Salmos 121:1, 2. Nueva Versión Internacional).

Si nos asisten la fe y la confianza en el poder de Dios, para quien no existen límites, lograremos conquistar la cumbre de cualquier cima que tengamos enfrente…