jueves, 24 de junio de 2010

APRENDE A DECIR: NO!

Cuán a menudo he escuchado a mi padre describir con palabras entusiastas la honestidad de su viejo amigo el Coronel Ben Shrerrod. Cuando lo amenazaba la bancarrota y la destitución a una edad ya avanzada y debía la asombrosa suma de $850 000, un despreciable abogado le dijo, Coronel Shrerrod, usted está arruinado por completo, pero si me provee $5000 como honorarios de testigo, yo puedo encontrar una falla técnica en todo y sacarle del asunto.

El magnífico de Alabama dijo: Su proposición es insultante. Yo firmé la constancia de buena fe, y hasta el último dólar se pagará, si una obra benéfica cava mi tumba y compra mi mortaja. Mi padre nos llevó especialmente a mí y a mi hermano Richard en una ocasión para ver a ese anciano incorruptible, y su rostro, y palabras están impresas en mi corazón y mi mente.

Rufus C. Burleson

Las personas nos recordarán por nuestras promesas cumplidas y por nuestra honestidad, en especial cuando hundiéramos podido beneficiarnos al no decir la verdad. El carácter de tu palabra es tu mayor bien y la honestidad, tu mejor virtud.

Aprende a decir No; te será más útil que poder leer en latín.

Santiago 5:12
Sea vuestro sí, sí y vuestro no, no para que no caigáis bajo juicio.

INVITACION ABIERTA

Lectura: Efesios 2:14-22.
"Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" Hebreos 4:16
En 1682, Luis XIV hizo de Versalles la capital de Francia y siguió siéndolo (excepto por un corto periodo de tiempo) hasta 1789, cuando París volvió a ser la capital. El bello palacio de Versalles incluía una opulenta Sala de los Espejos de casi 75 metros de largo. Cuando un visitante se acercaba al rey, ¡tenía que hacer una reverencia cada cinco pasos mientras cubría toda la distancia hasta llegar al rey, quien estaba sentado en su deslumbrante trono de plata!
Los emisarios extranjeros que llegaban a Francia se sometían a ese humillante ritual para cortejar el favor del monarca francés hacia su propio país. En contraste, nuestro Dios, el Rey de reyes, invita a Su pueblo a acercarse libremente a Su trono. Podemos venir a Él en cualquier momento —¡no se requiere de audiencias por anticipado ni de reverencias!
¡Cuán agradecidos debemos estar de que nuestro Padre celestial sea muchísimo más abierto! «Porque por medio de [Cristo]… tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre» (Efesios 2:18). Debido a esto, el autor de Hebreos nos insta a «acer[carnos], pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16).
¿Has respondido a la invitación abierta de Dios? Ven con respeto reverencial y gratitud, por cuanto el Dios de este universo está dispuesto a escuchar tus peticiones en cualquier momento.
El acceso al trono de Dios siempre está abierto.

LA MUERTE DE UNO SOLO BASTA

Parecía una escena bíblica, de los tiempos de hierro de la edad patriarcal, pero no lo era. El padre levantó el cuchillo de carnicero, de afilada hoja, y tomó a su hijo. La madre había corrido al patio despavorida, pidiendo auxilio.

El padre, creyendo cumplir la voluntad de Dios, pasó la hoja del cuchillo por la garganta del hijo, y le seccionó las carótidas. «Tienes que morir, hijo mío, por los pecados del mundo», había dicho con espantosa determinación.

La escena no era de los tiempos de Abraham sino en Randallstown, Maryland, Estados Unidos. Stephen Johnson, un hombre de veintiocho años, semitrastornado, sin duda, había sacrificado a su hijo Steve de sólo catorce meses de edad.

Gente fanática y trastornada hay mucha en este mundo. Stephen Johnson, que estaba bajo tratamiento psiquiátrico, era uno de ellos. Llevado por sus propias imaginaciones, y quizá por el uso de drogas, llegó a creer que él era Dios, y su pequeño hijo, Jesucristo. Y por eso cometió el crimen.

Así ha pasado durante todos los siglos en que ha existido el cristianismo en este mundo. Gente fanática, gente que se deja llevar de sus ideas, sus impresiones y sus sueños y visiones más que de la Biblia, ha caído en excesos, desatinos y locuras.

No es necesario que nadie más muera por los pecados del mundo. Sólo Jesucristo, Dios hecho hombre, podía morir en rescate por todos los pecadores. Cristo murió una sola vez, y su sacrificio es irrepetible. Con una sola vez que muriera, ha bastado para expiar los pecados de toda la humanidad de todos los tiempos.

El apóstol Pedro lo dice con toda claridad en su primera carta universal: «Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios» (1 Pedro 3:18). También en la epístola a los Hebreos está escrito: «Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos» (Hebreos 9:28).

Nadie debe morir por los pecados de nadie. Cristo ya lo ha hecho por todos, de una vez y para siempre. ¿Qué debemos hacer nosotros? Simplemente aceptar la validez eterna de ese sacrificio único y perfecto, y reconciliarnos con Dios, dándole gracias por Jesucristo. Él murió una sola vez, y una sola vez resucitó, por nosotros. Por eso ahora no tenemos que hacer más que aceptarlo.

Hermano Pablo