lunes, 10 de junio de 2013

UNA BALA EN LA CABEZA

Llevaba diez años de sufrir dolores de cabeza. Primero pensó que era exceso de trabajo. Después le dijeron que podría ser migraña. Un médico le diagnosticó sinusitis. Pero Bruce Levón no hallaba alivio de ninguna manera, y por fin le sacaron una radiografía. El resultado fue interesante. Bruce tenía una bala incrustada en la base del cráneo.
Diez años atrás, en un baile, alguien había disparado al azar. Bruce recibió el plomo en la cabeza, aunque sólo sintió un rasguño. Más temprano, camino al baile, Bruce había tenido un accidente de automóvil, y él siempre pensó que el rasguño había sido el resultado de algún vidrio del parabrisas.
No es nada común vivir diez años con una bala en la cabeza, aunque es cierto que casos como éste se encuentran en los archivos médicos. El cuerpo es un mecanismo maravilloso que se adapta a muchas interferencias, pero vivir diez años con una bala en la cabeza es extraordinario.
Sin embargo, hay miles de personas que sí llevan algo en la cabeza y en el corazón que daña y hiere y agravia y deteriora. Son las ofensas no perdonadas. Nada produce más daño en el corazón que cargar una injuria, un daño, una ofensa no perdonada.
La reacción normal es defendernos diciendo: «Fue él quien me hizo el mal. Que venga él a mí y me pida perdón.»
Jesucristo, en su Sermón del Monte, dijo algo muy interesante: «Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda» (Mateo 5:23-24).
Tomemos nota de la importantísima frase: «y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti.» Esto quiere decir que es el ofendido quien debe buscar la paz con el que lo ofendió. De no ser así, si no nos busca el que nos ofendió, nunca estaremos en paz. Y es que importa mucho que no carguemos toda la vida un resentimiento no perdonado. Porque nada produce más daño personal que cargar en la mente y en el corazón una ofensa no perdonada.
Nosotros somos los únicos que podemos extraer la bala que tenemos en el corazón. Busquemos al que nos ofendió y reconciliémonos con él. Si no lo hacemos, llevaremos esa carga hasta la muerte. Jesucristo nos dará la gracia para hacerlo. Nuestra tranquilidad depende de eso. No perdamos más tiempo. Busquemos la ayuda de Dios.
Hermano Pablo

ORQUIDEAS

En una oportunidad visité una casa decorada con muy buen gusto, entre tantas cosas bonitas que allí podían observarse me llamó la atención una enorme planta orquidácea ubicada sobre el alféizar de una ventana. Sus flores eran hermosas y su tamaño se imponía sobre el resto de las plantas que acompañaban la decoración de aquel rincón.
Pero lo atractivo de esas orquídeas no era solo su belleza, sino también su historia.
La dueña de casa me contó que había comprado esa planta en el sector de rebajas de un establecimiento comercial. Su condición inicial era pobre, sin atractivo, de tamaño normal, nada fuera de lo común, ¡y encima en el sector de rebajas! Nada hacía suponer que esa “plantita” podría ser la belleza que hoy es; excepto que alguien se detuviera a observarla, considerarla y verle el potencial, como lo hizo su dueña a la hora de pagar el precio para su adquisición.
Al escuchar la frase: “la compré porque le vi potencial”, no pude evitar relacionarla con la obra que Dios hace en nuestras vidas.
Dios nos ha regalado la Salvación en Cristo Jesús porque nos ama (no por mérito alguno) y Él es el primero que ve potencial en cada uno de nosotros, sea cual fuere nuestra condición.
Aunque nos sintamos interiormente como en el sector de las rebajas no debemos desesperarnos, pues Él, mejor que nadie, conoce nuestro potencial:
“Yo te formé (...) yo no te olvidaré” (Is 44:21,NVI).
“Así dice el Señor, el que te hizo, el que te formó en el seno materno y te brinda su ayuda” (Is 44: 2, NVI).
La dueña de esas preciosas orquídeas se ha encargado de cuidarlas y regarlas con diligencia. Dios, quien no solo pagó el precio de nuestra Redención en Cristo y nos ve potencial, también nos cuida con celo para que crezcamos espiritualmente saludables y con raíces profundas: “El Señor cuida a todos los que lo aman” (Salmo 145:20,NVI). Nos alimenta a través de Su Palabra y nos fortalece en la hermandad en Cristo.
“¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Son más dulces que la miel a mi boca!” (Salmo 119:103,NVI).
“Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro” (Efesios 4: 15-16, NVI).
Cada uno de nosotros tiene tal vez alguna historia vivida en el sector de las rebajas, ese sector donde parecería que la luz de la esperanza no llega, ese sector casi olvidado o visitado por pocos (recordemos que era el sector de las plantas y no el de indumentaria femenina). Soledad, desesperanza, frustración y olvido podrían ser algunas palabras con las que podríamos pintar ese cuadro. Pero un día esa historia cambió al penetrar la luz de Jesucristo en nuestros corazones, Él nos dio la oportunidad de tener una nueva vida y de desarrollar nuestro potencial. Por tal motivo,estimado lector, le invito a reflexionar sobre todo lo que Dios ha hecho en su vida y seguro no podrá hacer otra cosa más que darle Gloria, Honra y Alabanza.
Patricia Gotz