martes, 22 de diciembre de 2009
¿QUE NIÑO ES ESTE?
"He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel,... para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones" Lucas 2:34-35
Uno de los villancicos navideños más queridos fue escrito en 1865 por William Dix, un inglés que administraba una compañía de seguros marítimos y a quien le encantaba escribir himnos. Al compás de la melodía inglesa «Greensleeves» («Mangas Verdes»), algunas versiones usan la segunda mitad del primer verso como coro para los demás:
El es el Cristo, el Rey,
Pastores, ángeles cantad;
Venid, venid a él,
al hijo de María.
Pero en otras versiones, cada estrofa es única. El segundo verso, el cual rara vez se canta hoy, ve más allá del pesebre, hacia la cruz:
¿Por qué en humilde establo así
El niño es hoy nacido?
Por todo injusto pecador
Su amor ha florecido.
Traed ofrendas en su honor
El rey como el labriego,
Al Rey de reyes, Salvador,
Un trono levantemos.
Simeón le dijo a María. «He aquí, Éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma) para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones» (Lucas 2:34-35).
El Niño de la Navidad vino a ser nuestro Salvador. «Gozo, Cristo ha nacido, el hijo de María».
El nacimiento de Cristo trajo a Dios hacia el hombre; la cruz de Cristo lleva al hombre hacia Dios.
NUEVE AÑOS PARA ENCONTRARSE A SÍ MISMO
Fueron nueve años de su vida, quizá los nueve que pudieran haber sido los más productivos: de los veintisiete a los treinta y seis. Pero fueron nueve años que pasó en prisión. Y no sólo en prisión, sino en el pabellón de los condenados a muerte.
«Tuve que contemplar mi muerte durante nueve años —escribió David Mason— para comenzar a descifrar la vida. Nueve años para comprender el dolor que causé. Nueve años para aceptar responsabilidad por mis crímenes, y nueve años para sentir remordimiento por lo que hice.»
David Mason, quien había estrangulado a cinco personas, pagó su deuda a la sociedad en la cámara de gas un día martes, 24 de agosto. Joven todavía, terminó sus días con fuertes sentimientos encontrados, por un lado lamentando su vida perdida, pero por el otro dando gracias a Dios que había hallado la salvación de su alma. Porque durante esos nueve años encontró a Dios y comprendió la gran realidad ineludible de la justicia humana y la justicia divina.
Uno tiene que preguntarse: ¿Por qué tuvo David Mason que llegar a lo más hondo de su vida, hasta ser destruido, para allí darse cuenta de que la vida tiene valor y de que, sometidos a la voluntad divina, podemos vivir con dignidad?
No es necesario cometer un asesinato, ser condenado a muerte y cavilar durante años tras las rejas de una cárcel para comenzar a vivir de nuevo. En cualquier lugar y en cualquier momento podemos recapacitar y decidir someternos a la voluntad de Dios para disfrutar de la vida al máximo.
Todos nuestros problemas vienen como resultado de descuidar las leyes morales de Dios. «No codiciarás», «No hurtarás», «No darás falso testimonio», «Honra a tu padre y a tu madre», «No cometerás adulterio» y «No matarás» son leyes que se aplican a toda persona de todo tiempo y de todo lugar.
Siempre que cualquier persona —sea quien sea, tenga el trasfondo que tenga, viva donde viva y crea lo que crea— quebrante una o más de estas leyes, sufrirá las consecuencias. Aunque no quiera aceptarlas como ordenanzas divinas, como quiera, si las infringe, sufrirá las consecuencias. ¿Acaso tenemos que llegar a la cámara de gas para descubrir esa clara y visible verdad?
No tenemos que esperar hasta estar en el lecho de muerte para arrepentirnos. Ahora mismo podemos aceptar a Jesucristo como nuestro Señor. Él implantará sus divinas leyes en nuestra vida, e implantará en nosotros el deseo y la fuerza para cumplirlas.
Hermano Pablo
Y NO SEAS INCREDULO, SINO CREYENTE
texto :Juan 20: 27,28
“Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!” ¿Ya te ha pasado que quieres creer pero no puedes?, si, hablo de esos momentos en los cuales lo único que te queda es creer en lo que Dios puede hacer, pero por alguna extraña razón nuestra mente se rehúsa a creer de que eso puede ser cumplido. Tomás era uno de los doce, uno que había sido escogido especialmente por Jesús para que fuera testigo de su Ministerio acá en la tierra, seguramente Tomás había experimentados cosas sobrenaturales, como la alimentación de los cinco mil, como los milagros a los ciegos, cojos o mancos, había sido testigo de cómo Jesús había caminado sobre el mar o calmado la tempestad, había visto los demonios salían huyendo de la presencia de Jesús y de muchos tantos milagros y prodigios que el Señor había realizado. Pero luego de su muerte, su fe tambaleo a tal punto de no creer en su resurrección, pese a que Jesús lo había predicho, fue tanta la incredulidad de Tomás que dijo tener que introducir sus dedos en las manos traspasados de Jesús y su mano en el costado para poder creer de que se trataba de El. Es fácil juzgar al incrédulo y mas cuando se trata de alguien tan conocido por su incredulidad como Tomás, pero no podemos negar que nosotros en muchas ocasiones hemos realizado el papel de Tomás ante muchas situaciones en la vida. En muchas ocasiones hemos declarado que tenemos fe para poder creer en las cosas maravillosas que Jesús puede hacer y más aun cuando no somos los protagonistas de esas situaciones difíciles en las cuales se necesita esa clase de fe y en donde solo el Poder de Dios puede actuar. Pero cuando de verdad nos toca el turno de ser protagonistas y vemos frente a nosotros esos gigantes llamados: enfermedades, problemas económicos, problemas familiares, desánimos o cualquier nombre que tenga tu gigante, es ahí en donde aquella fe que un día declaramos tener es puesta a prueba. Lo difícil de todo esto es asimilar en nuestra mente humana e incrédula que Dios puede actuar en dicha situación. A lo mejor muchas veces hemos clamado a Dios, pero detrás de la oración ha estado una enorme sombra de incredulidad, en donde a pesar que estas declarando con nuestra boca creer en lo que Dios puede hacer, nuestra mente esta dudosa de ver los resultados. Y es que lo mismo le pasaba a Tomás, el había sido testigo viviendo del Poder de Jesús, pero pese a todo eso, su mente no le permitía asimilar de que había resucitado, algo imposible para su mente, pero posible para Dios. Sinceramente muchas veces no le hemos creído a Dios a totalidad y mientras nuestra fe no sea completa, difícilmente veremos resultados, pero Dios que es grande en misericordia y amor hacia nosotros, pese a que muchas veces no podemos asimilar con nuestra mente su actuar, decide presentarse ante nosotros y decirnos: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Esta frase ha traspasado mi corazón: “y no seas incrédulo, sino creyente”, solo puedo decir: “Ay Señor, cuan incrédulo soy”, si, incrédulo porque mi mente no me deja asimilar lo que mi espíritu si asimila. Jesús Adrián Romero en una de sus Alabanzas dice: “Mi mente dice no, no es posible”, pero luego dice: “Pero mi corazón, confiado esta en ti, tu siempre has sido Fiel me has sostenido”, cuanta verdad tenían estas palabras escritas seguramente en un momento de conflicto interior en donde había una batalla entre su mente y su corazón, entre no creer y si creer. Amados hermanos, no se que momento puedas estar pasando, quizá has clamado por alguna petición en especial, pero tu mente no te permite creer que se cumplirá, mas en esta hora Jesús nos motiva a que dejemos la incredulidad aun lado para comenzar a ser creyentes. Eso significa que cuando menos sientas, Jesús estará ahí presente como respuesta a tu incógnita y te dirá que metas tus dedos en sus manos o tu mano en su costado y luego de eso responderemos como lo hizo Tomás: “¡Señor mío, y Dios mío!” (v.28). Tu petición esta a un grano de mostaza para cumplirse, es hora de comenzar a ser creyentes de verdad y no incrédulos disfrazados de creyentes.