sábado, 13 de octubre de 2012

LAS INSTRUCCIONES DEL MAESTRO

Era el primer salto en paracaídas. Los ocho jóvenes australianos, todos ellos aprendices de paracaidismo, estaban entusiasmados. El avión que los llevaba volaba a mil quinientos metros de altura, y uno por uno los jóvenes fueron saltando. Todos habían estudiado con esmero. Pero a Alan Bannerman, de la ciudad de Sydney, no le fue bien. Su paracaídas se desplegó antes de tiempo y se enredó en la cola del avión. El joven quedó colgado de la cola en pleno vuelo.
El instructor de Alan comenzó a darle instrucciones: cómo quitarse el paracaídas enredado, cómo abrir el de repuesto, cómo aterrizar. Y siguiendo las instrucciones del profesor, y recordando las lecciones aprendidas en ocho horas de aprendizaje, el joven pudo salir de su amarradura y aterrizar sano y salvo.
¡Qué importante es saber cómo seguir las instrucciones del maestro! Es la única salvedad en cualquier problema que se presente, ya sea en el aprendizaje del paracaidismo o en el caminar de esta vida.
Son ciertamente muy pocos los que practican el paracaidismo, y sin embargo la vida entera es un gran salto. A diario confrontamos situaciones imprevistas. Cada nada tenemos que tomar decisiones de mayor o menor envergadura, y nos perdemos en el gran mare mágnum de perplejidades y desasosiegos que son parte de esta vida.
¿Qué podemos hacer cuando nuestro paracaídas no funciona, cuando nos estamos cayendo indefensos en forma vertiginosa? ¿Hay alguna solución para el alma confundida?, ¿para la vida en caos? Si no es nuestra paz del alma la que va en quiebra, es nuestra conducta, o nuestros negocios, o nuestro hogar o nuestra vida. Siempre hay algo que no anda bien, y a veces estas son situaciones muy severas. Nos estamos cayendo, y no hay salvación. ¿Qué podemos hacer?
Siempre podemos hacer las dos cosas que hizo Alan Bannerman, el paracaidista de Sydney: pedir sinceramente la ayuda divina, y luego seguir las instrucciones del Maestro.
Hay, para las luchas de la vida, un Dios que está atento a nuestro clamor. Según el salmista, ese «Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia» (Salmo 46:1). Y es su Hijo Jesucristo, el Maestro divino, quien nos da los pasos a seguir. «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados —nos invita Cristo—, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí —nos instruye—, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave —concluye— y mi carga es liviana» (Mateo 11:28-30). Permitamos que Jesucristo sea nuestro Maestro y nuestro socorro.

Hermano Pablo

NO BAJAR LA GUARDIA


En los capítulos 14- 16 de 2 Crónicas, la Biblia relata los acontecimientos del reinado de Asá, rey de Judá. En sus comienzos, su actitud fiel y comprometida con el Señor lo llevó a grandes logros; a continuación citaremos algunos versículos que ejemplifican de manera clara su expresión de fidelidad a Dios:

• «Asá hizo lo que era bueno y agradable ante el Señor su Dios. Se deshizo de los altares y los santuarios paganos, destrozó las piedras sagradas, y derribó las imágenes de la diosa Aserá. Además ordenó a los habitantes de Judá que acudieran al Señor, Dios de sus antepasados, y que obedecieran su ley y sus mandamientos» (14:2-4, NVI).

• «Asá les dijo a los de Judá: “Reconstruyamos esas ciudades, y levantemos a su alrededor murallas con torres (...). El país todavía es nuestro, porque hemos buscado al Señor nuestro Dios; como lo hemos buscado, él nos ha concedido estar en paz con nuestros vecinos.” »(14:7, NVI).

• Previamente al enfrentamiento con los cusitas, Asá invocó a Dios. «Señor, sólo tú puedes ayudar al débil y al poderoso. ¡Ayúdanos, Señor y Dios nuestro, porque en ti confiamos, y en tu nombre hemos venido contra esta multitud! » (14:11, NVI).

A lo largo del capítulo 15 también se describen otras muestras de fidelidad a Dios, como la eliminación de los ídolos, la restauración del altar del Señor y un pacto de compromiso de buscar a Dios y castigo para el que no lo hiciera.

Por supuesto que tal manifestación sincera de fidelidad tuvo su recompensa, pues Dios les concedió paz con los vecinos, les dio la victoria sobre los cusitas y les otorgó 35 años sin guerras, entre otras cosas. Pero en el año treinta y seis de su reinado, algo pasó en Asá, pues ante el ataque del rey de Israel a Judá, él le envió al r ey de Siria la plata y el oro del templo del Señor e hizo un pacto con éste para que lo ayudara a que Basá, rey de Israel, se marchara (16: 1-3, NVI).

Lo que aparentemente fue una solución inmediata a un problema, tuvo su origen en un acto de confianza en los hombres más que en Dios. Aunque Asá había visto grandes cosas de parte del Señor y había comprobado de primera mano cómo había sido librado de sus enemigos, no dudó en hacer un pacto con un hombre ante una nueva amenaza. Como consecuencia de su proceder, Asá recibió una palabra específica por medio del vidente Jananí: «Por cuanto pusiste tu confianza en el rey de Siria en vez de confiar en el Señor tu Dios, el ejército sirio se te ha escapado de las manos. También los cusitas y los libios formaban un ejército numeroso, y tenían muchos carros de combate y caballos, y sin embargo el Señor los entregó en tus manos, porque en esa ocasión tú confiaste en él. “El Señor recorre con su mirada toda la tierra, y está listo para ayudar a quienes le son fieles» (16:7-9, NVI).

Tal vez sea de esperar que luego de esa palabra su corazón se contristara y procediera a un sincero arrepentimiento, pero no fue así, pues en el versículo 10 del capítulo 16 la Biblia dice que Asá se enfureció con el vidente y lo encarceló; y que casi al final de su reinado se enfermó, pero «no buscó al Señor, sino que recurrió a los médicos» (16:12, NVI).

Quizá el rey Asá nunca comtempló la idea de no confiar en Dios, pero sin embargo en algún momento bajó la guardia y no tuvo en cuenta las advertencias que el Señor le había dado en otras oportunidades:

• «Asá, y gente de Judá y Benjamín, ¡escúchenme! El Señor estará con ustedes, siempre y cuando ustedes estén con él. Si lo buscan, él dejará que ustedes lo hallen; pero si lo abandonan, él los abandonará» (15:2, NVI).
• «Pero ustedes,¡manténgase firmes y no bajen la guardia, porque sus obras serán recompensadas!» (15:7, NVI).

Per mitirnos bajar la guardia puede ser el comienzo de volvernos infieles a Dios; darnos ‘ciertas licencias’ puede provocar un alejamiento gradual y progresivo de nuestro objetivo como cristianos; hacer alianzas y pactos con personas para lograr una solución momentánea, basados en ‘nuestra madurez’ y no en la confianza en Dios, puede acarrearnos consecuencias dolorosas. Por eso aquella advertencia que recibió Asá de parte de Dios de mantenerse firme y no bajar la guardia es tan vigente para nosotros hoy como lo fue para aquel rey.

Para finalizar, citaremos las esperanzadoras palabras de nuestro Señor Jesús, el soberano de los reyes de la tierra: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Apocalipsis 2:10, NVI).
“El hombre fiel recibirá muchas bendiciones” (Pr. 28:20, NVI)


Patricia Götz
Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
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