martes, 26 de enero de 2016

lunes, 11 de enero de 2016

DAR PARA RECIBIR




Un hombre estaba perdido en el desierto, destinado a morir de sed.
Por suerte, llegó a una cabaña vieja, desmoronada sin ventanas, sin techo.
El hombre anduvo por ahí y se encontró con una pequeña sombra donde acomodarse para protegerse del calor y el sol del desierto.

Mirando a su alrededor, vio una vieja bomba de agua, toda oxidada.
Se arrastró hacia allí, tomó la manivela y comenzó a bombear, a bombear y a bombear sin parar, pero nada sucedía.
Desilusionado, cayó postrado hacia atrás, y entonces notó que a su lado había una botella vieja.
La miró, la limpió de todo el polvo que la cubría, y pudo leer que decía:

“Usted necesita primero preparar la bomba con toda el agua que contiene esta botella mi amigo, después, por favor tenga la gentileza de llenarla nuevamente antes de marchar”.

El hombre desenroscó la tapa de la botella, y vio que estaba llena de agua… ¡llena de agua! De pronto, se vio en un dilema: si bebía aquella agua, él podría sobrevivir, pero si la vertía en esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca, bien fría, del fondo del pozo, y podría tomar toda el agua que quisiese, o tal vez no, tal vez, la bomba no funcionaría y el agua de la botella sería desperdiciada.

¿Qué debiera hacer? ¿Derramar el agua en la bomba y esperar a que saliese agua fresca… o beber el agua vieja de la botella e ignorar el mensaje? ¿Debía perder toda aquella agua en la esperanza de aquellas instrucciones poco confiables escritas no se cuánto tiempo atrás?

Al final, derramó toda el agua en la bomba, agarró la manivela y comenzó a bombear, y la bomba comenzó a rechinar, pero ¡nada pasaba! La bomba continuaba con sus ruidos y entonces de pronto surgió un hilo de agua, después un pequeño flujo y finalmente, el agua corrió con abundancia…
Agua fresca, cristalina. Llenó la botella y bebió ansiosamente, la llenó otra vez y tomó aún más de su contenido refrescante.

Enseguida, la llenó de nuevo para el próximo viajante, la llenó hasta arriba, tomó la pequeña nota y añadió otra frase: “Créame que funciona, usted tiene que dar toda el agua, antes de obtenerla nuevamente”.

 A veces la vida es un reflejo de esta historia, hay momentos en los cuales debemos tomar decisiones sin conocer los resultado futuros, pero quién pretende verlo todo con suma claridad antes de decidir "nunca decide".

viernes, 8 de enero de 2016

«HÁBITOS INSANOS»

David Fortson era alto, de más de dos metros, atlético, alegre, inteligente, y de apenas diecinueve años de edad. Era el mejor jugador de básquetbol de su colegio en Santa Mónica, California. Pero tuvo una discusión acalorada con un compañero suyo.
En el calor de la contienda, David, que era toda una promesa, recibió un balazo en el pecho. Él murió poco después, mientras que a su asesino lo encontraron en la casa de su novia y lo arrestaron.
El homicida pertenecía a una banda juvenil que tenía por lema una frase impresa en las camisetas de los miembros de la banda, que decía: «Hábitos insanos». Esa frase, hábitos insanos, es lo que le da importancia a esta noticia.
El diccionario describe la primera acepción de la palabra «insano» con dos vocablos: loco y demente. En efecto, podemos calificar de locos y dementes esos hábitos de adolescentes y jóvenes que son la pesadilla actual de padres, maestros, policías, jueces y clérigos. La juventud parece enloquecida. Cada día hay noticias de algún acto insano de parte de jóvenes estudiantes, de muchachas adolescentes y de niños que aún no han doblado el cabo de los diez años.
Quizá no sea tan extraño el hecho de que estos hábitos insanos son siempre actos de violencia, o de rebeldía, o de fiestas licenciosas en que se bebe licor a mares, se usan drogas y narcóticos sin medida y se practica el sexo libre, que nunca es libre, y todo esto, sin conciencia.
Algo que contribuye a esta insania es la televisión. No hace mucho una sociedad estudiantil manifestó que mucha de la delincuencia en la juventud se debe a la influencia de la televisión. «La televisión nos está deformando la mente y los sentimientos —dijeron los jóvenes en una dramática declaración—. Si no mejoran los programas de televisión, no hay esperanza para el joven.»
No obstante, la televisión mundial, al igual que el cine y las revistas, es una industria superpoderosa, y éstas, por la gran cantidad de dinero que producen, no cambiarán sus proyectos por nada en la vida.
¿Y qué del joven? ¿Hay algún modo de cambiar sus «hábitos insanos»? Sí, lo hay. Es posible tocar el corazón del joven y la señorita. Se han visto cambios increíbles en jóvenes que, según su propio testimonio, habían perdido toda noción de moralidad. Esto ocurre cuando Jesucristo entra en el corazón humano. La única fuerza capaz de contrarrestar la fuerza que tiene el mal es Jesucristo.
Por nuestra parte, los padres necesitamos darles a nuestros hijos un genuino ejemplo cristiano. Ellos necesitan ese modelo. Y nuestros jóvenes necesitan reconocer que sólo Cristo es su salvación, no sea que sigan andando por el camino que lleva a la destrucción.
Hermano Pablo

DORMIDO EN EL JUICIO

Fue un bostezo enorme, prolongado y sonoro. Estuvo seguido de un estirar de brazos, un suspiro y un cerrar de ojos. Y luego el hombre se durmió profunda, tranquila y totalmente, indiferente a todo lo que lo rodeaba.
Pierre Dupier, francés, de treinta y nueve años de edad, se había dormido ante un tribunal de París cuando se le juzgaba por el delito de narcotráfico. Como el hombre durmió durante todo el proceso, el juez decidió juzgarlo en otra ocasión en que estuviera despierto. «Mientras éste sufra de apnea obstructiva, la enfermedad del sueño —dijo el juez—, no se le podrá juzgar.»
He aquí a un hombre que, si se quiere, se salió con la suya. Padece una rara enfermedad, «apnea obstructiva». Cuando le da por dormir, sencillamente se queda rendido aunque disparen cañonazos a su lado. Como se durmió en el juicio, y no escuchó nada de los cargos que se le imputaban, no se le pudo juzgar.
No podemos menos que preguntarnos: ¿Cuántos hay en este mundo que, sin padecer de la enfermedad del sueño, se duermen en lo más importante de la vida? Hay hombres, por ejemplo, que parecen dormirse cuando se trata de llevar dinero a la casa para alimentar a los hijos y pagar las cuentas.
Otros, sin tener el cerebro dormido, parecen tener dormida la conciencia. Pueden cometer cualquier fechoría, cualquier delito moral, sin siquiera inmutarse. Más que conciencia dormida parecen tener la conciencia muerta.
Otros duermen profundamente sin oír el clamor de su esposa abandonada, o el llanto de sus hijitos con hambre, o el gemido de los padres ancianos que viven en la miseria. Duermen profundamente ante su deber moral, sin necesidad de alcohol, ni de droga, ni de somníferos ni de “apnea obstructiva”.
Para todos estos que duermen delante de Dios y de su responsabilidad moral, hay un texto bíblico apropiado: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo» (Efesios 5:14). Estar dormido, sordo e inconsciente a la realidad moral de la vida es igual que estar muerto.
Debemos reaccionar y despertar del letargo moral. Tenemos que abrir los ojos y los oídos. Y debemos escuchar a Jesucristo que nos llama a una vida recta, justa, moral y limpia. Si seguimos moral y espiritualmente dormidos, nuestro sueño nos llevará a la perdición eterna.
Cristo está llamando hoy y está llamando ahora. ¡Despertemos!
Hermano Pablo

ENCERRADO CON TIGRES

El muchacho, de veinte años de edad, levantó el auricular del teléfono. No era una llamada inocente que hacía desde su casa. Era una llamada que le hacía a un grupo de periodistas desde una cárcel. «Quiero que me condenen a muerte. No soportaría estar preso toda la vida.»
Se trataba de Mark Scott, que había sido condenado a cadena perpetua por homicidio. El sólo pensar en permanecer toda la vida tras las rejas de una cárcel era más de lo que podía soportar. Por eso llamó a los periodistas, y posteriormente se le concedió su petición. Fue así como Mark Scott llegó a ser el condenado a muerte más joven de la prisión de San Quintín. Sólo tenía veinte años.
He aquí a un joven que quería morir. No quería cadena perpetua. «Para mí —dijo él—, estar preso toda la vida es como si me encerraran en un cuarto con tigres que, bocado a bocado, me fueran comiendo.»
Pero ¿cómo había llegado este estudiante inteligente a cometer dos años antes, teniendo apenas dieciocho años, un homicidio por el que lo condenarían a cadena perpetua? Precisamente al permitir, empleando su propia analogía, que un «tigre» le fuera comiendo pedazo a pedazo la moral y la conciencia.
Primero fue el «tigre» del egoísmo, el deseo insano de las satisfacciones egoístas, de vivir sólo para sí. Luego fue el «tigre» del cine y de la televisión, que fueron comiendo su conciencia pedazo a pedazo.
Después fue el «tigre» feroz de la drogadicción, que minó y desmenuzó su raciocinio. Por último fue el «tigre» de la codicia. Aquel joven, de sólo dieciocho años de edad, secuestró a Kelly Sullivan, enfermera de treinta y tres años, y la mató de tres balazos para robarle lo poco que llevaba en la cartera.
Hay muchos como Mark Scott, que permiten que los «tigres» les vayan comiendo el alma, pedazo a pedazo. Cada día se someten a los mordiscos del «tigre» hasta que son consumidos por completo. Son los que se abandonan a las pasiones, a los vicios, a la codicia y a la lujuria.
¿Hay alguien que pueda dominar estas fieras destructivas que parecen ensañarse con los seres humanos? Sí, lo hay. Jesucristo, el Señor que vive con plenitud de vida, tiene poder para venir en ayuda de cualquier víctima del pecado que clama desesperada.
Sólo Jesucristo nos libra de los «tigres» que nos consumen. Sólo Cristo tiene compasión y buena voluntad para librarnos. Sólo Él puede salvarnos. 
Hermano Pablo

miércoles, 6 de enero de 2016

La primera reunión del año "que no decaigamos la fe"

sábado, 2 de enero de 2016



"BUSCARON A DIOS SINCERAMENTE, 
Y ESTE SE DEJÓ ENCONTRAR Y LES DIO TRANQUILIDAD" 
2ª de Crónicas 15:15

Buena manera para empezar el año.