jueves, 29 de octubre de 2009

SOFOCADA POR SU PROPIO COLCHÓN

Juliana Biedermann, anciana de setenta y ocho años de Colonia, Alemania, se sentó feliz en su nueva cama. Era una cama mullida, suave, tibia, a la que el fabricante le había añadido un suave perfume de maderas.

Juliana se puso a jugar sobre su nueva cama como una chiquilla. Vivía sola en su apartamento. Era un apartamento moderno, con esas camas plegadizas que se empotran en la pared para dejar más espacio durante el día.

Mientras la anciana probaba varias veces la suavidad del colchón, el mecanismo de la cama se accionó espontáneamente y, levantándose, atrapó a la anciana dentro del hueco. Comenzó así una pesadilla para doña Juliana que duró cabalmente tres días y tres noches.

La pobre mujer permaneció en aquel encierro hasta que al fin los vecinos alertaron a la policía y los bomberos acudieron a librarla. «Nadie oía mis gritos —dijo llorando—; mi propio colchón me sofocaba.»

Los colchones sirven para dormir, y son muy cómodos. Pero conviene tenerlos debajo del cuerpo, no encima. Porque aquello que fue creado para la comodidad, el placer y el descanso puede convertirse en algo sofocante y aun mortal si se le da un uso totalmente impropio.

Así pasa con todas las cosas que el hombre ha creado para su bienestar y beneficio. Usadas como se debe, dándoles el uso para el que fueron diseñadas, las cosas generalmente funcionan bien. Son de utilidad y provecho. Pero usadas en otra forma pueden ser hasta mortales.

Una cuerda gruesa puede ser muy buena para tender la ropa o halar un auto, pero mala si se le hace un nudo corredizo y se la ajusta al cuello. Una hojita de acero filosa puede ser muy buena para afeitarse, pero mala si se la desliza sobre las venas de la muñeca.

Lo mismo puede decirse de otra infinidad de cosas, tales como el amor. Usado como manda Dios, y para lo que fue diseñado, es maravilloso. El amor es una fuente de felicidad, de bienestar, de salud física y mental, y de progreso moral y espiritual. Pero si se usa mal este genial invento de Dios, el amor de hombre y mujer se transforma en fuente de vicio, maldad, pecado y muerte. ¿Cómo aprender a usar el amor, supremo don, siempre como Dios manda? Por medio de Cristo, Señor, Salvador, Maestro y Santificador de nuestra vida.

Hermano Pablo

EL AMOR A DIOS - EL AMOR AL PÓJIMO

¿Cómo se expresa o demuestra? ¿Es un sentimiento? ¿Una emoción?

En la 1ª. Carta a los Corintios 13:4-8 , el apóstol Pablo exhorta sobre la calidad del amor que debe existir en un cristiano en relación a su prójimo.
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser;…”


Algunos de los efectos del amor se estipulan aquí para que sepamos si tenemos esta gracia; y si no la tenemos, no descansemos hasta tenerla. Este amor es una prueba clara de la regeneración y es la piedra de toque de nuestra fe profesada en Cristo. Se quiere mostrar a los corintios con esta bella descripción de la naturaleza y los efectos del amor que, en muchos aspectos, su conducta era un claro contraste con aquel. (Comentario Matthew Henry)


Ahora, ¿tenemos que amar a Dios como debemos hacerlo con nuestro prójimo?

Con respecto de nuestro amor a Dios, La Biblia nos expresa que le debemos amar por sobre todas las cosas. El Evangelio de Marcos 12:29-30, por ejemplo, dice:
“Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento…”

El apóstol Juan en su Evangelio repite lo que Jesús mismo define como el amor a Dios:

Juan 14:23 “Le contestó Jesús: -El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra v ivienda en él.” NVI

Estos versículos, entre otros, nos dejan de manifiesto que el Mandamiento de Dios: amar a Dios y al prójimo, no es un sentimiento basado en emociones, sino una decisión concreta y personal a amar como Dios manda. ¿Es posible hacerlo? Sí, con la ayuda del Espíritu Santo.

El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos alude a una promesa para los que aman a Dios, es decir, para los que deciden obedecer y vivir de acuerdo a Su Palabra.

Romanos 8:28 (en varias versiones para una mayor comprensión)

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (Reina Valera 1960)

Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. (Nueva Versión Internacional)

Sabemos que Dios va preparando todo para el bien de los que l e aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo con su plan. (Biblia Lenguaje Sencillo)

Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. (Biblia Jerusalén)

¿No entiendo como Dios puede permitir que me acontezca esto? Es la pregunta que muchos nos hemos hecho en algún momento, por no decir varios momentos, de nuestra vida.

Un día pedí consejo al pastor de la iglesia porque no entendía que pasaba conmigo. Espiritualmente estaba viviendo una etapa muy especial y maravillosa con Dios. En cambio en lo material (trabajo) la situación iba de mal en peor y muchas veces reclamé a Dios en mis oraciones y similar a Job dije: ¿Señor acaso no te das cuenta que te amo y te sirvo? Sabiamente el pastor me hizo entender que no existe ninguna relación proporcional en la Biblia que diga: a más bendición espiritual, más bendición material. Y añadió: ¿te has preguntado qué es lo que Dios desea o pretende con tu vida?
El resultado de esa prueba, fue que Dios desbarató toda mi vida para que me diera cuenta que a Él no le sirvo, si lo seguía haciendo según mi propio criterio.

Toda persona que ha prometido sinceramente servir a Dios, ha sido llevada por el Señor a situaciones, a veces extremas, que han transformado su manera de pensar, de vivir el Evangelio y sobretodo su carácter.
La promesa en Romanos 8:28, es que todo lo que Dios permita nos acontezca es para nuestro bien y para que definitivamente aprendamos a confiar en Él.

La segunda parte de Juan 14:23 termina diciendo: “…y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él.”
Dios habita en corazones acondicionados, “amoblados”, por El. Para ello, El ejecuta una labor de limpieza, renovación y restauración completa a Su necesidad, pues desea sentirse cómodo y libre para actuar y vivir.
Todo aquel que decide ama r a Dios, decide juntamente obedecerle. Pero, debes saber que Dios te transformará de acuerdo a Su propósito.

El Señor nos ha llamado a ser sal y luz al mundo Mateo 5:14.
Para que la sal y la luz surtan el efecto que Dios espera deben cumplirse también en nosotros, las condiciones mencionadas en los bienaventurados (Mateo 5:3-11). Eso requiere cambios radicales en todos los ámbitos de nuestra vida. Sobretodo lo que respecta a nuestra dependencia de Nuestro Señor; “…porque separados de mi, nada podéis hacer” (Juan 15:5)

Por lo mismo, mi consejo es que admitas la necesidad de cambios en tu vida, pues no es otra cosa que el reflejo del amor del Padre por ti (Juan 14:23). Esto, su Amor, provocará en ti a amarle (obedecerle) con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Además, aprenderás a amar a tu prójimo como se describe en 1ª. Carta a los Corintios 13:4-8.

Enviado por: jepf.

DESDE MI CRUZ

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LAS TORMENTAS

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EL PODER DE TUS PALABRAS

Si todas nuestras palabras son amables, los ecos que escucharemos también lo serán.

¡La manera en que nos comportamos con los demás demuestra cuánto creemos en Dios.

Una palabra irresponsable: puede encender discordias.

Una palabra cruel: puede arruinar una vida.

Una palabra de resentimiento: puede causar odio.

Una palabra brutal: puede herir o matar.

Una palabra amable: puede suavizar las cosas.

Una palabra alegre: puede iluminar el día.

Una palabra oportuna: puede aliviar la carga.

Una palabra de amor: puede curar y dar felicidad.

¡Las palabras son cosas vivas! ¡Bendicen o maldicen, Alientan o abaten, Salvan o condenan!

Mateo 12:36-37
Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado.

EN TU CABEZA

Lectura: Gálatas 1:6-9.
"Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente" Gálatas 1:6
Me encanta la oración que comienza con la frase «Dios, quédate en mi cabeza». La primera vez que la oí, debo admitir que pensé que sonaba un poquito extraña. Pero luego llegué a la conclusión de cuán desafortunado es si, en nuestros esfuerzos por acercarnos a Jesús, nos centramos en nuestra experiencia emocional de Él y dejamos nuestro intelecto fuera. Sin Su verdad resonando en nuestras cabezas, tarde o temprano nos apartaremos del camino.
Observemos, por ejemplo, a los primeros cristianos. Falsos maestros llenaron sus cabezas con información errónea, diciendo que la salvación y el crecimiento espiritual sólo podían obtenerse observando los requerimientos de la ley. Cuando Pablo lo supo, quedó atónito de cuán rápido se habían apartado del camino: «Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo» (Gálatas 1:6).
No son sólo falsos maestros los que nos extravían. Nuestro mundo está lleno de pensamientos torcidos, tales como, «i se te hace sentir bien, adelante», o «El que tiene más juguetes gana». Enfrentémoslo, tú y yo no podemos darnos el lujo de dejar nuestro intelecto fuera. De hecho, la intimidad con Dios comienza con llegar a conocerle, y son los hechos acerca de Él los que hacen que queramos acercarnos a Él.
Así que, por muy extraño que suene, si quieres mantenerte en el camino con Jesús, ¡comienza cada día pidiéndole que se quede en tu cabeza!
Para mantenerte en el camino, deja que Dios guíe tu pensamiento.