Y cada día las cartas revelaban cosas positivas. Pero al llegar el viernes, el «Signo de la muerte» apareció en las cartas.
Elio y Alessandro se miraron confundidos, y la adivina les dijo: «La carta de la muerte puede ser mala o puede ser buena. De todos modos, indica algún cambio grande.» Los hombres le pagaron a la mujer y se fueron.
Esa noche los dos hombres asaltaron el Banco de Venecia. Se llevaron veinte millones de liras, pero la cajera activó, en silencio, una alarma, y la policía los arrestó a la salida. De ahí que un juez condenara a los dos posteriormente a veinte años de prisión.
Esta breve noticia procedente de Italia contenía el comentario del periodista. «Nunca se puede estar seguro de las cartas Tarot —decía—, porque lo mismo anuncian blanco que negro, bueno que malo, fortuna que desgracia.»
Son muchos los que gobiernan su vida conforme a lo que les dicen los adivinos. Es increíble, pero millones de personas no salen a la calle sin antes consultar el horóscopo del día. Otros van a las pitonisas y a las quirománticas para que les lean las líneas de la mano.
Los antiguos pueblos de Egipto, Babilonia, Caldea, Grecia y Roma estuvieron llenos de supersticiones. Ellos también se regían conforme a lo que les decían los astutos místicos de su tiempo. Éstos sabían engañar a los incautos para sacarles dinero. Aquellos grandes imperios desaparecieron, pero sus falsas creencias perduran, tan vivas y vigentes hoy como entonces.
La Biblia advierte contra augurios, adivinaciones y sortilegios. He aquí la advertencia: «Nadie entre los tuyos deberá sacrificar a su hijo o hija en el fuego; ni practicar adivinación, brujería o hechicería; ni hacer conjuros, servir de médium espiritista o consultar a los muertos. Cualquiera que practique estas costumbres se hará abominable al Señor» (Deuteronomio 18:10?12).
El que está seguro en Cristo no tiene porqué consultar a adivinos. El cristiano auténtico confía plenamente en Dios y pone cada día su vida en las manos de Él. Además, tiene a la Biblia como única regla de fe y conducta, y vive confiado siempre en un Padre amoroso que no desampara a sus hijos. Esa seguridad la puede tener todo el que le confía a Dios su vida y su futuro.