martes, 22 de abril de 2008

MANOS

Durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nuremberg, vivía una familia con 18 niños. Para poder poner pan en la mesa para tal prole, el padre, y jefe de la familia, trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra cosa que se presentara.
A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de los hijos de Albrecht Durer tenían un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia.
Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario.
Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia.
Albretch Durer gano y se fue a estudiar a Nuremberg. Albert comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro años, para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia.
Los grabados de Albretch, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte.

Cuando el joven artista regreso a su aldea, la familia Durer se reunió para una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una realidad. Sus palabras finales fueron: "Y ahora, Albert, hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti."
Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien tenia el rostro empapado en lágrimas, y movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez "no... no... no..."
Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lagrimas. Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano, y poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente, "No, hermano, no puedo ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. ¡Mira... mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos! Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis... mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano... para mí ya es tarde..."
Mas de 450 años han pasado desde ese día. Hoy en día los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albretch Durer pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo. Pero seguramente usted, como la mayoría de las personas, solo recuerde uno. Lo que es mas, seguramente hasta tenga uno en su oficina o en su casa.
Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albretch Durer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra simplemente "manos", pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por el de "Manos que oran".
La próxima vez que vea una copia de esa creación, mírela bien.
Permita que le sirva de recordatorio, si es que lo necesita, de que ¡nadie, pero nadie, nunca, triunfa solo!

EL HOMBRE Y EL MUNDO

Un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos.
Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas.
Cierto día, su hijo de 7años invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado.Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención.De repente se encontró con una revista, en donde había un mapa con el mundo, justo lo que precisaba. Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta se lo entregó a su hijo diciendo:

-como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie.

Entonces calculó que al pequeño le llevaría 10 días componer el mapa, pero no fue así.Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente.

-Papá, papá, ya hice todo; conseguí terminarlo.

Al principio el padre no creyó al niño. Pensó que sería imposible que a su edad hubiera conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes.Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño.Para su sorpresa, el mapa estaba completo.
Todos los pedazos habian sido colocados en sus debidos lugares. ¿Cómo era posbile? ¿Cómo el niño había sido capaz?

- Hijito, tu no sabías cómo era el mundo, ¿cómo lo lograste?
- Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre.Así que dí vuelta los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía como era. Cuando conseguí arreglar al hombre, dí vuelta a la hoja y ví que había arreglado al mundo.

LA ZANAHORIA, EL HUEVO Y EL CAFÉ

Un acólito preguntaba a su maestro acerca de la vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencido.
Estaba cansado de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su maestro lo llevó a la cocina del monasterio.
Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.
El alumno esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su sabio maestro.A los veinte minutos apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón. Sacó los huevos y los colocó en otro plato.
Finalmente, coló el café y lo puso en un tercer recipiente.Mirando a su extrañado alumno le dijo: "¿qué ves?" -"Zanahorias, huevos y café" fue su respuesta. Le hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias.Lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. El aprendiz sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma y humildemente preguntó: "¿Qué significa esto?"

El maestro explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad:
agua hirviendo,
pero habían reaccionado en forma diferente.

La zanahoria llegó al agua fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. Los granos de café sin embargo eran únicos; después de estar en agua hirviendo, habían transformado al agua.

"¿Cual eres tú?", le preguntó. "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? Poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, o un problema te haz vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido?
¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.

"EMPUJA LA VAQUITA"

Un maestro samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vió a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias.

Llegando al lugar constató la pobreza del sitio, los habitantes: una pareja y tres hijos, la casa de madera, vestidos con ropas sucias y rasgadas, sin calzado. Entonces se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó:"En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen usted y su familia para sobrevivir aquí?"

El señor calmadamente respondió: "amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo y así es como vamos sobreviviendo. "El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, luego se despidió y se fue. En el medio del camino, volteó hacia su fiel discípulo y le ordenó:
"Busque la vaquita, llévela al precipicio de allí enfrente y empújela al barranco."

El jóven espantado vió al maestro y le cuestionó sobre el hecho de que la vaquita era el medio de subsistencia de aquella familia. Mas como percibió el silencio absoluto del maestro, fue a cumplir la órden. Así que empujó la vaquita por el precipicio y la vió morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel jóven durante algunos años.

Un bello día el joven agobiado por la culpa resolvió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar y contarle todo a la familia, pedir perdón y ayudarlos.Así lo hizo, y a medida que se aproximaba al lugar veía todo muy bonito, con árboles floridos, todo habitado, con carro en el garaje de tremenda casa y algunos niños jugando en el jardín.

El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia tuviese que vender el terreno para sobrevivir, aceleró el paso y llegando allá, fue recibido por un señor muy simpático. El jóven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años, el señor respondió que seguían viviendo allí.

Espantado el jóven entró corriendo a la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacía algunos años con el maestro. Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaquita):
"¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?"

El señor entusiasmado le respondió:
"Nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió, de ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos, así alcanzamos el éxito que sus ojos vislumbran ahora.

La moraleja samurai nos dice:
"Todos nosotros tenemos una vaquita que nos proporciona alguna cosa básica para nuestra sobrevivencia, la cual convive con la rutina y NOS HACE DEPENDIENTES de ella, Y NUESTRO MUNDO SE REDUCE A LO QUE LA VAQUITA NOS BRINDA.
Tu sabes cual es tu vaquita y no dudes un segundo en empujarla por el precipicio

UNA LECCION DE MI PADRE

Nuestra familia siempre ha estado dedicada a los negocios. Mis seis hermanos y yo trabajamos en el negocio de mi padre, en Mott, Dakota del Norte, un pequeño pueblo en medio de las praderas. Comenzamos a trabajar haciendo diferentes oficios, como limpiar el polvo, arreglar las repisas y empacar, luego progresamos hasta llegar a atender a los clientes. Mientras trabajábamos y observábamos, aprendimos que el trabajo era más que un asunto de supervivencia.

Recuerdo una lección de manera especial. Era poco antes de Navidad. Yo estaba en segundo de secundaria y trabajaba en las tardes, organizando la sección de los juguetes. Un niño de cinco o seis años entró en la tienda. Llevaba un viejo abrigo marrón, de puños sucios y ajados. Sus cabellos estaban alborotados, con excepción de un copete que salía derecho de la coronilla. Sus zapatos gastados, con un único cordón roto, me corroboraron que el niño era pobre -demasiado pobre como para comprar algo. Examinó con cuidado la sección de juguetes, tomaba uno y otro, cuidadosamente los colocaba de nuevo en su lugar.

Papá entró y se dirigió al niño. Sus acerados ojos azules sonrieron y un hoyuelo se formó en sus mejillas, mientras preguntaba al niño en qué le podía servir. Este respondió que buscaba un regalo de Navidad para su hermano. Me impresionó que mi padre lo tratara con el mismo respeto que a un adulto. Le dijo que se tomara su tiempo y mirara todo. Así lo hizo.

Después de veinte minutos, el niño tomó con cuidado un avión de juguete, se dirigió a mi padre, y dijo: "¿Cuánto vale ésto, señor?". "¿Cuánto tienes?", preguntó mi padre.

El niño estiró su mano y la abrió. La mano, por aferrar el dinero, estaba surcada de líneas húmedas de mugre. Tenía dos monedas de diez, una de cinco y dos centavos -veintisiete centavos. El precio del avión elegido era de tres dólares con noventa y ocho centavos.

"Es casi exacto", dijo mi padre, ¡Venta cerrada!. Su respuesta aún resuena en mis oídos. Mientras empacaba el regalo pensé en lo que había visto. Cuando el niño salió de la tienda, ya no advertí el abrigo sucio y ajado, el cabello revuelto ni el cordón roto. Lo que ví fue un niño radiante con su tesoro.

YO SI TE VEO

La casa comenzó a incendiarse, el chico estaba solo, ambos padres habían salido a trabajar. El chico subió al techo dado que el fuego había comenzado en la cocina….
.Los vecinos llamaron a los bomberos y le avisaron a la fábrica del padre que estaba a pocas cuadras… el humo aumentaba y también la desesperación el padre llegó corriendo y le gritaba a su hijo:
.“Tiráte que yo te sostengo…”…¡¡ “no, no, no me puedo tirar porque no te veo, no sé donde estás…!!… ”
.¡¡Tiráte – insistió el padre – porque yo sí te veo y sé donde vas a caer para sostenerte…!!
.El hijo le dijo: - Pero yo no te veo.
.El Padre contestó. - Sabes cómo lo debes de hacer, cierra los ojos y lánzate!
.El niño dijo: - Papi no te veo, pero allá voy!
.Y cuando el niño se lanzó abajo, lo rescataron.
.Entonces el Padre lo abraza, llora con el hijo, juntos pero muy contentos.
.Cuántas veces en nuestras vidas atravesamos por momentos de “Incendio”, proyectos personales o familiares inconclusos, cuántas veces sentimos que aquello sobre lo que habíamos fundado nuestras expectativas se comienzan a desvanecer y nada de lo que hacemos lo puede sostener….y en esos momentos cuando no vemos hacia donde caminamos, cuando no sabemos que decisiones tomar.
.“Dios nos dice: Tranquilo/a que yo te veo…” y es maravilloso sabernos vigilados/as, con la mira comprometida de nuestro Dios, que no es mirada observadora sino sustentadora, mirada que nos recuerda y re-crea la esencia de cada una de nuestras existencias: ser hijos e hijas de Dios concebidos en Su Amor.
.Que la certeza del Espíritu de Dios habitando en medio nuestro nos de la confianza de seguir caminando, aún cuando no veamos el camino, por la simple seguridad: “TRANQUILO, YO SÍ TE VEO…”
.
Mateo 28:20… He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén..Hebreos. 13:5… Yo nunca te abandonaré ni te desampararé..Salmos 94:22… Mas el Señor me ha sido por refugio, Y mi Dios por roca de mi confianza..Proverbios 14:26… En el temor de Dios está la fuerte confianza; Y esperanza tendrán sus hijos.

SE MUERE POR ALIENTO

Lectura: Deuteronomio 3:23-29
Pero encarga a Josué, y anímale y fortalécele. . . . --Deuteronomio 3:28.
En Deuteronomio 3 leemos que Moisés alentó a Josué cuando éste estaba a punto de asumir el liderazgo de los israelitas. Sin duda, Josué estaba lleno de temor y sentía que no era adecuado para ocupar el lugar de Moisés. Por tanto, el Señor dijo a Moisés que animara a Josué.
Todos necesitamos una palabra de aliento que nos estimule de vez en cuando, o cuando estamos frente a un desafío nuevo y grande. Pero también necesitamos palabras de agradecimiento y halagos cuando llevamos a cabo nuestras responsabilidades diarias, ya sea en el hogar o en el trabajo.
Cuando un contable de una corporación se suicidó, se hizo el esfuerzo de averiguar por qué. Se examinaron los libros de la compañía, pero no se encontró ninguna falta. No se pudo revelar nada que diera una pista sobre por qué este hombre se quitó la vida. . . hasta que se descubrió una nota. Sencillamente decía: «En 30 años, nunca he recibido una palabra de aliento. ¡Estoy harto!»
Mucha gente anhela alguna pequeña señal de aprobación. Necesitan una palabra de reconocimiento, una sonrisa de amor, un caluroso apretón de manos y una expresión honesta de agradecimiento por el bien que vemos en ellos o en su trabajo.
Cada día, propongámonos alentar (no adular) al menos a una persona. Hagamos nuestra parte para ayudar a aquellos que nos rodean y que se mueren por recibir aliento.
UNA PALABRA DE ALIENTO PUEDE MARCAR LA DIFERENCIA ENTRE DESISTIR O CONTINUAR.