martes, 23 de diciembre de 2008

SUERO ANTIOFIDICO

Estaba haciendo mis prácticas veterinarias para regresar de la universidad en una hacienda Ganadera a dos horas del pueblo más cercano.

Un día regresaba de la ciudad acompañado del administrador y al llegar a la hacienda vino rápidamente un vaquero a comentarle a su patrón que una víbora cascabel había mordido a uno de los empleados.

Rápidamente el administrador preguntó al vaquero si le había colocado la inyección de suero antiofídico que tenía en el depósito, el vaquero respondió que no lo había hecho pero que había entregado la cajita con el antídoto en las manos del hombre que fue mordido por la serpiente, pues él no sabía poner la inyección, por eso le pidió a otro empleado llevarlo en el tractor al hospital mas cercano.


El viaje en tractor podía durar unas 4 horas. El administrador me pidió que lo acompañara a ver al trabajador, cuando llegamos al hospital, preguntamos por la persona que había sufrido la mordedura de serpiente, vino el médico que lo atendió a decirnos que esta persona había fallecido, pero lo que él no podía comprender cómo esta persona llego al hospital con el suero antiofídico en la mano.

Preguntó al hombre que había sido víctima de la Cascabel, ¿porque no te pusiste el suero antiofidico? a lo cual el trabajador ya temblando y como la respiración irregular y el corazón acelerado debido al veneno de la serpiente, le respondió “que no sabia como ponerlo”

El medico le respondió pero ahí en la cajita esta la bula, o recomendaciones de como usarlo, y el trabajador dijo que no se dio el lujo de leerla, algunos minutos mas tarde falleció. Teniendo la vida en sus manos no la usó.

Cuantas veces simplemente ignoramos u olvidamos que tenemos a nuestro alcance el perfecto antídoto para dar vida a lo que se cree perdido. Tenemos la Vida en nuestras manos Usemos la! no permitas que el “veneno” se extienda en tu alma…

Daniel Netzlaff

MAGDALENA

No me hables.

No me hables porque
las palabras, asesinas,
callan las emociones.

Palabras verdugos,
testigos de la muerte del tiempo,
palabras que nos echan en cara
nuestro límite de criaturas mortales.

Hastío de las palabras,
sonidos ridículos
que tartamudeo para decirte lo que siento
que no tiene forma y
no se puede escribir sino
con fría espuma de ola
sobre arena caliente de sol,
y no se puede escribir sino
con mi boca lamiendo tu piel
y no se puede escribir sino
con lluvia que cae
sobre nuestro patio,
el patio que conoció tus besos y mi cuello.

Palabras inútiles,
escritas en libros amarillentos,
hojas manchadas
por un lapicero seco y sin tinta ya,
ideas pintadas en el aire
por algún pintor que, gracias a Dios,
olvidó el alfabeto.

Palabras frustrantes
que se gastan como cigarrillos
y el humo escribe en el aire tu ausencia y
la falta que le haces a mis ojos
que extrañan tu sonrisa,
a mis brazos que extrañan tu calor,
a mis piernas que extrañan tus manos,
a mi alma que extraña tu infierno,
el infierno que me inyectaste y que
llevo dentro por la maldición
de haberte amado.

Al encontrarte mis estigmas empezaron a sangrar.
Mis pasos escriben chorreando
tu nombre en el camino.
¿Logrará el viento borrar
la sangre seca de mi historia?
¿Podrán estas palabras vacías devolverme
el icono de nuestro mutuo martirio o
será el silencio la cruz que merezco
y que asumo como mi única maleta en este viaje
entre la maldita culpa del sacrificio?

Y sin embargo estas siguen siendo palabras
que no son gritos
y no son canto
y que no te comunican
las espinas que siento,
clavadas en mis sienes,
clavadas en mis sueños,
hartos ya de la pesadilla de tu traición,
la misma traición pura de las palabras
que no sirven no sirven no sirven
porque no hay milagro
sino caricias guardadas por demasiado tiempo en
una mano que se hizo puño,
no hay milagro
sino heridas entreabiertas en el costado que
ya no sangran bajo el suplicio de tu olvido,
no hay milagro
sino pies sucios del largo camino que llevo,
y que tendrás que limpiarme con tu pelo,
Magdalena.

HOY..VIVIRE EN LA CERTEZA DE LO QUE SE ESPERA

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” Hebreos 11:1.
Cuantas veces he mal entendido lo que es realmente la fe. He pensado en la fe como algo que yo mismo produzco por mi esfuerzo, cuando en realidad la Biblia dice que la fe viene de Dios. Es él quien siembra la fe en mi corazón y luego de sembrar esa fe, la circunstancia se presenta como el terreno apropiado para que germine la potencialidad de Dios es todo su esplendor. Necesito entender este principio para vivir en la certeza de lo que se espera.
Si yo tengo un hijo enfermo, yo no se nada de medicina, pero lo que hago es llamar al doctor y poner la vida de mi hijo en las manos de ese Doctor. Cuando lo llevo al Doctor hay en mi una seguridad de que el médico tiene el suficiente conocimiento para manejar ese problema y no voy a interferir en ese trabajo, solo me siento a esperar y tengo la certeza de que sus conocimientos arrojarán luz sobre ese problema. Pues , con mucha más razón debo manejar las cosas espirituales con certeza sabiendo que el Creador tiene toda la sabiduría necesaria para resolver los más grandes conflictos de la vida.
La certeza que viene de la fe que Dios da, viene al entender que Dios realmente es el creador de todo y que nada escapa de su mano. Su poder es sin igual y grande. Hoy debo confiar en Dios en el tiempo de la turbación y de la tempestad. Necesito confiar con él con toda mi alma hasta el último día de mi vida y dejar que la certeza germine hacía lo que se espera. El Señor es el Dios de la esperanza y en él yo esperaré.

Señor. Gracias por ser el Señor de la esperanza En medio de un mundo lleno de desesperanza hoy quiero descansar plenamente en ti y dejar que la certeza que viene de ti, pueda germinar hacía lo que se espera. Cuán grande es la esperanza que viene de tu mano. Fortaleza y Gracia vienen de ti. Amén.

MI DESCUBRIMIENTO NAVIDEÑO


Algunos de mis años más tiernos los pasé en Cincinnati. Todavía recuerdo el enorme árbol navideño de la Plaza de la Fuente, los brillantes decorados, las melodías de los villancicos en las calles.
En la calle East Liberty, donde vivíamos, mi madre siempre ponía un árbol navideño con velas de verdad. Eran unas velas mágicas que al combinarse con el abeto desprendían un aroma a bosque, único e inolvidable.
Cierta Nochebuena, cuando tenía 12 años, había salido con mi padre —que era ministro de Dios— a hacer unas compras navideñas de última hora. Me tenía cargado de paquetes y yo estaba cansado y de mal humor.
¡Cuánto deseaba llegar a casa! En ese momento se me acercó un mendigo. Aquel hombre andrajoso, sucio y con cara de no haber dormido extendió una mano, que parecía más una garra, y me pidió dinero. Tan repulsivo era que instintivamente me aparté.
En tono bajo mi padre me dijo:—Norman, es Nochebuena. No debes tratar a alguien así. Sin mostrar señal de compunción, repliqué: —
-Papá, no es más que un mendigo. Mi padre se detuvo.
—Puede que haya desperdiciado su vida, pero eso no lo hace menos hijo de Dios. Acto seguido, me dio un billete de un dólar, que por aquel entonces era mucho dinero, sobre todo para lo que ganaba un pastor.
—Quiero que le entregues este billete a ese hombre, que le hables con respeto y le digas que se lo das en nombre de Cristo.
—Papá —protesté—, no puedo hacer eso. La voz de mi padre adquirió tono de firmeza. —Ve y haz lo que te digo.
A regañadientes y de mala gana, corrí tras el mendigo y le dije:
—Discúlpeme, señor, le doy este dinero en nombre de Cristo.
Fijó los ojos en el billete y luego me miró perplejo. De golpe una sonrisa le iluminó el rostro, una sonrisa tan bella y llena de vida que ocultó su aspecto sucio y andrajoso. Me olvidé que era un viejo harapiento. Con un gesto casi de caballero distinguido, se quitó el sombrero y gentilmente me respondió:
—En nombre de Cristo se lo agradezco, joven.
De repente se disiparon mi irritación y mal humor. La calle, las casas, todo lo que me rodeaba cobró en ese instante un aura de belleza, pues había tomado parte en un milagro que desde entonces he visto muchas veces: la transformación que se produce en alguien cuando uno lo mira como hijo de Dios, cuando le brinda amor en nombre de un niño nacido hace dos mil años en un establo en Belén, una persona que aún vive y camina a nuestro lado y hace notoria su presencia.
Ese fue el descubrimiento que hice aquella Navidad:el oro de la dignidad humana, que yace oculto en cada alma esperando que le demos ocasión de brillar. Norman Vincent Peale.
Mateo 25:40De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Jesús.
Los que sienten pena solo manifiestan lástima. En cambio, los que tienen compasión hacen algo al respecto.Los compasivos ponen sus oraciones en acción y traducen sus palabras en actos de bondad.

UN REGALO DE LO MAS ESPLENDIDO

Lectura: Miqueas 5:2-6
Por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. —2 Corintios 8:9
Tengo un viejo pedazo de yeso en mi escritorio que proviene del antiguo sitio del Herodium en la tierra de Israel. Me recuerda la humildad de nuestro Señor Jesús.
El Herodium era una espléndida residencia que servía de palacio de verano al rey Herodes, una suntuosa villa con opulentos apartamentos amueblados para la familia real y sus invitados. Presumía de un baño romano con pozas de agua caliente y frías, rodeadas por jardines con columnatas.
Se dice que Herodes construyó su palacio para conmemorar una victoria en batalla, pero, conociendo la ambición egoísta de este rey, es posible que tuviera otro propósito en mente. Algunos han conjeturado que, a pesar de haber inquirido de los escribas (Mateo 2:4-6), Herodes sabía acerca de la predicción de Miqueas de que el Mesías de Israel nacería en Belén. Puede que haya querido que el Rey de Israel naciera en su palacio.
Sin embargo, el plan del Padre era que nuestro Señor no naciera en un castillo sino en una cueva. Fue en un humilde pesebre donde nació el pequeño Señor Jesús.
Esta es la gracia de nuestro Señor Jesucristo. «Por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos» (2 Corintios 8:9). Este es el regalo de la espléndida salvación —de todos los regalos, el más grande que tú y yo jamás recibiremos.
La bondad y el amor de Dios se encarnaron en Belén.