lunes, 22 de diciembre de 2014

LAS INSTRUCCIONES DEL MAESTRO

Era el primer salto en paracaídas. Los ocho jóvenes australianos, todos ellos aprendices de paracaidismo, estaban entusiasmados. El avión que los llevaba volaba a mil quinientos metros de altura, y uno por uno los jóvenes fueron saltando. Todos habían estudiado con esmero. Pero a Alan Bannerman, de la ciudad de Sydney, no le fue bien. Su paracaídas se desplegó antes de tiempo y se enredó en la cola del avión. El joven quedó colgado de la cola en pleno vuelo.
El instructor de Alan comenzó a darle instrucciones: cómo quitarse el paracaídas enredado, cómo abrir el de repuesto, cómo aterrizar. Y siguiendo las instrucciones del profesor, y recordando las lecciones aprendidas en ocho horas de aprendizaje, el joven pudo salir de su amarradura y aterrizar sano y salvo.
¡Qué importante es saber cómo seguir las instrucciones del maestro! Es la única salvedad en cualquier problema que se presente, ya sea en el aprendizaje del paracaidismo o en el caminar de esta vida.
Son ciertamente muy pocos los que practican el paracaidismo, y sin embargo la vida entera es un gran salto. A diario confrontamos situaciones imprevistas. Cada nada tenemos que tomar decisiones de mayor o menor envergadura, y nos perdemos en el gran mare mágnum de perplejidades y desasosiegos que son parte de esta vida.
¿Qué podemos hacer cuando nuestro paracaídas no funciona, cuando nos estamos cayendo indefensos en forma vertiginosa? ¿Hay alguna solución para el alma confundida?, ¿para la vida en caos? Si no es nuestra paz del alma la que va en quiebra, es nuestra conducta, o nuestros negocios, o nuestro hogar o nuestra vida. Siempre hay algo que no anda bien, y a veces estas son situaciones muy severas. Nos estamos cayendo, y no hay salvación. ¿Qué podemos hacer?
Siempre podemos hacer las dos cosas que hizo Alan Bannerman, el paracaidista de Sydney: pedir sinceramente la ayuda divina, y luego seguir las instrucciones del Maestro.
Hay, para las luchas de la vida, un Dios que está atento a nuestro clamor. Según el salmista, ese «Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia» (Salmo 46:1). Y es su Hijo Jesucristo, el Maestro divino, quien nos da los pasos a seguir. «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados —nos invita Cristo—, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí —nos instruye—, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave —concluye— y mi carga es liviana» (Mateo 11:28-30). Permitamos que Jesucristo sea nuestro Maestro y nuestro socorro.
Hermano Pablo

LA SEPULTURA NO ES LO IMPORTANTE

Primero lo enterraron en la iglesia de Garrison, en Potsdam, Alemania, junto a su padre Federico Guillermo. De ahí, en la época de la Segunda Guerra Mundial, lo sacaron y lo llevaron al refugio secreto del Mariscal Herman Goering. De ese lugar lo trasladaron a una mina de sal en Turingia, Alemania Oriental, a casi cinco mil metros bajo la superficie de la tierra.
De ahí lo llevaron a una iglesia en el pueblo de Marburgo, en Alemania Occidental. Y por fin en agosto de 1991, después de doscientos cinco años de haber muerto, el cuerpo de Federico I, el Grande, rey de Prusia, fue sepultado donde él quería: en los jardines de su palacio de verano, en la ciudad de Potsdam.
Toda esa odisea nos lleva a preguntarnos: ¿Tiene, realmente, alguna importancia el lugar donde a uno lo entierran?
Los grandes de este mundo le dan tanta importancia al lugar donde van a vivir como al lugar donde serán enterrados. Piensan que las personas de ilustre cuna como ellos deben ser sepultadas en lugares de grandeza y renombre.
Así pasó con Federico I, el Grande, rey de Prusia, filósofo, artista, mecenas de literatos, y formidable guerrero. Él quería que lo enterraran sin ninguna pompa ni ceremonia en los jardines de su palacio que bautizó «Sans Souci», que en francés significa «sin preocupación». Pero los azares de la política y de la historia lo llevaron de lugar en lugar, hasta que al fin, doscientos cinco años después de su muerte, sus restos llegaron a descansar donde él siempre quiso.
Y surge de nuevo la pregunta: ¿Tiene, después de todo, real importancia el lugar donde a uno lo entierran? Estudiemos esto por un momento.
Somos cuerpo y alma, lo material y lo espiritual, lo pasajero y lo eterno. El cuerpo que nos sostiene vino de la tierra y a la tierra regresa. El alma, esa parte inmaterial nuestra que es lo que realmente somos, es eterna. Es triste que le demos más importancia a la parte nuestra que retorna al polvo que a la que nunca muere.
Ciertamente para los familiares y amigos íntimos el lugar donde reposa el cuerpo tiene importancia; pero sin falta de respeto, o más aún, de reverencia, al deseo de estos allegados, para la persona que muere lo que más importa es dónde irá después de la muerte. Es el destino del alma lo que vale, no el destino del cuerpo.
Dios no nos ofrece sepulturas en mausoleos de mármol sino una morada eterna en la gloria celestial. Démosle hoy mismo nuestro corazón a su Hijo Jesucristo. Él nos dará una vida íntegra y buena aquí, y una vida de gloria eterna en el más allá.
Hermano Pablo

PERDIDOS EN EL DESERTO

Y le faltó el agua del odre, y echó al muchacho debajo de un arbusto, y se fue y se sentó enfrente, a distancia de un tiro de arco; porque decía: No veré cuando el muchacho muera. Y cuando ella se sentó enfrente, el muchacho alzó su voz y lloró.”
Génesis 21:15
Los versículos de arriba pintan una imagen sombría de desesperanza y abandono, de profunda tristeza y resignación. La muerte como desenlace obligado para los cuerpos sedientos y agotados de una madre y su hijo perdidos en el desierto.
Los protagonistas de esta historia son Agar y su hijo Ismael, aunque en realidad podría ser la historia de cualquier madre y su hijo. Tal vez el desierto no sea el lugar físico real y la falta de agua no afecte directamente al cuerpo, pero la situación de Agar e Ismael se repite a diario en la historia de incontables duplas de madres e hijos sufriendo por alguna situación.
Tal vez enfermedad, maltrato, abandono, persecución, cualquiera sea el marco que delinea el desierto y cualquiera la necesidad vital no satisfecha que pone en riesgo la vida, el cuadro perturba nuestro corazón profundamente.
La mente se llena de preguntas, incomprensión e incertidumbre agitan nuestras fibras más íntimas, incluyendo el no deseado pero inevitable tono de reproche dirigido a nuestro Dios.
Como cuando levantamos un trozo de papel conteniendo una imagen que no comprendemos, comenzamos a girar el trozo para ver si de alguna manera lo que tenemos ante la vista adquiere algún tipo de sentido, puede ser interpretado desde algún punto de vista.
Cuando los sentidos sólo pueden ofrecer a la mente una perspectiva de desesperanza y dolor, de abandono y soledad, debemos dejar de girar el papel, tomar la distancia suficiente para poder volver a mirar, enfocando esta vez la porción del cuadro que estamos perdiendo.
Dios tiene puesta su mirada en lo eterno, todo lo hace con un propósito y una razón. Nosotros por defecto contemplamos sólo lo terrenal, un panorama chato y fatalista nos concentran en un hoy y un ahora que se vuelven determinantes y definitorios. Sin embargo Dios ha soplado eternidad en el corazón del hombre, si no incluimos la eternidad en la ecuación no podremos contemplar la imagen completa.
No percibir la realidad espiritual de las cosas que pasan o que nos pasan puede llegar a alejarnos de Dios o a construir una imagen de Él ajena a su naturaleza.
¿Estará Dios siendo injusto? ¿No tendrá valor para Él el vínculo que les une? ¿Será incapaz de concebir el dolor de una madre producto del amor que siente por su hijo moribundo? ¿Por qué permite una situación así?
Cuando sólo vemos abandono, desesperanza y el silencio de un Dios ausente y lejano debemos desechar la frágil realidad que nos ofrecen nuestros sentidos y racionalidad humana y volver al fundamento de la verdad expresada en su Palabra:
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” Juan 4:19
“En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros;…” 1 Juan 3:16a
¿No hemos acaso conocido el amor por Él? ¿Quién ha sido capaz de amar primero?
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Juan 3:16
¿Habrá algo realmente esencial que nos sea negado, cuando no nos negó ni a su propio Hijo?
“¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad;..” Éxodo 34:6
¿Serán engañosas las propias revelaciones que Él hace de sí mismo?
Independientemente de si las circunstancias que nos llevan a vagar perdidos por el desierto son producto de la consecuencia lógica de malas decisiones tomadas con anterioridad o no, nuestra percepción de Dios no cambia lo que Él es, ni lo que está dispuesto a hacer por nosotros.
El Señor no permaneció ajeno al llanto de Ismael ni a la aflicción de su madre:
 “Y oyó Dios la voz del muchacho; y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, y le dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está.” Génesis 21:16
De la misma manera Dios nos pregunta hoy: "¿Qué tienes?", nos consuela diciendo:“No temas”.
La desesperanza había segado a Agar, paradójicamente se negaba a contemplar aquello que era lo único que sus ojos podían ver: la inevitable muerte de su muchacho.
Sin embargo el Señor no la pierde de vista nunca, la vio salir muy de mañana, con escaso pan y un odre de agua, la vio tomar el camino equivocado y vagar sin rumbo. Lo permitió de esta manera porque sin desesperación y temor de muerte no habría habido encuentro. En su misericordia también había provisto de antemano la fuente que les daría de beber y les permitiría seguir adelante:
“Entonces Dios le abrió los ojos, y vio una fuente de agua; y fue y llenó el odre de agua, y dio de beber al muchacho.” Génesis 21:19
¿Hemos descubierto nosotros la fuente que Dios ha preparado de antemano para nosotros?
“Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.”Juan 7:37
“Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”Apocalipsis 22:17b
Ante la confusión y el dolor aceptemos primeramente la soberanía de Dios, que el dolor terrenal no nos ciegue, dejémonos consolar con la convicción de que Dios es fiel a sus promesas y no dejará de cumplir ninguna de ellas.
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.”
Apocalipsis 21:4
¿Pueden tus ojos ver la fuente de agua viva? Muéstrala a otros para que puedan beber de ella.