jueves, 25 de diciembre de 2008

ENCUENTRO CONJESÚS

(Zaida C. de Ramón)

Nunca olvidaré aquel día
cuando a mi vida llegaste
en tinieblas yo me hallaba,
mas Tú mi senda alumbraste.

Entre multitud de gente
vagaba sin esperanza
como un barco a la deriva
naufragando, iba mi alma.

A inquirir comencé un día
¿qué pasaba? no sabía
entre temores y dudas,
existía mas no vivía.

¿Qué pasa conmigo, Dios?
¿Qué es lo que me está pasando?
Quiero reir y no puedo;
siempre termino llorando."

"Ayúdame mi buen Dios; "
ayúdame, te lo pido
sana ya mi corazón
y llena hoy mi vacío."

Al momento algo ocurrió;
Su Palabra El enviaba
"Soy la luz", dijo el Señor;
por una piedra me hablaba

Mi corazón se alumbró;
comprendí lo que pasaba
Al instante me rendí
pues JESUS me visitaba.

Desde entonces soy feliz;
tengo paz y tengo gozo
si me persiguen y ofenden,
como JESUS, yo perdono.

Hoy oro, canto y alabo
a mi Salvador bendito
no me canso de adorar a mi Dios,
pues El lo hizo.

¡Gloria doy a mi Señor!
¡Gloria al Espíritu Santo!
¡Gloria al Padre que me dió
lo que yo estaba anhelando.

¿Quieres tú también lo mismo?
¿Ansías vivir un cambio?
Ven hoy a mi Salvador,
mi JESUS te está esperando.

MI INSPIRACIÓN

El escultor alemán, Dannaker, trabajó por dos años en una estatua de Cristo hasta que le pareció que estaba perfecta. Llamó a una pequeña niña a su estudio, señaló a la estatua y le preguntó:

-¿Quién es ese?

Ella lo miró por un momento, y luego sus ojos se le llenaron de lágrimas mientras cruzaba sus brazos en su pecho y decía:

-Deja a los niños venir a mí. (Marcos 10:14)

En esta ocasión Dannaker supo que había tenido éxito.

Luego, el escultor confesó que durante esos seis años, Cristo se le había revelado en una visión, y su parte fue transferir al mármol lo que él había visto con sus ojos internos.

Más tarde, cuando Napoleón Bona parte le pidió que hiciera una estatua de Venus para el Louvre, Dannaker rehusó.

-Un hombre –dijo él- que ha visto a Cristo nunca puede emplear sus dones en esculpir una diosa pagana. Mi arte es, por tanto, algo consagrado.

El verdadero valor de un trabajo no viene de un esfuerzo, ni por su acabado, sino de Cristo que lo inspira.

Romanos 12:11
Fervientes en espíritu, sirviendo al Señor.