domingo, 29 de noviembre de 2009
LAS TENTACIONES
Santiago 1:13-15 Así como las pruebas santas están dispuestas para suscitar lo mejor en nosotros, las tentaciones impías están hechas para sacar lo peor de nosotros. Se debe tener una cosa bien clara. Cuando uno es tentado a pecar, la tentación no procede de Dios. Dios sí prueba o ensaya a los hombres por lo que a su fe respecta, pero nunca tienta a nadie a cometer ninguna forma de mal. Él mismo no tiene tratos con e l mal, y no seduce a pecar. El hombre está siempre dispuesto a pasar a otros la responsabilidad por sus pecados. Si no puede darle la culpa a Dios, adoptará un enfoque de la moderna psicología, diciendo que el pecado es una enfermedad. De esta manera espera escapar del juicio. Pero el pecado no es una enfermedad; es un fracaso moral del que el hombre ha de dar cuenta. Algunos incluso tratan de dar la culpa del pecado a objetos innanimados. Pero las "cosas" materiales no son pecaminosas en sí mismas. El pecado no se origina ahí. Santiago sigue al león hasta su guarida al decir: Cada uno es tentado, cuando es atraído y seducido por su propia concupiscencia. El pecado brota de dentro de nosotros, de nuestra vieja naturaleza malvada, caída e irregenerada. Jesús dijo: "porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias" (Mateo 15:19). La palabra que emple a Santiago para concupiscencia es literalmente deseo y podría referirse a cualquier forma de deseo, bueno o malo. Pero con pocas excepciones se emplea en el NT para describir malos deseos, y este es ciertamente el caso aquí. La concupiscencia es asemejada aquí a una mala mujer exibiendo sus encantos y seduciendo a sus víctimas. Cada uno de nosotros es tentado. Tenemos viles deseos y apetitos impuros que constantemente nos apremian a pecar. ¿Somos pues víctimas inermes, cuando somos atraídos y seducidos por nuestra propia concupiscencia? No: podemos expeler todo pensamiento de pecado de nuestra mente y concentrarnos en aquello que es puro y santo (Fil. 4:8). También cuando somos objeto de intensa tentación, podemos clamar al Señor, recordando que "Torreón fuerte es el nombre de Jehová; a Él se acogerá el justo y estará a salvo" (Pr. 18:10). Si esto es así, entonces, ¿por qué pecamos? Aquí tenemos la respuesta: Entonces la concupiscencia, da a luz el pecado. En lugar de expulsar el vil pensamiento, puede que lo estemos alentando, alimentando y disfrutando con él. Este acto de consentimiento es asemejado a la relación sexual. La concupiscencia concibe y nace un repulsivo bebé llamado pecado. Esto es otra manera de decir que si pensamos en un acto prohibido el tiempo necesario, finalmente lo cometeremos. Todo el proceso de la concupiscencia concibiendo y dando a luz el pecado queda vívidamente ilustrado en el incidente de David y Betsabé (2 S. 11:1-27). I cuando el pecado es consumado, produce la muerte, dice Santiago. El pecado no es algo estéril, sin fruto: produce su propia descendencia. La declaración de que el pecado proudce muerte puede comprenderse de varias maneras: Primero, el pecado de Adán trajo la muerte física sobre sí mismo y sobre toda posteridad (Gn. 2:17). Pero el pecado conduce asimismo a la muerte eterna, espiritual -la separación final de la persona de D ios y de la bendición (Ro. 6:23a)-. Hay también un sentido en el que el pecado resulta para muerte del creyente. Por ejemplo, en 1 Timoteo 5:6 leemos que una viuda creyente que vive en placeres está muerta mientras vive. Esto significa que está desperdiciando su vida y dejando totalmente de cumplir el propósito para el que Dios la salvó. Para el cristiano, estar fuera de comunión con Dios es una forma de muerte en vida. Coloración de: Taty |
NO ESTES TRITE
¿Sabía usted que como creyente la sangre de Jesucristo le ha redimido de la maldición del dolor y la tristeza? Usted no tiene por qué tolerar estas cosas, así como no tiene que tolerar el pecado ni la enfermedad.
Así que, ocho meses y medio antes de que mi madre partiera, comencé a resistir el dolor y la tristeza. Decidí que no iba a entristecerme. De inmediato el diablo comenzó a atacar mi estado de ánimo. Pero le decía: “No, no voy a tolerar eso. Ejerzo autoridad sobre mi estado anímico en el nombre de Jesús. He dado mi cuerpo como sacrificio agradable al Señor, y no participaré de nada excepto de su gozo”. Entonces comencé expresar la Palabra y a alabar en voz alta. Pasé tres días difíciles resistiendo, hasta que los espíritus de aflicción se fueron.
Lo que quiero decirle es que usted va a tener que resistir el dolor y la tristeza. No le pertenecen. No provienen de su Padre celestial. Quizá tenga que pasearse por su habitación toda la noche. Pero en lugar de preocuparse y llorar, camine y exprese la Palabra hasta que deje de sentirse así y el gozo del Señor le llene. Recuerde que usted es uno de los que “tendrán gozo y alegría” y de los cuales “huirán el dolor y el gemido”. Usted es el redimido de Jehová.
Escrito por:Keneth Copeland
EL ENCANTO DE LOS OJOS
Ibrahim Abubakar, muchacho de apenas doce años, se acercó al río para lavar ropa. Estaba en el estado de Gongola, al nordeste de Nigeria. Dos hombres le habían hecho el encargo, acordando pagarle algunas monedas por hacer el trabajo.
Silbando despreocupado, Ibrahim comenzó a lavar la ropa. En eso los dos hombres se le acercaron sigilosamente por detrás y lo hicieron perder el conocimiento de un fuerte golpe a la cabeza. Acto seguido, hicieron una cosa horrenda: le extirparon ambos ojos.
¿La razón de este bárbaro hecho? Un brujo, curandero de la región, les había pedido dos ojos humanos para prepararles un encanto que les protegería de heridas y que haría invisible cualquier cosa robada que tuvieran entre sus posesiones.
La brujería, el curanderismo, las adivinaciones, los encantamientos y hechizos son algunos de los males más difundidos en la humanidad. Y son los más antiguos también, ya que nacieron en la vieja y antigua Babilonia.
Se ha dicho que la magia es la religión de la mayoría en la humanidad. En las antiguas religiones de China, India y Japón es dogma oficial. Entre los musulmanes se practica en cierta medida. Entre los judíos de los tiempos bíblicos estuvo estrictamente prohibida. Y el cristianismo en su forma más pura la ha rechazado siempre.
Sin embargo, las supersticiones y su parienta cercana, las ciencias ocultas, no han sido erradicadas del todo. Han coexistido con el cristianismo en Europa y en América, y hasta el día de hoy se practican oculta o abiertamente.
Es que las supersticiones y las creencias en brujas, hechizos, horóscopos, maleficios, maldiciones, salaciones, mal de ojos, curanderismo y demás falsas creencias existen sólo donde hay ignorancia de la Biblia, la Palabra de Dios. Pues cuando el Libro Santo ilumina el alma, y el mensaje del Evangelio puro de Cristo penetra la mente y el corazón del pueblo, las malas artes se van.
Cuando el apóstol Pablo predicó a Cristo con vehemencia en la ciudad de Éfeso —narra el libro de Los Hechos—, centenares de personas que habían practicado la magia y el ocultismo repudiaron sus malas artes y aceptaron a Cristo. Entonces quemaron sus libros en la plaza pública, ¡y eso que el costo de esos libros era de más de cincuenta mil piezas de plata! Cuando la luz del Evangelio brilla en medio de la las tinieblas, éstas se retiran vencidas.
Hermano Pablo