domingo, 9 de enero de 2011

MIRAD LAS AVES

Desde las ventanas de mi casa puedo observar diariamente una postal de Mateo 6:26, el conocido pasaje bíblico, donde Jesús nos insta a mirar las aves del cielo. Nunca antes las había observado con detenimiento, ya que durante mucho tiempo viví en una ciudad y allí las aves no tenían espacio dentro de mi agenda. Aunque debo confesar que, alguna vez, me han llamado la atención esas palomas que enfilan hacia un mendrugo de pan ubicado sobre la acera.

Cada mañana, aves de diversas especies se preparan para recibir el alimento diario. Fru-tos de distintos árboles —entre otras cosas— sirven de vianda para estas peregrinas que desconocen el afán y la ansiedad y que, confiadamente, reciben al nuevo día con la tranquilidad de saber que su Creador ya les proveyó el sustento necesario para v ivir. Es asombroso verlas en verano sobrevolar los árboles con el objetivo de elegir la mejor porción, pero también es cautivante verlas en invierno tomar el alimento de parte de una mano bondadosa que, pese a la nieve, les acerca la ración del día.
Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en gra-neros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? Mateo 6: 26 (NVI)

En muchas oportunidades el afán y la ansiedad nos asedian. La preocupación por el fu-turo, el temor a los cambios económicos y políticos, la incertidumbre y la inestabilidad laboral parecieran cercarnos y decirnos que no estamos errados al sentirnos ansiosos. Pero curiosamente las palabras de Jesús en el pasaje citado nos dicen todo lo contrario.

Tal vez en este momento de nuestras vidas nos encontremos en una situación donde el mañana nos tiene amenazados, pero creo que nada puede ser tan grave como par a impe-dirnos levantar nuestra mirada en fe hacia el Señor y apropiarnos del ejemplo de las aves. Ellas no vuelan impulsadas por la desesperación, sino que lo hacen tranquilas, sabiendo que su mañana está bajo el control de su Creador.

Dios nos invita a sus hijos a dejar de lado la preocupación, el temor y la ansiedad, pues él tiene cuidado de nosotros:
Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes.1 Pedro 5: 7 (NVI)

El poder pararnos en el presente, a la luz de lo que dice Dios, nos dará la respuesta a todos nuestros interrogantes y nos fortalecerá la fe. De esta manera, el mañana y los problemas ya no se verán más como una amenaza, sino como una nueva oportunidad que nos permitirá comprobar —una vez más— que Dios tiene todo bajo Su control.
No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Filipenses 4:6 (NVI)

Patricia Götz

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
PCG

JUNTAS POR TODA LA ETERNIDAD

Nacieron juntas y vivieron juntas durante nueve años. Eran hermanas siamesas, unidas por el vientre. Cada una tenía sus propios órganos internos, excepto que compartían un solo corazón. Cuando nacieron, los médicos pronosticaron: «Tendrán a lo sumo una semana de vida.» Pero vivieron nueve años.

Estas eran las hermanitas Ruthie y Verónica Collins, de Johannesburgo, Sudáfrica, quienes sabían de seguro que iban a morir. Aunque sus padres jamás les hablaron de la muerte, ellas espontáneamente decían: «Nosotras moriremos pronto, pero sabemos que nos iremos con el Señor.» En efecto, murieron a los nueve años de edad con una diferencia de media hora. Su muerte fue pacífica, y la calma de ellas trajo calma a todos los que las rodeaban.

Nacieron juntas, vivieron juntas, y juntas pasaron a la eternidad. ¿Cómo podían ellas saber que irían a estar con el Señor? ¿De dónde viene una fe tan inamovible? ¿Como se puede tener esa seguridad?

Sus padres, Peter y Marlene Collins, tenían una relación íntima con Cristo. Habían aceptado con calma y resignación el anormal nacimiento de las niñas. Nunca renegaron contra Dios. Al contrario, les enseñaron a sus hijas la palabra de Dios y les hablaron de Cristo desde que tuvieron la capacidad de entender.

Nunca manifestaron pena o desagrado por la condición de las siamesas. «Dios lo permitió —dijeron siempre—, y Él sabe lo que es mejor.» Nunca les hablaron a las hijitas de muerte, o desgracia o fatalidad, ni les introdujeron una sola gota de amargura. La verdad es que ambos padres quedaron sorprendidos cuando Ruthie y Verónica dijeron, casi al unísono: «Pronto vamos a morir y nos vamos a ir con el Señor.»

Para los que cultivan una fe viva en Jesucristo, las penas y pruebas de la vida son siempre menores. Siempre las hay, pero las sobrellevan sabiendo que Cristo está con ellos. Las luchas de esta vida las sufren todos, los buenos y los malos, pero los que tienen su fe en Cristo triunfan sobre ellas.

No es que uno sea un favorito de Dios o un privilegiado, pero el cristiano genuino sabe desarrollar una fe viva, un carácter sólido, una esperanza inconmovible e inquebrantable en Cristo. Cualquier ser humano puede tener esa misma calma en medio del dolor cuando Cristo es su dueño y Señor.

Abrámosle nuestro corazón y nuestra mente a Dios. Démosle nuestra voluntad. Rindámosle nuestra vida entera, y comenzaremos a experimentar y a vivir una fe viva que vence al mundo y a sus dolores y problemas. Cristo quiere ser hoy nuestro Salvador.

Hermano Pablo