viernes, 10 de febrero de 2012

MISERICORDA INMERECIDA

“Hombre, él te ha declarado lo que es bueno, lo que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia y humillarte ante tu Dios”(Miqueas 6:8).

Hace unos años, Hildegard Goss-Mayr, dei Movimiento Internacional de la Reconciliación, relató esta historia real: Durante los trágicos combates que tu­vieron lugar en Líbano a lo largo de la década de los setenta, un alumno de un seminario cristiano iba andando de un pueblo a otro cuando cayó en una emboscada tendida por un guerrillero druso. El guerrillero le ordenó que bajara por un sendero con el fin de fusilarlo.

Pero sucedió algo asombroso. El seminarista, que había recibido entrena­miento militar, sorprendió a su captor y lo desarmó. Las tornas se cambiaron y el druso recibió la orden de descender por el camino. Sin embargo, mientras avanza­ban, el estudiante de Teología comenzó a reflexionar sobre lo que estaba su­cediendo. Recordando las palabras de Jesús: “Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen; poned la otra mejilla”, se dio cuenta de que no podía seguir adelante. Arrojó el arma entre los arbustos, le dijo al guerrillero druso que estaba libre y echó a andar colina arriba.

Unos minutos más tarde, mientras caminaba, oyó que alguien corría tras de él. “Aquí se acaba todo”, se dijo. Tal vez el druso había recuperado el arma y quería acabar con él. No obstante, siguió adelante, sin mirar atrás, hasta que e! enemigo lo alcanzó, lo agarró, lo abrazó y, hecho un mar de lágrimas, le agrade­ció que le hubiera perdonado la vida. La misericordia se expresa con el perdón.

En cierta ocasión, una madre se acercó a Napoleón pidiéndole que perdonara a su hijo. El emperador respondió que el joven había cometido dos veces el mismo delito y que la justicia exigía su muerte.
-No pido justicia-replicó la madre-, sino misericordia.
-Tu hijo no merece que tengan misericordia de él -contestó Napoleón.
-Solo pido misericordia-exclamó la mujer-. Si la mereciera, ya no sería misericordia.
-Pues bien -dijo el emperador-, tendré misericordia de él.
Y perdonó al hijo de la mujer.

Dios no nos dio lo que merecíamos, sino que tuvo misericordia de nosotros. Al sentir la extraordinaria misericordia que Dios ha derramado sobre nosotros, no podremos hacer otra cosa que derramar misericordia sobre los demás. “Hombre, él te ha declarado lo que es bueno, lo que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia y humillarte ante tu Dios” (Miq. 6:8)

EJEMPLOS A IMITAR

Lectura: 1 Tesalonicenses 1.
"Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor…" 1 Tesalonicenses 1:6
Leslie Strobel creyó en Cristo en 1979, y su fe fue un ejemplo tan notable que instó a su esposo ateo, Lee, a empezar a buscar a Dios. En su libro El caso de Cristo, este habla de sus años de intensa investigación que finalmente lo llevaron a recibir a Jesús como Salvador. Con un título en leyes de la Universidad de Yale y una reconocida y premiada carrera de periodismo en el periódico The Chicago Tribune, Lee tenía la habilidad de contestar preguntas difíciles que hacían los incrédulos y los cínicos.
El cambio que se produjo en su vida también influyó a Alison, su hija de cinco años, la cual dijo: "Mami, yo quiero que Dios haga por mí lo que ha hecho por papá". La fe de Leslie generó un efecto en cadena que transformó a toda la familia.
Este patrón de dar el ejemplo e imitar es lo que Pablo describió en el capítulo 1 de Tesalonicenses. Su ejemplo, junto con el de Silas y el de Timoteo, motivó a los nuevos creyentes de Tesalónica a imitarlos. Más tarde, cuando estos creyentes sufrieron por Cristo con paciencia y perseverancia, se convirtieron en ejemplos para los creyentes de Macedonia y de Acaya, y los estimularon a alcanzar nuevos niveles de devoción.
Nuestro ejemplo puede ser la influencia más persuasiva a favor de Cristo. ¿Nos imitan los demás porque nosotros lo imitamos a Él?
El que sigue a Cristo guía a los demás por el camino.