Lleno de angustia y tristeza, pero sereno, el joven subió a su auto.
Tenía una cita urgente. A las seis de la tarde, en la glorieta de la
Fuente de Agua en la Avenida Palma de la Ciudad de México, tenía un
último encuentro con su novia.
Lanzó su auto a toda velocidad. Corrió sin mirar el velocímetro,
ni altos ni luces rojas. Al acercarse a la glorieta, divisó a la joven.
El sólo verla acrecentó su dolor. Acelerando el vehículo a gran
velocidad, se estrelló contra el monumento. El accidente fue horrible.
El joven quedó muerto ahí mismo ante la mirada horrorizada de la mujer
que lo había abandonado.
Las crónicas periodísticas traen de todo. Esta vez fue una
historia romántica pero triste. Un joven, cuyo nombre no recogió la
crónica, le pidió a su novia, que lo había dejado, una última cita. Una
cita de despedida. Una cita que habría de ser la definitiva. Y, en
efecto, fue la definitiva, porque incapaz de soportar el desengaño, el
joven, en la forma más drástica, puso fin a sus días.
Muchas veces ocurren tragedias como esta en la problemática y
azarosa vida humana. Cuando más creemos haber encontrado la completa
felicidad, descubrimos que todo fue una ilusión, y la decepción nos
mata. Cuando pensamos que ya tenemos la fortuna en las manos, algo nos
hace perderlo todo y nos reduce a la pobreza. Cuando creemos alcanzar
el triunfo artístico, o deportivo o político, nos vemos de pronto
paladeando el amargo sabor de la derrota.
¿Qué hacer en esos momentos? ¿Cómo sobrellevar esas decepciones?
Muchos se entregan a la desesperación. Echan mano del veneno, o de
la horca o de la pistola, y acaban con su vida. Otros se sumergen en
un pozo de alcohol o de droga. Otros se vuelven eternos resentidos y
amargados. Y aún otros entran en un profundo e interminable período de
depresión.
¿Serán éstas las únicas opciones ante el fracaso? No, hay otra. Es
la opción espiritual. Aun en medio del más espantoso fracaso o de la
más triste decepción, siempre queda Dios.
Jesucristo, el Señor viviente, es el Salvador de los fracasados.
Él está cerca de cada persona necesitada que invoca su presencia. Y Él
está cerca de cada uno en este mismo momento.
Clamemos a Cristo. Él nos responderá y nos levantará de la
desesperación. Él nos dará la misma victoria que les ha dado a muchos
otros, porque nunca falla. Cuando toda otra supuesta solución ha
fracasado, siempre queda Dios.
Hermano Pablo