miércoles, 20 de octubre de 2010

LOS HÉROES NO NACEN, SINO QUE SE HACEN

Inmensa y vasta era la majestad de los Alpes. La nieve orlaba los altos picos. El cielo se veía muy azul. Y la cabaña, verdadera cabaña suiza, ofrecía un refugio cálido y acogedor. El hombre y su hijo se prometían tres días de descanso, de recreo y de paz.

Walter Strubb, el padre, abrió una lata de conservas y se dispuso a almorzar con su hijo Paul. Pero algo había en la conserva. Walter sufrió una súbita y fulminante intoxicación. Bajo el peso del dolor inaguantable, cayó al suelo sin sentido. Paul no pudo despertar a su padre del desmayo en que había caído.

Sin ver otra alternativa, Paul descendió montaña abajo hasta la villa, más de diez kilómetros, y dio la noticia del caso. Varios miembros de un equipo de socorro subieron de inmediato a la cabaña y lograron salvar al padre de Paul con la ayuda médica que le prestaron.

Pero lo que hizo Paul fue toda una hazaña. Fue una hazaña porque Paul, debido a una deformación de la espina dorsal, estaba impedido para caminar. Tuvo que bajar arrastrándose entre piedras y nieve para llegar a la villa. Y por si eso fuera poco, Paul sólo tenía siete años de edad.

Dicen que los héroes no nacen, sino que se hacen. La persona más sencilla y humilde, aun la más apocada e insignificante, puede convertirse en héroe cuando las circunstancias lo exigen.

El espíritu heroico no viene de los genes. Lo produce una urgente necesidad, unida a un corazón altruista y compasivo. Bajo circunstancias normales, Paul Strubb no pudiera haber hecho lo que hizo. La urgente necesidad de su padre, junto con el corazón tierno y humanitario del hijo, produjeron el héroe.

¿De dónde saca fuerzas el que, de repente, se ve frente a una emergencia? ¿Será que Dios mismo interviene en tales casos? Hay buenas razones para creer que sí. La fe en Cristo reviste de heroicidad a cualquier persona que clama a Él.

Un joven tímido puede salvar a una persona de un edificio en llamas. Una niñita de cinco años puede, a medianoche, encontrar una ambulancia. Una humilde madre puede comportarse como leona si se trata de defender a sus pequeños. Y un niño impedido, de siete años, puede descender los Alpes en busca de ayuda.

El héroe no nace, sino que se hace. Se hace cuando, en medio de la crisis, busca ayuda divina. El ejemplo magistral fue el de Jesucristo, que soportó la crueldad de la cruz para salvar a la humanidad. Cuando la situación parece imposible, no desmayemos. Clamemos de corazón a Dios. Él nos dará la fuerza necesaria para ser héroes.

Hermano Pablo

AYUDAR AL QUE SUFRE

Lectura: 1 Corintios 13.
"Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor" 1 Corintios 13:13
Al preguntar a personas que sufren, «¿quién te ayudó?», nadie menciona a catedráticos de teología de algún prestigioso seminario ni a ningún filósofo famoso. Todos tenemos la misma capacidad de ayudar a los que sufren.
Nadie puede empaquetar o embotellar la respuesta «apropiada» al sufrimiento. Cuando preguntamos a los que están sufriendo, algunos recuerdan a algún amigo que con alegría los ayudó distrayéndolos de su pesar. Otros consideran ese enfoque insultante. Algunos quieren una charla franca y honesta; otros encuentran dicha conversación insoportablemente deprimente.
No existe una cura mágica para la persona que sufre. Por encima de todo, dicha persona necesita amor, porque este instintivamente detecta lo que hace falta. Jean Vanier, fundador del movimiento L’Arche (El Arca), para los que sufren discapacidad, dice: «Las personas heridas, que han sido quebrantadas por el sufrimiento y la enfermedad, sólo piden una cosa: un corazón que las ame y se comprometa con ellas, un corazón lleno de esperanza en ellas».
Puede que tal amor sea doloroso para nosotros, pero el apóstol Pablo nos recuerda que el amor verdadero, «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Corintios 13:7).
En Su habitual forma de hacer las cosas, Dios usa a personas corrientes para producir Su sanidad. Los que sufren no necesitan nuestro conocimiento, sino nuestro amor.
No aman verdaderamente los que no muestran su amor. - Shakespeare